El pollo tricéfalo. Enrique García-Máiquez. Diario de Sevilla
EL POLLO TRICÉFALO
Yo a Manuel Chaves le veo cara de intelectual; que tal vez fuese un artículo
mío lo que le animó a reclamar a última hora la realidad nacional de
Andalucía, porque si no, no se entiende. Escribí que, con la nación
catalana, nueva pareja de hecho de la española de toda la vida, tendríamos
que cambiar el escudo del Reino por el águila bicéfala de los Austrias, pero
en tamaño gripe aviar: un pollo con dos cabezas, una por nación. Puede que
Chaves pensara que, si es por cabezas, la nuestra es la tercera realidad
nacional, por lo menos.
Al sabio pueblo andaluz nada de esto le gusta, pero apenas protesta. En eso
se ve que es pueblo, en que se deja gobernar. Quienes se preocupan, más allá
de las ferias y las hipotecas, son las élites. En democracia todo el mundo
debería ser élite, y enjuiciar con firmeza las ocurrencias de sus
dirigentes, pero no. Sin embargo, cuando el paciente pueblo, de aquí a diez
años, se dé cuenta de dónde nos estamos metiendo, se podría montar una
gorda, como de memoria histórica.
Para empezar, lo de las realidades nacionales es mal negocio. Instaura el
egoísmo entre regiones, de modo que las más ricas se quedan con más y las
menos, con menos, en una quiebra del principio de solidaridad que
escandalizaba a Félix Bayón. Es además un negocio tonto, como señala Iñaki
Ezquerra, porque nos da lo que ya teníamos, Andalucía, a cambio de que
renunciemos a lo que es de todos, que es España, o sea, a Cataluña, al País
Vasco, a Galicia…
Aun así, lo más grave de estas realidades nacionales es que no son reales.
Cualquiera está, por supuesto, en su derecho de ser nacionalista, pero no
mentiroso. La pancarta de “Catalonia is not Spain” es reprobable más que
nada porque Cataluña, al menos hasta ahora, es España. Si en vez de mentir
dijese “I wish Catalonia weren’t Spain”, estaría hablando de deseos, que son
libres. Los nuevos estatutos se están construyendo, no sólo según el deseo
de unas minorías, que ya es malo, sino sobre unas naciones de realidad
virtual, que es peor. Sobre la mentira no se levanta nada firme, entre otras
cosas, porque genera violencia. Quien miente necesita que todos comulguen
con ruedas de molino. Un solo niño que diga que el rey va desnudo, y el
engaño se desvanece: por tanto, hay que acallar al niño.
Los nacionalismos son, pues, peligrosos; pero el andaluz conlleva un riesgo
añadido. Para no ser españoles, tendremos que rebuscar la identidad nacional
en el pasado andalusí, como los vascos en la raza y los catalanes en la
lengua. Si lo hiciéramos, transplantaríamos a nuestra tierra el choque de
civilizaciones, que es, desgraciadamente, lo que hoy por hoy se produce al
combinar el mundo occidental con la cosmovisión musulmana. Los políticos,
aquí, como en el resto de España, la van liando. Poco a poco, están montando
un pollo: el pollo tricéfalo.
Yo a Manuel Chaves le veo cara de intelectual; que tal vez fuese un artículo
mío lo que le animó a reclamar a última hora la realidad nacional de
Andalucía, porque si no, no se entiende. Escribí que, con la nación
catalana, nueva pareja de hecho de la española de toda la vida, tendríamos
que cambiar el escudo del Reino por el águila bicéfala de los Austrias, pero
en tamaño gripe aviar: un pollo con dos cabezas, una por nación. Puede que
Chaves pensara que, si es por cabezas, la nuestra es la tercera realidad
nacional, por lo menos.
Al sabio pueblo andaluz nada de esto le gusta, pero apenas protesta. En eso
se ve que es pueblo, en que se deja gobernar. Quienes se preocupan, más allá
de las ferias y las hipotecas, son las élites. En democracia todo el mundo
debería ser élite, y enjuiciar con firmeza las ocurrencias de sus
dirigentes, pero no. Sin embargo, cuando el paciente pueblo, de aquí a diez
años, se dé cuenta de dónde nos estamos metiendo, se podría montar una
gorda, como de memoria histórica.
Para empezar, lo de las realidades nacionales es mal negocio. Instaura el
egoísmo entre regiones, de modo que las más ricas se quedan con más y las
menos, con menos, en una quiebra del principio de solidaridad que
escandalizaba a Félix Bayón. Es además un negocio tonto, como señala Iñaki
Ezquerra, porque nos da lo que ya teníamos, Andalucía, a cambio de que
renunciemos a lo que es de todos, que es España, o sea, a Cataluña, al País
Vasco, a Galicia…
Aun así, lo más grave de estas realidades nacionales es que no son reales.
Cualquiera está, por supuesto, en su derecho de ser nacionalista, pero no
mentiroso. La pancarta de “Catalonia is not Spain” es reprobable más que
nada porque Cataluña, al menos hasta ahora, es España. Si en vez de mentir
dijese “I wish Catalonia weren’t Spain”, estaría hablando de deseos, que son
libres. Los nuevos estatutos se están construyendo, no sólo según el deseo
de unas minorías, que ya es malo, sino sobre unas naciones de realidad
virtual, que es peor. Sobre la mentira no se levanta nada firme, entre otras
cosas, porque genera violencia. Quien miente necesita que todos comulguen
con ruedas de molino. Un solo niño que diga que el rey va desnudo, y el
engaño se desvanece: por tanto, hay que acallar al niño.
Los nacionalismos son, pues, peligrosos; pero el andaluz conlleva un riesgo
añadido. Para no ser españoles, tendremos que rebuscar la identidad nacional
en el pasado andalusí, como los vascos en la raza y los catalanes en la
lengua. Si lo hiciéramos, transplantaríamos a nuestra tierra el choque de
civilizaciones, que es, desgraciadamente, lo que hoy por hoy se produce al
combinar el mundo occidental con la cosmovisión musulmana. Los políticos,
aquí, como en el resto de España, la van liando. Poco a poco, están montando
un pollo: el pollo tricéfalo.
Muchas gracias por la reproducción, Aquilino. Me hubiera gustado colaborar en tu blog con algo más alegre, pero no están los tiempos para echar las campanas (ni las panderetas) al vuelo.
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