Memoria histérica

enrique garcía-máiquez


Memoria selectiva





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LA irracionalidad política de la Ley de la Memoria Histórica la explicaba ayer en estas páginas Pilar Cernuda. Por lo visto, incluso en el propio Gobierno hay quienes ven peligroso un proyecto que escuece innecesariamente a media nación. La pregunta clave, como siempre, es por qué. La respuesta es que Zapatero y la izquierda anacrónica que le azuza quieren ganar la Guerra Civil del 36. Ni ustedes ni yo ni nadie sabíamos que la guerra seguía su curso. Nos habíamos creído la reconciliación nacional, la construcción del futuro común y la modélica transición.
Sacar a estas alturas a Franco al campo de batalla recuerda a lo del Cid en Valencia. Entonces se trató de que el cadáver del Campeador venciese y hoy se trata de derrotar a Franco, pero, en ambos casos, traer a un militar del reino de los muertos para que libre una última batalla ofrece unos ecos épicos que pasman. La ley recuerda igualmente a un febril don Juan Tenorio retando en el cementerio a la estatua del Comendador. Estas cosas no suelen acabar bien.

Para empezar, se hace el caldo de cultivo a historiadores como Pío Moa o Ricardo de la Cierva, que han defendido que hasta que la derecha no asuma el franquismo, con sus sombras y sus luces, estará en inferioridad de condiciones frente a una izquierda que se ha revestido con la túnica de la lucha contra la dictadura. La derecha había optado por la amnesia vergonzante, pero la presión que está insuflando Zapatero la obligará a mirar hacia atrás. Y entonces la izquierda también perderá parte de su aureola, pues lo cierto es que tuvo graves responsabilidades en el desencadenamiento de la guerra, ejerció una cruel represión, su ineptitud supuso una ayuda inestimable para la victoria del bando nacional, la posterior resistencia al franquismo brilló por su insignificancia y las colaboraciones con el régimen de algunos prohombres actuales de la izquierda fueron notorias.

La ley, además, resulta paradójica en cuanto que pretende recuperar una memoria que no se ha perdido. O sea, que pretende cambiárnosla. Será difícil, porque, aunque para muchos nuestro primer recuerdo público es, significativamente, la muerte de Franco, todos hemos convivido con quienes asistieron a aquel período y todavía hemos oído testimonios de primera mano.

Para colmo, esta memoria por imperativo legal no sólo es selectiva con las víctimas (unas buenas y otras no), sino también con las fechas. Asombra tanto interés por aquel momento concreto de nuestra larga historia cuando el Gobierno no ha hecho demasiado por impulsar el estudio de la Historia ni, en general, de las Humanidades. ¿Habrá que esperar a que Zapatero quiera volver las tornas de la batalla de Lepanto para que nuestros bachilleres oigan hablar de la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros?














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