Un prócer sevillano

La televisión oficial del bantustán andalusí dedicaba un programa a quien fuera Ministro de Agricultura por un año durante la II República y catedrático de Derecho "Canónigo" (según el locutor), don Manuel Giménez Fernández, de quien tuve la suerte de ser alumno. Dos hijos suyos aportaron sendos testimonios asombrosos; uno afirmó que la reforma agraria que no le dejaron hacer a su padre sus propios correligionarios, se llevó a cabo al estallar la guerra civil en la zona "leal" o "republicana", y el otro, señalando la estantería del Espasa que ocupaba todo un testero de una sala de su casa, dijo que su padre no sólo tenía la enciclopedia completa, sino que se la había leído en su integridad. Como quiera que yo hice de mi querido y añorado don Manuel una semblanza, la voy a reproducir para así aportar un granito de arena a su evocación.

Don Manolito y don Estrafalario
Don Alfonso de Cossío y Corral, catedrático que fue de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla, tenía de ingenioso todo cuanto tenía de feo. Fue un gran maestro y sus alumnos lo adoraban. En las postrimerías del régimen anterior no pudo ocultar sus inquietudes y llegaron a retirarle el pasaporte. Una de esas inquietudes fue la de fundar un partido político, fundación, según él, que consistiría en dos fases: primera, un llamamiento general; segunda, constitución del partido con todos los que no acudieran al llamamiento. Otro catedrático que se movió mucho en ese sentido, pero desde mucho antes, fue el de Derecho Canónico don Manuel Giménez Fernández, que Cossío definía como “un pez rojo nadando en agua bendita”.
Lo del agua bendita le venía muy bien a don Manuel, pero de pez rojo tenía bien poco, a menos que se tomara la palabra “rojo” en la acepción lata de adversario del Régimen. Con más motivo se le podía llamar “rojo” al cardenal Segura, que por lo menos iba vestido de púrpura. Muy “rojo” no debía de ser don Manuel cuando en marzo de 1936 le faltó tiempo al flamante Ayuntamiento del Frente Popular para retirarle el título de hijo predilecto de la ciudad que se le había otorgado durante el “bienio negro”. Don Manuel era democristiano, y cada vez que criticaba al Régimen en clase o en público, gritaba con su voz chillona: “¡Ojo! ¡Que esto no lo digo yo, que lo dice el Papa en la encíclica tal y cual!” Sus clases tenían un brío polémico que seducía a sus alumnos, a mí el primero, y en ellas se preocupaba, antes de entrar en su materia, los Cánones, de darnos una idea bastante completa de las ideologías enfrentadas, sin conocer las cuales no se explicaba nuestra guerra civil. De él aprendí sobre todo a no morderme la lengua. Nos decía por ejemplo: “¡El Obispo Acuña! ¡A éste lo hicieron obispo porque entonces no se hacían presidentes de Montepío!” Había que rellenar unas fichas a comienzo de curso: “Verán ustedes que donde pone “domicilio” no hay mucho espacio… Los que sean de pueblo, no hace falta de pongan el nombre completo de la calle; basta con que pongan J.A.P.R. y el número de la casa”. En una conferencia en el Club La Rábida le oí decir a grito pelado, en una evocación de su vida parlamentaria: “en los pasillos de unas Cortes en las que José Antonio Primo de Rivera, con cuya amistad me honré, podía cambiar impresiones con Indalecio Prieto ¡con cuya amistad también me honré!”
Era muy aficionado al cine y a la novela policíaca, y la suya preferida era El asesinato de Rogelio Ackroyd, de Agatha Christie. Tenía escrito un guión de cine sobre Fray Bartolomé de las Casas y se quejaba de que en España sólo se hacían películas si las dirigía “un primo del Fundador”. Evidentemente, José Luis Sáenz de Heredia no era el único director de cine de la época, pero eso le daba igual a don Manuel, que para muchas cosas tenía visión de túnel. Al final de ese túnel estaba el obispo de Chiapas, con el que su identificación era total y en cuyo culto procuraba iniciarnos a sus alumnos. En otra de sus diatribas públicas contra el Régimen, apoyadas sólidamente en pasajes de encíclicas pontificias, llegó a decir que era un disparate construir pantanos en zonas donde nunca llovía y, a alguien que le preguntó por el Plan Badajoz, él contestó que hacía mucho tiempo que no creía en cuentos de hadas. La firma del Concordato le sentó como un tiro y esta vez, sin citar encíclicas por supuesto, arremetió contra Pío XII, a quien llamaba Pacelli a secas, con gran escándalo de los católicos integristas. Años más tarde, recién entronizado Pablo VI, los escandalizados serían los librepensadores de la plaza, cuando arremetía contra él un adalid del integrismo, Elías de Tejada, llamándole a secas Montini. Ambos comentarios los pude oír en la tertulia que ambos catedráticos, y otros colegas, tenían en la librería de Lorenzo Blanco.
La última vez que vi a don Manuel fue en una recepción que dio don Ramón Carande en su casa en honor de Marcel Bataillon y a la que asistió el poeta Jorge Guillén, de paso entonces por Sevilla, otros catedráticos y gente más joven, entre ellos algunos que llegarían a tener protagonismos importantes en la Transición. Yo vivía entonces en Ginebra y le hablé de don Pablo de Azcárate, a quien trataba mucho, pero él me vino a decir que los exiliados tenían una idea equivocada de la realidad nacional. También le oí decir que sus conversaciones con los democristianos catalanes habían fracasado, porque él no entraba por las horcas caudinas del separatismo.
Otro que estaba en esa fiesta era el catedrático de Derecho Romano don Francisco de Pelsmaeker, personaje extraordinario y atrabiliario, maestro que infundía como ninguno en sus alumnos un auténtico metus o temor reverencial, rayano en el terror. A Pelsmaeker lo tomó a su cargo don Manolito a su jubilación y juntos daban grandes paseos e iban al cine todas las tardes. Según me decía muchos años después Carande, que siempre fue el más listo de todo el claustro, “al pobre don Francisco lo volvió don Manolito tan loco como él”. Don Manolito había encontrado a don Estrafalario.

Comentarios

  1. GIMENEZ FERNANDEZ

    Don Manuel Giménez Fernández, además de haber sido exministro de la CEDA en la República, Catedrático de Derecho Canónico, Catedrático de Historia de América y otras muchas cosas, era un relevante jurista, cuya Ley de Arrendamientos Rústicos del 1935 pasó por el franquismo (con un texto refundido en 1959) y no fue derogada sino hasta 1980.
    Don Manuel, dio nombre a mi promoción de la Facultad de Derecho, porque, se jubiló el año que terminamos, en Sevilla, mis compañeros y yo la carrera. Don Manuel, era, además, diabólico a la hora de poner un mote. Llamaba, por ejemplo, al coche del Cardenal Segura, "la aceituna", porque era verde y el "hueso" lo tenía dentro.
    Su ingenio, su sabiduría, su bonhomía, lo hicieron de imprescindible consulta por todos. Fue el abogado de cabecera del sabio,increiblemente tildado de duro, Don Francisco de Pelsmaeker e Ibáñez.
    Don Manuel era francamente liberal, religioso y deslenguado. En su cabeza hicieron crisis las ideologías. Estuvo por encima del bien y del mal. No era de derechas, ni de izquierdas. Mi padre decía que Don Manuel era un contrario a lo instituido. Pero, tampoco del todo. Yo lo recuerdo, achepado, ventrudo, con sus pantalones altísimos, con la cintura casi a la altura del pecho, su corbata sobre el pantalón, su boina, sus trajes impecablemente blancos que preludiaban y seguían sus veraneos inefables en Chipiona. Allí hacía buenas migas con todos y tenía particular afecto en los franciscanos de Regla. Desde Chipiona siempre venía, algún día, a ver a mi padre, al que, ante mi sorpresa, llamaba Luisito, sin darme yo cuenta que, aunque yo veía a mi padre mayor, Don Manuel era infinitamente mayor que mi padre.
    Don Manuel, además de todo, fue un maestro impagable, un escritor equilibradamente profundo, un historiador que ha dejado escuela y es de cita obligada, un catedrático de Derecho Canónico modelo, un jurista de cuerpo entero y un conversador anemo y derrochador de simpatía.
    Durante los sesenta fue protector de un grupo de alumnos entre los que estuvieron Felipe González Márquez, Manolo Chaves, Ángel López López, Rafa Escuredo, Antonio Ojeda..., que terminaron por tener en el entresuelo de la Facultad una multicopista que lanzaba increíbles manifiestos contra la guerra del Vietnam y el imperialismo yanqui.
    Poca gente supo encontrar la verdadera personalidad de Don Manuel, enmascarado en su aparentemente superficial manera de ser. Nunca jugó a vestirse de "trascendente", aunque lo fue. Ya se ha visto y, venturosamente, con el tiempo, ha sido reconocido. Su memoria, su ejemplo y su obra no merecen, sino la veneración y el respeto.
    Luis Suárez Ávila

    ResponderEliminar
  2. GIMENEZ FERNANDEZ

    Don Manuel Giménez Fernández, además de haber sido exministro de la CEDA en la República, Catedrático de Derecho Canónico, Catedrático de Historia de América y otras muchas cosas, era un relevante jurista, cuya Ley de Arrendamientos Rústicos del 1935 pasó por el franquismo (con un texto refundido en 1959) y no fue derogada sino hasta 1980.
    Don Manuel, dio nombre a mi promoción de la Facultad de Derecho, porque, se jubiló el año que terminamos, en Sevilla, mis compañeros y yo la carrera. Don Manuel, era, además, diabólico a la hora de poner un mote. Llamaba, por ejemplo, al coche del Cardenal Segura, "la aceituna", porque era verde y el "hueso" lo tenía dentro.
    Su ingenio, su sabiduría, su bonhomía, lo hicieron de imprescindible consulta por todos. Fue el abogado de cabecera del sabio,increiblemente tildado de duro, Don Francisco de Pelsmaeker e Ibáñez.
    Don Manuel era francamente liberal, religioso y deslenguado. En su cabeza hicieron crisis las ideologías. Estuvo por encima del bien y del mal. No era de derechas, ni de izquierdas. Mi padre decía que Don Manuel era un contrario a lo instituido. Pero, tampoco del todo. Yo lo recuerdo, achepado, ventrudo, con sus pantalones altísimos, con la cintura casi a la altura del pecho, su corbata sobre el pantalón, su boina, sus trajes impecablemente blancos que preludiaban y seguían sus veraneos inefables en Chipiona. Allí hacía buenas migas con todos y tenía particular afecto en los franciscanos de Regla. Desde Chipiona siempre venía, algún día, a ver a mi padre, al que, ante mi sorpresa, llamaba Luisito, sin darme yo cuenta que, aunque yo veía a mi padre mayor, Don Manuel era infinitamente mayor que mi padre.
    Don Manuel, además de todo, fue un maestro impagable, un escritor equilibradamente profundo, un historiador que ha dejado escuela y es de cita obligada, un catedrático de Derecho Canónico modelo, un jurista de cuerpo entero y un conversador anemo y derrochador de simpatía.
    Durante los sesenta fue protector de un grupo de alumnos entre los que estuvieron Felipe González Márquez, Manolo Chaves, Ángel López López, Rafa Escuredo, Antonio Ojeda..., que terminaron por tener en el entresuelo de la Facultad una multicopista que lanzaba increíbles manifiestos contra la guerra del Vietnam y el imperialismo yanqui.
    Poca gente supo encontrar la verdadera personalidad de Don Manuel, enmascarado en su aparentemente superficial manera de ser. Nunca jugó a vestirse de "trascendente", aunque lo fue. Ya se ha visto y, venturosamente, con el tiempo, ha sido reconocido. Su memoria, su ejemplo y su obra no merecen, sino la veneración y el respeto.
    Luis Suárez Ávila

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares