La paloma de la paz y el tiro de pichón







La paloma de la paz y el tiro de pichón

Del mismo modo que Velázquez es el pintor de la verdad, hay pintores de la mentira y, entre ellos, pocos con mejores títulos que Picasso, por más que sin salirnos del ámbito hispánico los hay que no le van a la zaga, como Diego Ribera. Los méritos contraídos por ambos grandes artistas son incontables, y si me inclino por Picasso, no es por patriotismo, ya que yo no establezco diferencias ni jerarquías entre los “españoles de ambos hemisferios”, según proclamaban los padres de la Constitución de Cádiz. Cualquiera que visite el que fue Palacio de Hernán Cortés en el Zócalo de la capital federal no puede menos de quedar asombrado y sobrecogido por las grandiosas pinturas murales de don Diego. También asombra y sobrecoge a muchos a este lado del mar el célebre Guernica, que despacha por “desastre de la guerra” la cogida y muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Ese malabarismo de don Pablo es una fruslería al lado de la no menos célebre Paloma de la Paz. Ya sabemos qué clase de paz ilustraba esa cándida paloma, una paz que no daba paz y que si de boquillas se oponía a la guerra, en realidad encubría y fomentaba la guerrilla. La paz y la palabra que en el ruedo ibérico mendigaban algunos de sus poetas como Blas de Otero no eran distintas de la violencia que predicaban otros colegas desde la barrera. Un domingo en Berna, cuando aún había Telón de Acero, tuve ocasión de presenciar una manifestación en la que una juventud de poncho y porro esgrimía, entre otras, dos pancartas complementarias que rezaban respectivamente: Desarme unilateral y Armas para la guerrilla. La utopía del socialismo mundial sabía muy bien que la guerra clásica no le convenía demasiado, pero que en cambio la guerrilla, ese invento hispánico, podía ser muy útil para lograr con guerras civiles lo que era dudoso con una guerra mundial.

Medio siglo antes de que apareciera el Manifiesto Comunista, publicaba Kant su bosquejo filosófico De la paz perpetua, en el que empezaba por reconocer que la paz no es ni mucho menos el estado natural del hombre, por lo que era un deber jurídico y político su mantenimiento. Fue esta idea la piedra angular de la Carta de las Naciones Unidas, resueltas, desde el primer considerando de su parte expositiva, “a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Aun así, la ONU acabaría velis nolis por ser la instancia suprema en decidir si una guerra es justa o no lo es, ni más ni menos que lo que en otros tiempos hacía la Iglesia romana. Y es que la guerra es una triste realidad que ha hecho correr mucha sangre y mucha tinta y uno de sus ardides es como el del Diablo, hacer creer que no existe o que es todo lo contrario. También Kant tenía una paloma que bien podría representar su Pax perpetua: aquella paloma convencida de que volaría mucho mejor si no fuera por la resistencia del aire.

Ya que hablamos de Iglesia romana, hubo un cónclave en el que sonó como papable el nombre de cierto cardenal hispánico, y Agustín de Foxá, destinado a la sazón en la Urbe, comentaba: “Pues si ésa es la inspiración del Espíritu Santo, va a ser cosa de apuntarse al Tiro de Pichón.” Tampoco a mí me han faltado ganas de apuntarme al Tiro de Pichón cada vez que veía en aquellos Congresos por la Paz la dichosa palomita de Picasso.

(Texto de mi intervención en nombre de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras en el acto "Reales Academias de Sevilla por la Paz" , patrocinado por el Centro UNESCO de Sevilla y celebrado en el Salón de Actos de Cajasol (antigua Audiencia) el 28 de enero de 2011, fiesta de Santo Tomás de Aquino).

Comentarios

  1. Aquilino, buenisimo. Si te hace falta ponte en contacto con mi primo José Luis, que ya sabes lo buen tirador que es al pichón y a todo lo que vuela o corre.cartasy

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  2. http://luminar21.blogspot.com/2011/01/la-verbena-de-la-paloma.html

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  3. Magistral. En efecto, el pacifismo ha sido una de las muchas "mutaciones" que ha sufrido el izquierdismo.

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