Homenaje a Foxá bajo los luceros


Al llegar yo sobre las siete y media de la tarde al Centro Cívico de Los Remedios, en el Parque de los Príncipes, para intervenir en unión de Antonio Rivero Taravillo en un homenaje a Agustín de Foxá, de quien se cumple el medio siglo de su fallecimiento, me encontré con las caras de circunstancias de los organizadores a los que por orden superior y anónima se acababa de denegar el acceso al aula en que se iba a celebrar el acto, a pesar de estar el aula concedida desde el día 2 por el negociado municipal competente. Estaba ya un público respetable y algún que otro fotógrafo de prensa. Yo vi literalmente el cielo abierto, y no un cielo cualquiera, nada menos que el de Sevilla en el veranillo de San Miguel, de suerte que el acto se llevó a cabo en un banco bajo un jacarandá y los luceros de rigor. Lo primero que hice fue dar las gracias a las autoridades anónimas que con su acertada decisión hacían que un acto que hubiera transcurrido sin pena ni gloria en un lugar cerrado, se convirtiera en un acontecimiento público en un ambiente delicioso que no dejaron de apoyar los diarios y las televisiones más importantes de la ciudad. Por arte de birlibirloque se llenó aquello de periodistas. Aquí va mi parlamento:

Foxá y los efímeros

Hace años apareció en Barcelona una interesante recopilación de textos titulada Falange y literatura, precedida y acompañada de los correspondientes comentarios críticos. Su autor, José Carlos Mainer, compaginaba cierta admiración literaria por unos textos de calidad innegable con cierto distanciamiento hacia sus autores, incluso hacia aquellos que ya habían iniciado su “adaptación” a los tiempos que se barruntaban, como Torrente Ballester. Yo comenté ese libro con un artículo titulado Reivindicación del conde de Foxá, que me publicó la revista Insula y que posteriormente recogí en mi libro Metapoesía. La publicación de ese artículo mío en Insula tuvo sus más y sus menos, ya que Foxá no estaba bien visto en tal revista, y José Luis Cano me dijo que el título era demasiado reaccionario. El título era “reaccionario” en efecto porque lo había plagiado de Juan Goytisolo, que por aquel entonces había publicado una Reivindicación del conde don Julián, exaltación de la figura del traidor, execración de la España cristiana y alabanza de la morisma y de su “tolerancia sexual”; en fin, los temas con los que hizo carrera este escritor. Tampoco se apresuró Insula a publicar un artículo que en aquellos años escribí sobre La casa encendida de Luis Rosales, que tardó nada menos que todo un año en aparecer. Ni Rosales ni Foxá estaban bien vistos en Insula, y yo quise aprovechar el poquito de caso que se me hacía en esa revista para que a ellos se les hiciera también, al mismo tiempo que le ajustaba las cuentas a Mainer. Naturalmente éste replicó y fui desaconsejado de contrarreplicar, por la sencilla razón de que el director de la revista, don Enrique Canito, detestaba las polémicas.
Cuento todo esto, ya que es importante que se sepa cuáles eran los mandarinatos literarios en aquellos años de 1970 a 1973 y qué clases de habas cocían en cada uno de ellos. Posiblemente en Cuadernos Hispano-Americanos, que por entonces dirigía don José Antonio Maravall, destacado intelectual falangista, me habría sido más fácil publicar mis artículos. Eso para mí no tenía mérito; yo lo que quería era enterar de quiénes eran Rosales y Foxá a unos lectores que no sabían o no querían saber nada de ellos.
No voy a reiterar aquí lo dicho tantas veces sobre los auténticos mandarinatos de aquellos años, que son los mismos de ahora, con el agravante por parte de éstos que además ocupan los resortes del Estado y los medios de difusión tanto oficiales como oficiosos. Entonces, si no me querían en Insula me podía ir a Cuadernos Hispano-Americanos. Ahora sería como ir de Herodes a Pilatos. Eran los tiempos de la poesía de Celaya y de Otero, del teatro de Buero y de Sastre, de la novela de Goytisolo y Hortelano; y estaba muy mal visto hablar de Sánchez Mazas, de Eugenio Montes, de Rosales, de Panero o de Foxá.
A Foxá yo lo conocía y lo admiraba por sus maravillosas crónicas de ABC, donde a veces aparecía también algún que otro poema suyo ilustrado por Sáenz de Tejada, y cuando entré en contacto con el grupo gaditano de la revista Platero, la poesía del conde tenía entre nosotros entusiastas y epígonos como Julio Mariscal, el poeta de Arcos. Fue entonces cuando tuve acceso a El almendro y la espada, y en ese libro a unos versos que era fácil aprender de memoria, cosa que entonces hacíamos mucho los jóvenes poetas.
Pero Foxá era poeta no sólo en sus versos y en sus crónicas, sino en su teatro, en sus relatos y en el nutrido anecdotario de su vida de diplomático bohemio. En el teatro tuvo éxito con Cui-Ping-Sing, fábula dramática entre la pantomima oriental y la fiaba del también conde Carlo Gozzi, y con Baile en Capitanía, drama romántico en verso con el fondo de las guerras carlistas. En la narrativa publicó en ABC un largo cuento de ciencia-ficción: Hans y los insectos. También publicó otros, alguno trufado en exceso de tópicos taurinos, pero Hans y los insectos raya a muchos codos sobre todos los demás. Dejó a medio hacer una novela de la guerra mundial ambientada en los Balcanes, y hecha del todo Madrid, de corte a checa, que yo llamé una vez “espléndido esperpento frustrado”. En realidad debí decir “espléndido esperpento truncado”, porque las primeras páginas (“Zambra y revuelo en la Cacharrería del Ateneo. Llegaba don Ramón con sus barbas de Padre Tajo, sucio, traslúcido y mordaz. Hablaba a voces contra el general Primo de Rivera…”) no tienen continuidad estilística, y a mí como lector entonces no me bastaba con el homenaje liminar a aquella caricatura literaria, sino que quería seguir por el mismo camino deformante, como si el lenguaje y la sintaxis de Valle-Inclán sonaran bien en otro que no fuera él. A partir de ese momento, Foxá se sale de la literatura y se mete en la realidad, es decir, en lugar de pasarse el resto de la novela entre el Ateneo y los espejos deformantes del callejón del Gato, sale a Puerta Cerrada, a la plazuela de los Carros, a las calles del Conde y del Cordón, a un Madrid castizo próximo al Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Estado, en cuyo Gabinete de Cifra estaba destinado el protagonista, trasunto del autor. El realismo de Foxá en esta novela es un realismo concreto, a diferencia del realismo abstracto de cierta novelística que asoló España a partir de los años 50. Tan concreto es, que al reeditarse el libro más de medio siglo después, lo releía yo en Madrid y me daba un vuelco el corazón al llegar a este párrafo: “Fue a verla; la había refugiado en una portería de la calle de Cervantes, vecina a la casa reconstruída de Lope de Vega. Su ventanuco daba al muro cerrado de las Trinitarias, donde rezumaba el sol triste de la tarde”. Esa casa no es otra que el número 9 de la calle de Cervantes, única de toda esa calle desde cuyo portal se puede ver, al cabo de la calle transversal de Quevedo, el muro de ladrillo de las Trinitarias, que está en la calle paralela de Lope de Vega. Era justamente la casa en que me encontraba yo cuando releía esa descripción tan escueta.
Otro de los relatos de Foxá se titulaba Viaje a los Efímeros, y era una alegoría de la relatividad del tiempo situada entre el cuento filosófico y la ciencia-ficción. En ese país de los Efímeros, el tiempo se acelera vertiginosamente y lo que en nuestro mundo tarda siglos enteros en pasar, pasa allí en unos segundos. A los Efímeros les preocupaba el Tiempo y la Muerte, pero más les preocupaba la operación de reescribir la Historia, de suerte que el efímero Gobierno de turno pudiera desacreditar a todos los Gobiernos que lo habían precedido, tan efímeros como él. ¿Era consciente Foxá de adelantarse a la realidad? ¿O era que en su vagabundaje por las cancillerías había visto lo suficiente para deducir por qué leyes se rigen los regímenes políticos?
No hay hombre de Estado, por grande que sea, cuya obra no deshagan sus herederos. Toda construcción política es perecedera; tiene una duración limitada. Por eso resulta por lo menos grotesco el culto de tal o cual Constitución o Ley Fundamental, cuya letra ponen sus autores por encima del espíritu de la Nación, es decir, algo que es efímero por principio por encima de algo que es permanente por naturaleza.
Estos efímeros de la política nunca están solos, sino que van acompañados por los efímeros de la cultura, y en unos y otros causa enorme desazón el retorno de un eterno, vale decir, de un clásico. Todos los que reaccionaron con rabia o con embarazo ante la reimpresión de Madrid, de corte a checa, son efímeros temerosos del tiempo y de la muerte que además no están muy seguros de que su fama vaya a sobrevivir al ocaso de sus ideologías.
Uno de los efímeros de Foxá, cuyo nombre no diré pues fue muy amigo mío, me comentaba indignado los funerales del conde diciendo que parecía que se hubiera muerto Lope de Vega. Este efímero, que poco antes de morir cosechó importantes laureles, es harto improbable que tenga un retorno como el que tiene Foxá, y es que Foxá nunca se fue, como creo haber demostrado más arriba. El retorno espectacular de Foxá obedece a un cálculo mercantil. El editor contó con cierto reflujo hacia la verdad histórica y el gusto literario después de algunos años de mal gusto y de mentiras políticas, y resulta que acertó y el libro de Foxá figuraría entre los libros más vendidos. Agustín de Foxá es el único autor duradero que figura en una lista formada exclusivamente por escritores efímeros. Hasta ahora, yo concebía el Infierno como una biblioteca formada por los libros más vendidos actualmente en los diversos idiomas que conozco.
Más de una vez he dicho que el humor es uno de los grandes conservantes de la literatura, un conservante que, por definición, no está al alcance de los efímeros. Estos en cambio usan un producto que les da mucho resultado a corto plazo, que es el lubricante; el lubricante es para los efímeros lo que el conservante para los duraderos. No hay efímero que no pase lo que yo llamo la prueba de la baba: de la baba política y de la baba lúbrica, y a esa doble prueba ha de someterse hoy por hoy todo el que aspire a figurar en la lista de autores más vendidos, es decir, más jaleados y promocionados.

Comentarios

  1. La decadencia siempre acelera el flujo del Tiempo, de ahí que el periodismo (tan bien denunciado por Lassalle y Kraus), el espectáculo (tan bien denunciado por Debord) y ya últimamente la síntesis panóptica (alusión a lo más lúcido y profético, a mi juicio, de Foucault) de todo ello, con el añadido de la instantaneidad de (in)comunicación que implica Internet (en sus peores reflejos -los mejores ya los encarnamos unos pocos en rincones como el presente-), nos lleven a un vértigo parkinsoniano previo a la parálisis total por exceso de velocidad, como en aquella escalofriante película, DESPERTARES, donde la velocidad y el colapso acaban por aunarse.

    ResponderEliminar
  2. Telegrama de Foxá desde el Parnaso: "Gracias, Torrijos. Subidos aquí diez peldaños de golpe."

    ResponderEliminar
  3. Qué bonito resulto el acto. La grandeza de Aquilino Duque bajo la sencillez de un árbol. La profundidad de Antonio Rivero Taravillo, bajo las estrellas. Las señoras mayores sentadas en sillas traídas de alguna casa. Los menos jóvenes y los universitarios en pie. Cuánta dignidad, cuánta grandeza.

    Ayer fue la hora de los enanos.

    Gracias, Don Aquilino.

    ResponderEliminar
  4. Me hubiera gustado estar allí. Excelente semblanza.

    ResponderEliminar
  5. El texto —nada efímero— me ha parecido magnífico por iluminador.
    A los sectarios e/o ignorantes habremos de agradecerles que con sus actos nos están dando la razón.


    .

    ResponderEliminar
  6. La distinción entre lubricantes y conservantes es extraordinaria. ¡Gracias!

    ResponderEliminar
  7. Gracias de nuevo, Aquilino, por tu serena y mordaz inteligencia, ante la que el sectarismo inculto de los enanos se agiganta, tu perfil sentado bajo el arbol quedará para la historia de la ignominia en esta ciudad de efímeros.
    Javier Compás

    ResponderEliminar
  8. La medida de mi indignación es sólo comparable a la admiración que me suscita la charla bajo las estrellas.

    ResponderEliminar
  9. Siento vergüenza por lo sucedido.
    Un abrazo.
    José María

    ResponderEliminar
  10. Anónimo04:34

    Fué una noche campamental.

    Estuvo magnífico Aquilino.

    ResponderEliminar
  11. Lamento mucho lo ocurrido y me avergüenzo de que esas prohibiciones sucedan aquí. Y me alegro de que siguieseis adelante con el acto. Bravo por vosotros y por Foxá.

    ResponderEliminar
  12. A mí también me hubiese gustado estar allí. Abrazo.

    ResponderEliminar
  13. Y a mi también. Gran tarde. Y gran crítica hoy.

    ResponderEliminar
  14. http://www.ellibrepensador.com/2009/10/08/no-rebuznaron-en-balde/

    Me parece que los hechos acontecidos en Sevilla aconsejan que los concejales españoles acaben la EGB (he dicho la EGB, porque si estudian la ESO, van a seguir igual).
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  15. Al menos una tv de ámbito nacional, INTERECONOMIA, parece solidarizarse contra la afrenta. Acabo de verlo en la tertulia gatuna, en la repetición matutina de TRIBUNAL TV.

    ResponderEliminar
  16. ¡Bravo!

    Y pensar, que después que yo me muera
    Torrijos prohibirá mis homenajes....

    Un abrazo y enhorabuena maestro!

    ResponderEliminar
  17. Foxá sigue ganando batallas después de muerto y mostrando el verdadero «talante» de quienes dicen luchar por los derechos pero callan a los poetas. Mil enhorabuenas a los promotores, y especialmente a Don Aquilino por sus estupendas palabras.Ojalá hubiese podido estar allí.

    ResponderEliminar
  18. Estimado maestro, me sumo, con retraso, al homenaje a Foxa. Me hubiera gustado estar allí, con un grupo de personas sensibles y tolerantes, testimonio vivo de que la inteligencia es ahora minoritaria y la burricie, colectiva.

    ResponderEliminar
  19. ¡¡Pero qué me he perdido!! Debió de ser tremendo escuchar a D. Aquilino allí, bajo las estrellas y a la sombra delos árboles en Los Remedios, glosando y disertando sobre FOXA... ¡Qué gratísimo espectáculo debió de constituir el homenaje.
    Mi reproche a D. Aquilino: pero ¿por qué no comunicó ud. aquí ese acto fechas antes?
    Perderme estas cosas me cabrea...
    Felicidades Sr. Duque; sigue ud. brillando en este brumoso panorama que nos rodea.

    ResponderEliminar
  20. Esta vez los desenterradores han dado con una Foxá con el muerto vivo.
    ¡Uh, qué miedo!

    Abrazos, Aquilino.

    ResponderEliminar
  21. Aquilino, como decías el otro día, esto sólo ocurría en el 34. Algún tonto llegó a decir que Foxá era un escritor mediocre. Quién no lo es a su lado. Pero es que hasta un escritor mediocre -que no es el caso- merece un homenaje. Nunca ha estado Foxá más vivo que en estos días.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  22. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  23. Conde Ciano: “Pero hombre Foxá, siempre bebiendo, ¿no ve que la bebida lo va a matar?”.
    Foxá: “Toma, y a usted Marcial Lalanda”

    ... ¡ Impresionante ! ...

    ResponderEliminar
  24. Felicidades. Magnífico y agudo texto.
    Ayer comenté lo de la censura en mi blog y, efectivamente, coincido en que al final fue un favor.
    http://carlosjaviergalan.blogspot.com/2009/10/prohiban-por-favor.html
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  25. Excelente entrada. Acabo de enlazarla en mi blog, La biblioteca fantasma.

    ResponderEliminar
  26. MENUDO ÉXITO DE AQUILINO CON RESONANCIA EN PRENSA NACIONAL, Y RIDÍCULO TOTAL DE LOS RADICALES DE IZQUIERDA, QUE SE HAN RETRATADO EN SU INTOLERANCIA

    ResponderEliminar
  27. Estimado Aquilino: el cerrilismo revanchista de la camarada Medrano al menos ha servido para dar cierta visibilidad a la memoria y recuerdo del gran Foxá.

    He recogido el acto en mi blog.

    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares