Captatio benevolentiae



"El siglo XVIII siempre ha ejercido sobre mí una imponente fascinación. Las óperas de Mozart y las bóvedas del Tiépolo, los viajes a Otaití y los carnavales de Venecia, los reales sitios y los teatros de cámara, las pelucas y los descotes, la Enciclopedia y la Ilustración, el café y el rapé… Pero aparte de estos refinamientos, propios de un sentido aristocrático de la vida, de un sentimiento estético de la existencia, me ha atraído una cierta propensión al orden y a la limpieza, a la luz y a la brillantez, a la claridad del pensamiento y la elegancia de expresión, es decir, a todo lo que el siglo XIX empezó a mirar con recelo y el siglo XX ha acabado por arrumbar.

"Por todo eso, el honor de que soy objeto, sobre la satisfacción que me proporciona, hace realidad, y de modo inesperado, un sueño de anticipación, un sueño mío de toda la vida, al darme acceso al túnel del tiempo por un pórtico neoclásico. Yo he logrado ingresar en el Siglo de las Luces por una de sus más típicas instituciones, una Real Academia… Confieso… que he sentido fuertes tentaciones de comparecer en este acto con casaca bordada, calzón corto, peluca empolvada y sombrero de tres picos. Si no lo he hecho, ha sido por no imponer a mis ilustres colegas un grave caso de conciencia indumentaria y por no hacer creer al distinguido público que se le ha convocado, no para un acto académico, sino para una corrida de rejones a la portuguesa.”





Con estas palabras, a guisa de captatio benevolentiae, iniciaba yo mi discurso de ingreso como individuo de número en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras un día de marzo de 1981, y si hoy las repito es porque me parecen aplicables a esta Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Esta vez el túnel neoclásico me lleva a Azcoitia, al palacio de Insausti, o al Real Seminario de Vergara, donde me hago la ilusión de que me esperan Munibe, Altuna y Eguía, los Tres Caballeritos que siempre me parecieron la encarnación en nuestra patria de ese siglo XVIII que siempre me deslumbró. Lo cierto es que no estoy en la provincia de Guipúzcoa, sino en la de Alava, y a dos pasos de la de Vizcaya donde pasé épocas muy felices de mi infancia, y precisamente en una casa del Muelle de Churruca de Portugalete donde creo que nació José María de Areilza, restaurador con el paremiólogo don Julio de Urquijo de esta Real Sociedad. Conocí a Areilza en 1955 cuando, siendo embajador de España en Washington, vino a la ciudad tejana de Dallas, donde yo estudiaba a la sazón, y en su memoria quiero hacer mías las palabras pronunciadas por él cuando esta Real Sociedad reanudaba sus actividades: "... Nuestro amor a España se completa y perfecciona con un profundo cariño y respeto al País vascongado y lo de estrechar más los lazos de unión de las tres provincias, tal como figura en los Estatutos de 1765 como objetivo social, puede servirnos de motivación en la hora presente.".






Con mi amigo Alfonso Orlando frente al Palacio Insausti, de Azpeitia, sede fundacional de los Caballeritos de Azcoitia.

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