La autonomía decimooctava

El reciente esperpento perpetrado en el Peñón por el Partido de los cien años de honradez y las doscientas checas, me anima a exhumar este comentario, ya aparecido en los medios digitales en los que alguna vez colaboré

Gibraltar y el plan Cajal.

No pasa un día sin que al régimen de Franco le reciten los demócratas de todos los pelajes lo que don Luis Mejía le dice a don Juan Tenorio después de que éste haya seducido a su prometida: Imposible la háis dejado/ para vos y para mí. En este caso, es España la que hace el papel de doña Ana, España y todo lo que arrastra su historia, todo lo bueno se entiende, ya que todo lo malo y siniestro bien que se ocupan de reivindicarlo los demócratas, si no todos, al menos lo más zurdos, los más izquierdos, los más siniestros en una palabra. No es nuevo que de la Historia de España abominen los demócratas, pero hasta Franco los ha habido, aunque fuera a título individual, que procuraban hacer compatible la democracia con el patriotismo.
Cuando el vascongado Castiella, tal vez el último Ministro de Asuntos Exteriores a la altura de su cometido que haya tenido nuestra patria, hizo publicar el Libro Rojo sobre Gibraltar después de conseguir que las Naciones Unidas aprobaran la resolución 1514 (XV), hizo valer, entre las opiniones de destacados hombres públicos que reivindicaban el Peñón y denunciaban la afrenta permanente de la ocupación británica, las de notorios enemigos del régimen como Prieto, Madariaga, Araquistain y Sánchez Albornoz. Esto hoy sería impensable. Ya hemos visto y estamos viendo en qué ha quedado el patriotismo vociferante de correligionarios póstumos de Prieto y Araquistain a la hora de que su Partido capitule ante el separatismo.
El espíritu de la Transición, por llamarlo de algún modo, consistió en hacer todo lo contrario de lo que Franco había hecho, y lo que Franco había hecho no era más, en palabras del denostado Azorín, que España tuviera “conciencia de sí misma”, a lo que tendían, según él, “Joaquín Costa, Antonio Cánovas del Castillo y la generación del 98, de la que soy el último superviviente.” Lo que los partidarios de la reforma iniciaron con timidez, los de la ruptura lo harían con todo descaro y fue bajo el mando de éstos cuando se sustituyeron los símbolos del escudo nacional y se abrió la verja que Castiella hizo cerrar en cumplimiento del artículo X del Tratado de Utrecht y en espera de que el Reino Unido cumpliera la resolución 1514 (XV) de las Naciones Unidas. Y así fue cómo el pobre Fernando Morán pasó a ser, en las cancillerías europeas, como me dijo un periodista ginebrino, el “mejor Ministro de Exteriores que España había tenido en mucho tiempo”. Ponderar la gestión de Morán venía a ser, mutatis mutandis, como ponderar la de Gorbachov por liquidar y descuartizar el Imperio soviético o la de Carter por abandonar el Canal de Panamá, pero así es la Historia invertida que ahora se escribe.
No es ésta la primera vez que hablo de inversión de la Historia, o de la historiografía, corolario inevitable de la inversión de valores impuesta por el “espíritu inmundo del 68”. La política inspirada en estos valores tiene un lema sesentayochista que vienen haciendo suyo todos los demócratas, que es “la imaginación al Poder”, y en la última legislatura esa imaginación morbosa se desbocaría de tal modo que raro es el día en que la nación no se despierte con una novedad amenazante, como suele ocurrir en los procesos revolucionarios. El reconocimiento de facto de Gibraltar como nación independiente sería el remate de tanta ignominia si no fuera el principio de una serie de ignominias mayores. La capitulación ante los llanitos de Gibraltar coincide con la capitulación ante los separatistas de Cataluña y Vascongadas, pero es que además encaja en los delirios de la Antiespaña de toda la vida, que plasma como nadie en un libro el asesor de política exterior de la Moncloa, el diplomático Máximo Cajal, de guatemalteca recordación. Lo de Gibraltar es un primer ensayo a cencerros tapados de lo que, si es que el plan del susodicho diplomático se lleva a cabo, se podrá hacer con Ceuta, Melilla y Olivenza sin que se dé por enterada ni reaccione esa borreguil manada que llaman “la ciudadanía”.

Comentarios

  1. Si asumimos como plausible (yo, al menos, soy de los que lo creen) la intervención de la CIA en la voladura de Carrero (curiosamente, en ese mismo 73 en que la misma CIA se había hecho también presente en un evento chileno de muy distinto signo), habría que plantearse (como aquello de la gallina y el huevo) si la responsabilidad última de la reforma/ruptura no la tendría el propio Caudillo cuando inició los lazos con los usacos. Y, en ese caso, la inversión histórica a que se hace referencia en la entrada adquiriría la más compleja traza de banda de Moebius. Una traza con algo inevitable de tragedia griega.
    Ya que se ha mentado a Gorbie, esto mismo pasó en la URSS cuando Andropov, atento al rearme reaganita y partidario de retomar la línea estaliniana y de atajar en lo posible el estado de corrupción y desmovilización iniciado por Kruschev y continuado por Breznev, promocionó (con una pobre visión de futuro) al amigo Mijail.
    También podríamos recordar a Galtieri cuando se lanzó a la fuga hacia adelante de la reconquista de las Malvinas confiando ingenuamente en el apoyo de los Estados Unidos.
    Creo recordar que, al morir Franco, el primer país que dio el pésame fue la China Popular, ya por entonces de vuelta de la Revolución Cultural y comenzando tímidamente la dinámica (tan franquista -al menos, tan franquista del Plan de Desarrollo-) de autoridad en lo político y liberalización en lo económico que la ha convertido en primera potencia oficiosa del planeta (sólo sea por su condición de dueña del pagaré que hipoteca a los USA a mero simulacro de soberanía). Es curioso que la China que en los 60 comienza a estrechar lazos con Washington por su paranoia a una invasión soviética acabe siendo el sponsor económico de su antiguo "protector".
    Si Franco pareció sentirse lo bastante confiado a fines de los 50, con la tan poco "democrática" vuelta de De Gaulle al poder, para plantear un proyecto de estabilización/modernización de su régimen (que así dejaba de ser, junto a Portugal, la "nefanda" excepción de Europa Occidental), a veces me pregunto si los jerarcas chinos más pragmáticos tenían ya en aquel lejano 75 puestos los ojos en la llamada "democracia orgánica" como un posible escenario a estudiar cara a una futura crisis de autoridad.
    Por supuesto, lo que pueden pensar los chinos (hoy de nuevo dueños de Hongkong tras haberle torcido el brazo a la Thatcher -que con los amarillos perdió ese subidón férreo que había logrado a costa de la locura argentina y tuvo por un momento su cura de humildad-) de las avestrucescas "estrategias" españolas con respecto a Gibraltar, sería digno de oírse.

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  2. Nuestros amigos ingleses no admitirian reivindicaciones violentas ni de España ni de Argentina,a no ser que tenga uno madera de martir.Para reivindicar hay que ser por lo menos como China y si no que se lo digan a Portugal y Gran Bretaña.

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