Un chiste macabro
En un mundo en el que, como si tal cosa, se derriban aviones de pasajeros, se vuelan restaurantes, se incendian escuelas, se asesina a mansalva y se secuestra y se tortura física y moralmente, existe una entidad, llamada Amnistía Internacional, que se desvela, se desvive y se despepita la pobre para que los autores de esos desmanes, siempre y cuando estén animados de ciertos móviles políticos, no sean ejecutados ni torturados ni encarcelados, sino tratados como sujetos por excelencia de derechos humanos, de esos mismos derechos a los que sus víctimas no han sido dignas de tener derecho. Evidentemente, Amnistía Internacional no se fundó para condenar el delito, sino para proteger al delincuente. Amnistía Internacional es una cosa así como la Sociedad Protectora de Animales, y a nadie se le ocurriría acudir a esta benemérita institución a curarse del mordisco de un perro o de la coz de un burro. Un delincuente es, o era, un sujeto que se pone fuera de la ley, fuera de todo derecho, pro una vez la ley le echa el guante, queda sometido a ella, queda bajo su imperio, al menos en los Estados de Derecho, y ha de expiar su quebrantamiento, su incumplimiento, y a la vez queda bajo su protección en lo que a garantías procesales se refiere.
Puede que mis ideas jurídicas estén algo anticuadas. De todos modos, lo que acabo de decir acaso en algunos países se tenga todavía en cuenta en el caso de los delitos comunes, pero dudo mucho de que resulte ya de recibo en el caso de los delitos políticos. En el caso de los delitos políticos - y conste que me estoy refiriendo exclusivamente a los delitos de sangre - tiene hoy en día menos importancia el castigo del delincuente que su protección jurídica, protección que se plasma en indultos, sobreseimientos y “reinserciones” a granel. Este brusco desequilibrio entre el castigo y la protección, a favor de la protección, por supuesto, sólo puede significar jurídicamente una cosa, y es que el Estado de Derecho no está tan seguro de su buen derecho como los delincuentes políticos del suyo; en el plano moral es consecuencia de un indiferentismo a ultranza que hace consistir la justicia en la equiparación absoluta del bien y del mal, indiferentismo en el que incurren incluso ministros de la Santa Madre Iglesia, muy propensos a olvidar lo que San Juan dice de los tibios. Esto por no hablar de otros ministros del Señor que se enfundan con un celo sospechoso la toga de abogados del Diablo. El resultado en cualquier caso es que la noción del delito punible deja paso a la del delito premiable.
De sobra sé que en materia de delitos políticos no es lícito generalizar, y que un presunto delito político es más o menos grave, es más o menos delito según se contemple a la luz del derecho o a la luz de la jurisprudencia de Nuremberg. La jurisprudencia de Nuremberg no fue más que el acto final de una guerra en la que, como suele ocurrir en estos casos, los vencedores castigaron a los vencidos haciendo tabla rasa de toda ciencia jurídica pasada, presente y por venir. Por muy antijurídico que fuera el que los jueces tipificaran sobre la marcha unos delitos que no estaban tipificados en ninguna ley, también es verdad que la fuente del derecho es muchas veces la fuerza, y que en aquella ocasión la fuerza la tenían quienes hicieron mangas y capirotes del derecho para dar una semblanza jurídica a un sencillo acto de guerra. Como saben muy bien los polemólogos, son incontables las ocasiones en la historia de la humanidad en que los vencedores pasan a cuchillo a los vencidos; la novedad de Nuremberg estuvo en hacer que ese acuchillamiento sentara jurisprudencia, y así fue cómo se introdujo la ley del embudo en el derecho penal internacional. Ya existía la jurisprudencia de Nuremberg, por lo menos in fieri, cuando se arrojaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, pero como ya existía la ley del embudo, nadie calificó de genocidio esos actos de guerra. Y es que en Nuremberg, más que los delitos en sí de los vencidos, lo que se castigó fue los móviles ideológicos de esos delitos; se castigó y se proscribió a perpetuidad una ideología, la fascista, que Benedetto Croce calificó de enfermedad moral juntamente por cierto con el marxismo. Aun admitiendo que fascismo y marxismo sean las únicas enfermedades morales en el terreno político, que no lo son, lo cierto es que una enfermedad moral no se la proscribe legalmente, sino se la trata o se la mitiga. Me aclaro. Enfermedades morales son también la piromanía y la homosexualidad, pero el que las padece no puede ser un proscrito por el mero hecho de padecerlas, sino por cometer delitos que puedan o no tener su origen en su condición patológica. Mientras el mundo exista habrá racistas, comunistas, maniáticos, fanáticos, etc., etc., y lo que la sociedad tiene que hacer con sus leyes es evitar que “se realicen” en el crimen. Lo que no puede hacer es prohibirles ni impedirles ser lo que fatalmente son. A la democracia liberal, que también puede llegar a ser una enfermedad moral, no se la puede proscribir por el mero hecho de que en 1945 un demócrata borrara del mapa dos ciudades japonesas.
A mí me parece muy mal que los alemanes metieran en campos de concentración a los judíos como me parece muy mal que los cubanos metan en campos de concentración a los homosexuales, pero por mal que todo ello me parezca, en el mundo seguirá habiendo simpatizantes del nacionalsocialismo y del marxismo-leninismo, y eso no lo puede impedir ni reprimir ningún código ni ningún tribunal ni ningún Estado; lo que sí pueden y deben impedir, y castigar, es que los simpatizantes de esas ideologías, o de otras cualesquiera, o de ninguna, atenten contra la vida del prójimo o contra la paz del territorio, que es como se dice “orden público” en alemán.
Alguna vez he dicho, y lo repito ahora, que nuestra civilización acusa síntomas alarmantes de senilidad, pues del mismo modo que el anciano olvida dónde dejó las gafas hace media hora pero conserva una memoria fotográfica de lo ocurrido en su niñez, nosotros acreditamos una memoria de elefante para delitos ocurridos hace medio siglo y en cambio amnistiamos, es decir, olvidamos los perpetrados hace veinticuatro horas. He aquí por qué, Amnistía Internacional, criatura senil de la jurisprudencia de Nuremberg, no se opone ni tiene por qué oponerse a la caza de nazis octogenarios o nonagenarios o muertos incluso, pues ni en los cementerios están a salvo, como pudo verse en el escándalo por la visita de Reagan al cementerio de guerra alemán de Bitburg, y en cambio se desoreja y se descuerna por aliviar la suerte o poner en libertad a delincuentes políticos convictos y confesos que están en la flor de la edad y dispuestos a seguir matando por sus ideas en cuanto salgan a la calle. A seguir matando sin cuartel. Amnistía Internacional no hace más que pedir cuartel para los que hacen la guerra sin cuartel. Amnistía Internacional es un chiste macabro.
Puede que mis ideas jurídicas estén algo anticuadas. De todos modos, lo que acabo de decir acaso en algunos países se tenga todavía en cuenta en el caso de los delitos comunes, pero dudo mucho de que resulte ya de recibo en el caso de los delitos políticos. En el caso de los delitos políticos - y conste que me estoy refiriendo exclusivamente a los delitos de sangre - tiene hoy en día menos importancia el castigo del delincuente que su protección jurídica, protección que se plasma en indultos, sobreseimientos y “reinserciones” a granel. Este brusco desequilibrio entre el castigo y la protección, a favor de la protección, por supuesto, sólo puede significar jurídicamente una cosa, y es que el Estado de Derecho no está tan seguro de su buen derecho como los delincuentes políticos del suyo; en el plano moral es consecuencia de un indiferentismo a ultranza que hace consistir la justicia en la equiparación absoluta del bien y del mal, indiferentismo en el que incurren incluso ministros de la Santa Madre Iglesia, muy propensos a olvidar lo que San Juan dice de los tibios. Esto por no hablar de otros ministros del Señor que se enfundan con un celo sospechoso la toga de abogados del Diablo. El resultado en cualquier caso es que la noción del delito punible deja paso a la del delito premiable.
De sobra sé que en materia de delitos políticos no es lícito generalizar, y que un presunto delito político es más o menos grave, es más o menos delito según se contemple a la luz del derecho o a la luz de la jurisprudencia de Nuremberg. La jurisprudencia de Nuremberg no fue más que el acto final de una guerra en la que, como suele ocurrir en estos casos, los vencedores castigaron a los vencidos haciendo tabla rasa de toda ciencia jurídica pasada, presente y por venir. Por muy antijurídico que fuera el que los jueces tipificaran sobre la marcha unos delitos que no estaban tipificados en ninguna ley, también es verdad que la fuente del derecho es muchas veces la fuerza, y que en aquella ocasión la fuerza la tenían quienes hicieron mangas y capirotes del derecho para dar una semblanza jurídica a un sencillo acto de guerra. Como saben muy bien los polemólogos, son incontables las ocasiones en la historia de la humanidad en que los vencedores pasan a cuchillo a los vencidos; la novedad de Nuremberg estuvo en hacer que ese acuchillamiento sentara jurisprudencia, y así fue cómo se introdujo la ley del embudo en el derecho penal internacional. Ya existía la jurisprudencia de Nuremberg, por lo menos in fieri, cuando se arrojaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, pero como ya existía la ley del embudo, nadie calificó de genocidio esos actos de guerra. Y es que en Nuremberg, más que los delitos en sí de los vencidos, lo que se castigó fue los móviles ideológicos de esos delitos; se castigó y se proscribió a perpetuidad una ideología, la fascista, que Benedetto Croce calificó de enfermedad moral juntamente por cierto con el marxismo. Aun admitiendo que fascismo y marxismo sean las únicas enfermedades morales en el terreno político, que no lo son, lo cierto es que una enfermedad moral no se la proscribe legalmente, sino se la trata o se la mitiga. Me aclaro. Enfermedades morales son también la piromanía y la homosexualidad, pero el que las padece no puede ser un proscrito por el mero hecho de padecerlas, sino por cometer delitos que puedan o no tener su origen en su condición patológica. Mientras el mundo exista habrá racistas, comunistas, maniáticos, fanáticos, etc., etc., y lo que la sociedad tiene que hacer con sus leyes es evitar que “se realicen” en el crimen. Lo que no puede hacer es prohibirles ni impedirles ser lo que fatalmente son. A la democracia liberal, que también puede llegar a ser una enfermedad moral, no se la puede proscribir por el mero hecho de que en 1945 un demócrata borrara del mapa dos ciudades japonesas.
A mí me parece muy mal que los alemanes metieran en campos de concentración a los judíos como me parece muy mal que los cubanos metan en campos de concentración a los homosexuales, pero por mal que todo ello me parezca, en el mundo seguirá habiendo simpatizantes del nacionalsocialismo y del marxismo-leninismo, y eso no lo puede impedir ni reprimir ningún código ni ningún tribunal ni ningún Estado; lo que sí pueden y deben impedir, y castigar, es que los simpatizantes de esas ideologías, o de otras cualesquiera, o de ninguna, atenten contra la vida del prójimo o contra la paz del territorio, que es como se dice “orden público” en alemán.
Alguna vez he dicho, y lo repito ahora, que nuestra civilización acusa síntomas alarmantes de senilidad, pues del mismo modo que el anciano olvida dónde dejó las gafas hace media hora pero conserva una memoria fotográfica de lo ocurrido en su niñez, nosotros acreditamos una memoria de elefante para delitos ocurridos hace medio siglo y en cambio amnistiamos, es decir, olvidamos los perpetrados hace veinticuatro horas. He aquí por qué, Amnistía Internacional, criatura senil de la jurisprudencia de Nuremberg, no se opone ni tiene por qué oponerse a la caza de nazis octogenarios o nonagenarios o muertos incluso, pues ni en los cementerios están a salvo, como pudo verse en el escándalo por la visita de Reagan al cementerio de guerra alemán de Bitburg, y en cambio se desoreja y se descuerna por aliviar la suerte o poner en libertad a delincuentes políticos convictos y confesos que están en la flor de la edad y dispuestos a seguir matando por sus ideas en cuanto salgan a la calle. A seguir matando sin cuartel. Amnistía Internacional no hace más que pedir cuartel para los que hacen la guerra sin cuartel. Amnistía Internacional es un chiste macabro.
chapó
ResponderEliminarCopio aquí, simplemente para información de quien desee conocerlo, lo que en la wikipedia puede leerse acerca de Amnistía Internacional. Invito a quien lea a que compare lo leído con lo que Aquilino Duque cuenta en esta entrada, y saque sus propias conclusiones.
ResponderEliminar"Amnistía Internacional (AI) es una organización no gubernamental (ONG) humanitaria que trabaja para promover los derechos humanos en el marco de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otros tratados internacionales. Fundada en 1961 por el abogado británico Peter Benenson.
Benenson estaba leyendo un artículo del diario británico The Observer acerca de dos estudiantes portugueses encarcelados por haber hecho un brindis por la libertad. Esto lo impulsó a publicar en ese mismo diario el 28 de mayo un artículo titulado "Los prisioneros olvidados" (en inglés "The Forgotten Prisoners") llamando a los lectores a efectuar una campaña de correspondencia en apoyo a estos estudiantes. Dicho artículo fue publicado y traducido en otros diarios del mundo. En julio de 1961 se realiza la primera reunión de delegados de Bélgica, Reino Unido, Alemania, Irlanda, Suiza y los Estados Unidos para establecer un movimiento internacional permanente en pro de la defensa de la libertad de opinión y religión.
En 1977 esta organización recibió el Premio Nobel de la Paz.
Los principales objetivos de AI son:
* La liberación de todo prisionero de conciencia (se define un prisionero de conciencia como aquella persona encarcelada por el ejercicio de su derecho a expresar sus creencias políticas o religiosas en forma pacífica);
* Exigencia de juicios justos para los presos políticos;
* La abolición de la tortura y de todo castigo denigrante a los prisioneros;
* Denunciar las desapariciones y asesinatos políticos;
* Abolición de la pena de muerte;
* Condena de abusos tales como la toma de rehenes, la tortura y muerte de prisioneros, así como las matanzas intencionadas y arbitrarias, sin importar quién sea el autor ni con qué fin;
* Asistencia a los exiliados cuyos derechos humanos fundamentales corran riesgo en sus países de origen;
* Cooperar con otras ONG, con las Naciones Unidas y con las organizaciones intergubernamentales de carácter regional;
* Organizar programas de educación en derechos humanos para crear conciencia en el tema".
Por supuesto, uno es libre de creer que todo lo que aquí se cuenta no es más que un mero disfraz, como es libre de creer, qué diría yo, que Martin Luther King (otro premio Nobel de la Paz) era un agente del colonialismo. Las creencias personales, como el propio término lo indica, son cosa de cada uno. Pero, reconozcámoslo, algunas son especialmente raras.
Hay que ver Aquilino la que te ha caido encima. ¡Que le vamos a hacer!, el numero de desocupados es infinito...
ResponderEliminarUn fámulo de la Laica Inquisición, con alma de censor o de comisario político, gasta sus desocupadas horas -que deben de ser muchas- a falta de mejor ocupación, en vigilar lo que escribes y recriminarte acudiendo al corta y pega. Sin duda hace ambas cosas por doctrinarias pasiones y por ausencia de argumentos propios, que no suelen florecer en las testas de embestida, rellenas de pelos y propaganda. A ese lector tontuelo puede serle de utilidad la salvia y la mejorana que, en forma de lavativa y mediante el uso de la preceptiva cánula, aligera el colon de opiniones y doctrinas.
ResponderEliminarLe advertí, primero el spam, ahora la palmeta.
ResponderEliminarLa verdad es que no lo había visto desde ese prisma, pero debo reconocer que me produce este blog una sana evidia ya que, a diferencia del mio, a sido merecedor de un tocapelotas de guardia.
ResponderEliminarCuriosa la unanimidad respecto a mi mucho tiempo libre, y las referencias no desmentidas a mis escasas dotes intelectuales; desde luego, al lado de los argumentos (con laxante incluido) de quienes así me zahieren, poco pueden lucirse. Sólo añadiré una cosa, para no atormentar más a quien me lea: en la entrada del 10 de Mayo ("Una remembranza de interés") están debidamente expresados mi admiración y mi respeto por Aquilino Duque. Claro que esta obvia contradicción (según mis críticos, parece claro que dicho respeto conlleva el abstenerse de la discrepancia más leve), procederá sin duda de lo mismo: mis graves limitaciones intelectivas. Qué le vamos a hacer.
ResponderEliminarEl problema nunca es la discrepancia, son las lecciones, no pedidas, no necesitadas, con las que satisfacen sus necesidades de adoctrinarnos los que, de este modo, considéran que no somos seres pensantes con opiniones propias. El problema es siempre que bajo el prisma del respeto a la opinión ajena se aféa la conducta, se retira el salvoconducto de demócrata, se viene, en fín, no a aportar un dato, a enriquecer una discusión, sino a censurar lo escrito.
ResponderEliminarHace tiempo que aprendí que en las opiniones son como las nalgas, todos tenemos un par de ellas... pero a diferencia de usted, yo nunca iré a su blog a decirle como tienen que ser las suyas.
Parece que "Marmotino" y yo no leemos en el mismo idioma. En el que yo leo, Aquilino Duque ha expuesto, y no precisamente con timidez, una opinión; yo, movido por el respeto que le tengo, no he querido exponer abiertamente la mía, que en buena parte es contraria, y he preferido limitarme a copiar unos datos que la contrastan. En el que lee él, hacer eso es intentar "adoctrinar" a Aquilino (¿?), y supongo que a los demás que lean. (Además de "afear la conducta", "retirar el salvoconducto de demócrata", y otras asombrosas atrocidades). Dado lo infinitamente que difieren los idiomas respectivos, sólo con timidez me aventuro a asegurar que ni yo he hecho (conscientemente, al menos) ninguna de esas cosas, ni me atrevería, ni tengo el menor deseo de hacerlas. Pero sabe Dios qué faltas de respeto y muestras de prepotencia no resultarán de mis palabras, traducidas a su lengua; por esa desconfianza digo lo de "tímidamente".
ResponderEliminarY, en fin, me asegura que nunca irá a mi blog (que no existe) a decirme cómo tienen que ser mis opiniones. Tampoco yo, ni al suyo ni al de nadie. Y menos al de Aquilino Duque, al que como ya he dicho respeto de veras.
La verdad, me siento como una especie de Alicia que se hubiese aventurado a hacer un comentario (discrepante, eso sí, pero con total inocencia), y hubiese escuchado en respuesta por parte de la Reina Roja (creo que era ella): "¡Que le corten la cabeza!". Tiene que ser, insisto y termino, que mis palabras no son comprendidas..., o una susceptibilidad tal a la discrepancia, que ve colmillos y garras (cuando no puñales y ametralladoras) allí donde sólo hay una opinión diferente. Con un poco de calma, me parece, ganaríamos todos.
No deseo don José enzarzarme en una estéril discusión. Si mis palabras le han molestado le ruego me disculpe. Asumir que no sabíamos lo que es Amnistía Internacional hasta el extremo de tener que copiarnos un artículo de la wikipedia (algo que entendí como un sarcasmo) para luego invitarnos a reconocer que algunas ideas (como las expuestas en este artículo, supongo) son algo "raras" (tales como creer que Luther King era un agente del colonialismo) me llevó a malinterpretarle.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de la calma, ante determinados tocapelotas y le ruego que no se incluya en el término, pues ha dejado claro que no pertenece a ese grupo, suelo perderla... Errare humanun est y soy de natural gruñón.
Por lo demás aunque no respete las ideas, acepto la culpa cuando se me recrimina no haber respetado a las personas.
Si se ha sentido ofendido, creame que lo siento.
Agradezco a Marmotino sus disculpas, que desde luego acepto, y créame que no me ha molestado en absoluto lo que me decía (uno tiene ya sus años, y ha visto casi de todo), aunque sí asombrado un poco, ya que honestamente no creía merecerlo. Si yo copié el texto de la wikipedia es porque creo de veras que la visión que Aquilino Duque daba de Amnistía Internacional es una manera de verla muy particular suya, que desde luego no coincide ni con los fines que la organización ha declarado siempre (recalco especialmente el punto que dice: "Condena de abusos tales como la toma de rehenes, la tortura y muerte de prisioneros, así como las matanzas intencionadas y arbitrarias, sin importar quién sea el autor ni con qué fin"), ni con sus prácticas, reconocidas internacionalmente en muchas y variadas maneras, de las cuales el Premio Nobel de la Paz es sólo la más notoria. Que él no acepte como reales aquellos fines, ni como merecidos estos reconocimientos, no debería ser obstáculo, imagino, para que quienes no estamos de acuerdo con su opinión podamos manifestarlo así.
ResponderEliminarAcabo de entrar en el blog de "el zurdo", cosa que no se me había ocurrido hacer hasta ahora, y sólo escribo esta nota para declarar mi admirativo asombro. Ciertamente, el ser humano es la criatura más imprevisible que exista bajo los cielos. Que "el zurdo", con las ideas políticas que manifiesta, fuera "ése" zurdo, el de Paraíso y demás historias, no se me hubiera podido ocurrir en la vida.
ResponderEliminarSupongo, dado que su lucidez da ciertamente para mucho más, que será consciente de que en una España gobernada como al parecer a él le gustaría verla gobernada, habría de tener muy serias dificultades para manifestar no pocos aspectos de su personalidad poliédrica..., y que hasta podría considerar una suerte que los problemas con que irremediablemente habría de encontrarse se quedaran en tan poco.
En fin, cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras (aunque la expresión sea apócrifa, me viene ahora de molde); este guijarro en particular no ha sabido resistirse a la tentación de anotar aquí su asombro.
Qué buen rato he pasado con este artículo. Ha destapado usted el tarro. Enhorabuena.
ResponderEliminar