Más opiniones ajenas

Las raíces de Europa

n El cristianismo busca la salvación del individuo en lugar de la salvación de la sociedad, de la masa


Enviar
Imprimir
Aumentar el texto
Reducir el texto
Las raíces de Europa
Las raíces de Europa
IGNACIO GRACIA NORIEGA Recuerda Javier Neira con frecuencia que el mapa de la democracia en el mundo (no tan extenso como los que acostumbrados a escuchar a los demagogos piensan), ha sido cartografiado por el cristianismo. Aunque Moratinos no lo crea y haya afirmado que no toda Europa es cristiana, pensando, seguramente, en minorías étnicas y religiosas por fortuna poco abundantes aquí, porque en los lugares en los que se ha implantado el islamismo son fuente de conflictos permanentes. Fuera de la Europa cristiana y de sus apéndices americanos no hay democracia (salvo excepciones tan notorias y meritorias como Israel en medio de las terribles dictaduras del Oriente Medio), por lo que podría decirse, no que fuera del cristianismo no hay salvación, lo que pertenece a otro orden, sino que fuera del cristianismo no hay democracia. El motivo es claro y sencillo. Al igual que las otras dos religiones dogmáticas y misioneras de mayor éxito en la actualidad, el islamismo y el socialismo, el cristianismo dicta normas y pretende la salvación, pero hay algo muy importante en la doctrina de la salvación del cristianismo: busca la salvación del individuo en lugar de la salvación de la sociedad, del conjunto, de la masa. Lo único que verdaderamente le interesa al cristianismo es el hombre, porque sólo él puede salvarse o condenarse, y siempre por sí mismo, con sus propios medios. En cambio, el socialismo proyecta salvar a la masa, como si tal tipo de salvación fuera posible. Para conseguirlo, intenta abolir el pasado y edificar un orden nuevo; mas como recuerda Dostoievski, «ha destruido las viejas fuerzas, pero no ha creado otras nuevas». Ello explica que su única ideología, a la larga, sea de orden técnico: el totalitarismo como forma de gobierno, el intervencionismo como actuación económica y el relativismo como moral. Gracias al relativismo moral, el severo y puritano socialismo se ha convertido ahora en el portaestandarte del hedonismo más desaforado y egoísta, hasta que, como en Cuba, «llegue el comandante y mande parar», y proscriba «el socialismo con pachanga». Tales bandazos oportunistas nunca los da el cristianismo, porque se basa en unos cimientos más firmes y más profundos, y también más sencillos. En primer lugar, el cristianismo es Europa, pero no es por entero Europa. Europa se asienta sobre tres bases muy amplias y grandiosas: la filosofía griega, la espiritualidad judía y el derecho romano. Los romanos aportaron grandes cosas: el latín, las leyes, el sentido del orden, los puentes y los caminos, el vino, los garbanzos y el cristianismo. A donde llegaron las legiones, llegó el cristianismo; a donde no llegaron, eran tierras de bárbaros, que así siguieron.

Aunque la Historia y la Geografía certifican la condición cristiana de Europa, la «corrección política» vigente no puede admitirlo en nombre de un laicismo agresivo y de una fantasmagórica «alianza de las civilizaciones», la ampliación del mercado común y otras cuestiones por el estilo, igualmente correctísimas y modernísimas (incluso posmodernas), pero gaseosas. Del mercado común no nos preocupemos: ya Jason y los argonautas y las naves griegas que sitiaron Troya no hicieron otra cosa que abrir las puertas y las rutas del Este, que muchos siglos más tarde las Cruzadas procuraron afianzar. ¿Y habrá algo más europeo que la navegación, que la poesía épica, que la expansión comercial? Naturalmente, el mercado común durará menos de lo que duraron Homero y Europa, de la misma manera que el socialismo durará mucho menos que el cristianismo, y en su contra se apunta que todavía no ha sido capaz de realizar nada perdurable a pesar de que mantuvo el poder absoluto y totalitario sobre parte del mundo.

Si se renuncia a las raíces cristianas, se renuncia a Europa. Porque Europa, aunque laica, es cristiana. En las teocracias que tanto les gustan a nuestros «progres», no es posible el laicismo en el sentido que quieren darle los ideólogos del socialismo posmoderno, bien porque no se tolera, como en el islamismo, o porque no hay lugar para él, como en las religiones animistas que los «progres» defienden como «parte de la cultura de los pueblos» que las practicaron antaño, o sencillamente porque no se alcanzó la madurez intelectual y cultural que requiere el laicismo. Tampoco son laicas las dictaduras socialistas, en las que se impone una «religión de Estado» contra la que no es posible discrepar. En consecuencia: sólo es posible el laicismo en el cristianismo, una religión que fue capaz de adaptarse a cada época, y en un grado elevado de su evolución, ha renunciado a ser avasalladora. Además, el laico es el cristiano que no ha sido investido con órdenes clericales. Una vez más, a los «progres» se les llena la boca con palabras que no saben qué significan.

El cristianismo crea Europa, o, si se prefiere, Europa se crea simultáneamente con el cristianismo. En Europa se establece por primera vez la separación de poderes, como mucho más tarde se crearán las democracias parlamentarias. Le Goff no lo recuerda: «En Occidente, el poder religioso corresponde a la Iglesia y al Papa, y el político, al Rey. El precepto evangélico regula la dualidad de poderes: Dad al César lo que es del César. Europa va a escapar al monolitismo teocrático que paralizó a Bizancio y sobre todo al Islam, después de haber favorecido su expansión».

Todo esto no surge de pronto. Se asienta sobre moldes grecolatinos y biblicojudaicos, con exclusión de otras incitaciones asiáticas. El camino por el que se construye Europa es «La via romana», título de un importante libro de Rémi Brague. Gracias a esta «via romana» que se cristianiza, ha sobrevivido la civilización, no sólo en los siglos oscuros, sino a partir de las luces de la Ilustración y de ideologías furiosamente anticristianas que surgieron de ella. Europa se crea caminando por sí sola a lo largo de esa Edad Media «delicada y enorme» de Verlaine, en la que fueron posibles las catedrales, las universidades y las peregrinaciones, las Cruzadas y la expansión comercial. Por eso, Kolakowski defiende la superioridad moral del sistema político occidental y la influencia del cristianismo sobre la cultura de Occidente.




Comentarios

  1. La democracia le debe mucho al cristianismo, pero no vicedversa.

    ResponderEliminar
  2. Ahora mismo voy a leer al gran Gracia Noriega, pero antes quería felicitarte por tu texto inaugural de la revista La isla de Siltolá, que es extraordinario. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. El grandísimo Gracia Noriega. Artículo fundamental, para leer hasta la memorización.

    ResponderEliminar
  4. Pienso que Europa están avanzando corrientes religiosas y filosóficas diferentes al catolicismo con mucha fuerza.A ver en que acaba esta competencia religiosa más fuerte que la competencia política.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares