Babelia, acto fallido
El Cervantes y la U.R.S.I
El Instituto Cervantes es una cosa así como el Puente del 25 de Abril y la paga extraordinaria de julio. Tanto el Instituto como el Puente existían desde mucho antes de ser rebautizados. Al Puente sobre el Tajo se le conoció durante muchos años como Puente de Salazar; a la paga como paga del 18 de julio, y al Instituto Cervantes, como Instituto Español de Lengua y Literatura. Hay que agradecer a los socialistas en particular la nueva denominación, como hay que agradecer a la democracia en general que el premio Cervantes, hasta entonces reducido a la narrativa de la Península e islas adyacentes y dotado con relativa modestia, abarcara otros géneros literarios, se ampliara a los “españoles de ambos hemisferios”, como se decía en las Cortes de Cádiz, y rivalizara por su dotación con el Nobel.
Yo he tenido el honor de ocupar la tribuna del Instituto antes y después del cambio de nombre. Aún con el nombre antiguo lo hice en el de Roma y en el de Londres, invitado en éste por Fernando Serrano-Súñer, consejero cultural de la Embajada, y en aquél por sus directores sucesivos Eugenio Montes y Manuel Sito Alba, a quien quisiera dedicar un especial recuerdo, pues fue la suya una gestión de gran brillantez, aunque no coronara sus esfuerzos la transformación del Instituto, como él quería, en colegio universitario como el de San Clemente de Bolonia. Luego, en la nueva época y gracias a que otro amigo, el marqués de Tamarón, fuera nombrado director, tuve la oportunidad de recorrer varios Institutos en Europa y Ultramar. En todos ellos fui acogido, en el peor de los casos, con corrección, y en todos o casi todos pude observar que el nuevo Instituto difería del antiguo en algo más que en el nombre. En uno de ellos, concretamente el de Munich, me presentaron muy ufanos a un auxiliar de biblioteca que figuraba en nómina como “objetor de conciencia”, y desde entonces me vienen enviando el tríptico de sus actividades, centradas mayormente en lo que, con lenguaje oficial, se conoce por “la España plural” y “la memoria histórica”. Dicho de otro modo, en el mentado Instituto se fomenta la literatura escrita en lo que Gregorio Salvador denomina “lenguas de España” y el revanchismo revenido de la guerra civil. La España que se fomenta, pues, es en todo caso la España de Almodóvar, por no decir la anhelada URSI, o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, siglas que brindo a todos aquellos a quienes les resulta ofensiva la palabra “España” y que dan mil rodeos para evitarla. No deja de ser significativo, por cierto, que el suplemento literario más leído por estas gentes se llame Babelia. Freud diría que es un caso típico de acto fallido.
El Instituto Cervantes es una cosa así como el Puente del 25 de Abril y la paga extraordinaria de julio. Tanto el Instituto como el Puente existían desde mucho antes de ser rebautizados. Al Puente sobre el Tajo se le conoció durante muchos años como Puente de Salazar; a la paga como paga del 18 de julio, y al Instituto Cervantes, como Instituto Español de Lengua y Literatura. Hay que agradecer a los socialistas en particular la nueva denominación, como hay que agradecer a la democracia en general que el premio Cervantes, hasta entonces reducido a la narrativa de la Península e islas adyacentes y dotado con relativa modestia, abarcara otros géneros literarios, se ampliara a los “españoles de ambos hemisferios”, como se decía en las Cortes de Cádiz, y rivalizara por su dotación con el Nobel.
Yo he tenido el honor de ocupar la tribuna del Instituto antes y después del cambio de nombre. Aún con el nombre antiguo lo hice en el de Roma y en el de Londres, invitado en éste por Fernando Serrano-Súñer, consejero cultural de la Embajada, y en aquél por sus directores sucesivos Eugenio Montes y Manuel Sito Alba, a quien quisiera dedicar un especial recuerdo, pues fue la suya una gestión de gran brillantez, aunque no coronara sus esfuerzos la transformación del Instituto, como él quería, en colegio universitario como el de San Clemente de Bolonia. Luego, en la nueva época y gracias a que otro amigo, el marqués de Tamarón, fuera nombrado director, tuve la oportunidad de recorrer varios Institutos en Europa y Ultramar. En todos ellos fui acogido, en el peor de los casos, con corrección, y en todos o casi todos pude observar que el nuevo Instituto difería del antiguo en algo más que en el nombre. En uno de ellos, concretamente el de Munich, me presentaron muy ufanos a un auxiliar de biblioteca que figuraba en nómina como “objetor de conciencia”, y desde entonces me vienen enviando el tríptico de sus actividades, centradas mayormente en lo que, con lenguaje oficial, se conoce por “la España plural” y “la memoria histórica”. Dicho de otro modo, en el mentado Instituto se fomenta la literatura escrita en lo que Gregorio Salvador denomina “lenguas de España” y el revanchismo revenido de la guerra civil. La España que se fomenta, pues, es en todo caso la España de Almodóvar, por no decir la anhelada URSI, o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, siglas que brindo a todos aquellos a quienes les resulta ofensiva la palabra “España” y que dan mil rodeos para evitarla. No deja de ser significativo, por cierto, que el suplemento literario más leído por estas gentes se llame Babelia. Freud diría que es un caso típico de acto fallido.
También es significativa la denominación de otro de los suplementos del diario que no depende de la mañana (El País de las Tentaciones).
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