GRANDES RELATOS






The Catholic religion did much to prevent the formation of the national and liberal state that would have assured Spain's pre-eminence.

( David Pryce-Jones)

En una reseña harto desfavorable de un libro del hispanista Payne, el crítico, molesto por el poco caso que hace Payne de los tópicos habituales de la hispanofobia anglosajona, llega a sostener que, a partir del XVII, la “religión católica se esforzó en impedir la formación del Estado nacional y liberal que habría garantizado la preeminencia de España”. Va a cumplirse ahora el segundo centenario del primer intento serio de formación de ese Estado preeminente, cuya carta magna fue la Constitución de 1812, que salió adelante a pesar de los denodados esfuerzos de la religión católica por impedirlo. Si se exceptúa la reacción fernandina propiciada por el Congreso de Verona, todo el resto del siglo XIX y buena parte del XX se desarrolló la nación española bajo el signo del liberalismo y de la soberanía nacional con algún que otro tropiezo de poca importancia y una marcha triunfal que culminó en 1898 y aún se arrastró mal que bien hasta que con la II República entró en su recta final. Durante tres años, del 36 al 39, digan lo que digan los “bobos ojitiernos”, como decía el Ridruejo falangista, la democracia liberal estuvo entre paréntesis (también en zona roja) y no había que ser zahorí para vaticinar, como lo hizo por cierto el republicano Chaves Nogales y diagnosticó el liberal Marañón, que venciera quien venciera, el liberalismo iba a ser sometido a una larga cura de reposo. Al dar por finalizada esa cura el “equipo médico habitual”, los nuevos padres de la patria, a cual más justo y más benéfico, se lanzaron a devolver al pueblo soberano las libertades que éste dio a sí mismo, según la contradictoria jerga de la época, con el fin de que España recuperase la preeminencia de su pasado liberal sin el estorbo esta vez de la religión católica.

La única manera de mantener la fe en el progreso indefinido es llamar progreso al retroceso y eso explica que en la España de finales del XX y comienzos del XXI hayan intentado, en nombre del progresismo, retroceder a los tiempos de la Constitución de 1876 los “moderados” y a los de la de 1931 los “progresistas”. A la vista está la preeminencia en el concierto de las naciones de nuestro Estado demoliberal y socialdemócrata, aunque sea en el subgrupo de los PIGS (acrónimo intraducible). Nada que ver, como puede comprobarse, con ese Grandioso Relato que, en los años de la “cura de reposo del liberalismo”, se nos hizo creer a los españoles que era la Historia de nuestra patria.

Comentarios

  1. A mi me parece que uno de los problemas que nos impiden avanzar y llevar una vida social normal es la falta de serenidad ante nuestra historia, que bien mirada, con calma, dejando los sentimientos a un lado, y comparada con la de nuestros vecinos, ni es rara, ni extraña, ni anormal. Pero ese desapasionamiento no se consigue. Seguramente porque, para empezar, esa historia apenas se conoce. Luego está, lo de siempre, la falta de educación y el pobre nivel cultural en el que flotamos ahora, que es algo que a mi me obsesiona por veo en ello la raíz de muchos de nuestros males. El otro día leyendo el libro de Dominguez Ortíz sobre la España del siglo XVIII me entero de que los primeros pantanos en España, como remedio a la falta de agua, datan precisamente de esa época. Y lo sucedido en Murcia espeluznante por lo que tiene de maniobra/persecución política. En fin.

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  2. Muchas felicidades, que acabo de ver ahora lo de las bodas de oro.

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