La leyenda lila
Desde que las Cortes de Cádiz proclamaron que los españoles de ambos hemisferios eran o iban a ser, gracias a ellas, justos y benéficos, el siglo XIX fue en la Península y Ultramar una lucha incesante por la justicia y la beneficencia. Esa lucha tuvo muchos altibajos y quien mejor los relata es Galdós, el liberal Galdós en sus Episodios nacionales. Sus objetivos se alcanzaron en la Península dos veces, con las dos Repúblicas de felice recordación, según unos, y con las dos Restauraciones de recordación no menos feliz, según otros. Esta última cae fuera ya del ámbito galdosiano, como caen las dos brutales interrupciones de la normalidad constitucional monárquica y republicana en el siglo XX.
Llamar normalidad constitucional a lo que había en España en septiembre de 1923 y en julio de 1936 no es humor negro: es humor lila, y ese humor ha venido a sustituir al tradicional humor británico en el discipulado de don Raimundo Carr, ese eximio hispanista vergonzante, que declara con orgullo que una de sus fuentes históricas más fidedignas es la novelística, pero no una novelística cualquiera, sino nada menos que la de Umbral y Delibes. Parece ser que estos novelistas han tenido la prudencia de desmarcarse de tan entusiasta lector. Yo, que no soy historiador, sino un mero curioso impertinente, pongo en segundo lugar de mis fuentes, después de la memoria, a Galdós y a Baroja, seguro como estoy de que no se me van a desmarcar.
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