Pepe Robledo

A comienzos de septiembre falleció en Higuera de la Sierra mi amigo Pepe Robledo, todo un personaje. No hace tanto fuimos a visitarlo mi hermano y yo a la casa donde vivía, es decir, donde se pasaba la vida y aguardaba la muerte sentado a una mesa de camilla empalmando pitillos y con una especie de biberón por delante lleno de aguardiente. Una vez un radiólogo les hizo un reconocimiento a él y a Otilio, el hijo del secretario del Ayuntamiento, otro gran cliente de la Caldera, es decir, de la fábrica local de anises y aguardientes, y diagnosticó que sus hígados estaban tan sanos y frescos como los de un recién nacido. Yo me inspiré en Pepe y sus anécdotas en una obra de teatro a medio camino entre Valle-Inclán y los Quintero que titulé Puebla de las Tinieblas. Era una mezcla curiosa de anacoreta y libertino, y no sé si era más divertido lo que él contaba que lo que se contaba de él. Mordaz y fabulador, tenía hecha una radiografía completa de todos sus convecinos con los que apenas se trataba y a algunos de los cuales dedicaba mortíferos epigramas y caricaturizaba con apodos ingeniosos. Era misántropo pero nada misógino. Se acostó una noche como de costumbre después de tomarse sus biberones de anís y a la mañana siguiente lo encontró ya frío su asistenta colombiana. Cuando yo lo visité me dio quejas de la anterior, que era del pueblo, y a quien llamaba la Gondolera por el estilo con que agarraba el palo de la fregona. Su muerte acaeció en plena semana de fiestas locales y solemnidades religiosas con que culminaba la novena de la ermita del Cristo, y a ellas vino a sumarse su funeral en la parroquia, al que siguió una misa por su primo Francisco Girón, el cura, el organizador del festival taurino en beneficio de la Cabalgata de los Reyes Magos, que aquella misma tarde se celebraba con la participación de José Luis Paradas, Ortega Cano, Espartaco, Pepe Luis hijo, el Litri hijo, entre otros. Como al parecer Higuera tiene tarifa plana con las alturas, tal vez porque su alcalde actual hace milagros con la informática, se ha podido saber que al llegar Pepe Robledo al Empíreo y salir su primo a recibirlo, lo primero que le dijo fue: “¡Hombre, Pepe, cómo eres! ¡Mira que irte a morir el día del festival para chafármelo!” Reproduzco a continuación algo que escribí sobre él en otra obra inédita.



Una de las promesas incumplidas de mi padre fue la de mandarme interno a Villafranca de los Barros. Luego, por lo oído, esa promesa casi me parece una amenaza. A mis hermanos sí que los llevaron, por lo menos hasta la sala de visitas, en un viaje que mis padres hicieron con ellos, donde fueron recibidos por uno de los padres jesuitas. Fue mi madre la que puso fin a la entrevista diciendo que aquellos niños no habían cometido ningún delito como para meterlos en semejante encierro.
El internado de Villafranca de los Barros tenía por lo visto cierto prestigio en todo el suroeste y a él mandaban sus retoños las familias pudientes. Cuando la República expulsó a la Compañía de Jesús y se incautó de sus centros docentes, los reverendos padres trasladaron sus actividades a Estremoz, y en esa bella ciudad portuguesa cumplieron pedagógica condena muchachos de Aracena, como Pablito Rincón; de Sevilla, como Rodrigo Betancourt; de Almendralejo, como el marqués de la Encomienda, o de Higuera, como Pepe Robledo.
Pepe Robledo era tan malo que los reverendos padres le llamaban “El Bolchevique”. Se escapó tres veces: una de Estremoz y dos de Villafranca. La vez que se escapó de Estremoz fue a parar a Borba. Las escapadas de Villafranca finalizaron en sendos cortijos de sendos amigos: una por La Albuera y otra por los Santos de Maimona. “El Bolchevique” iba siempre hecho un dandy y además se las arreglaba para no canjear por vales del internado todo su dinero; lo que lograba retener lo guardaba en el azogue de un espejo y de él se valía para sus mil fechorías, tales como favorecer la fuga de su hermano Juan, dos años mayor que él, al que proveyó de fondos para el viaje. Juan abordó el ómnibus de
La Estellesa, pero como no tenía bastante dinero para llegar a Sevilla, hubo de apearse en Santa Olalla, donde tenían una finca. Al echársele de menos, las sospechas recayeron en su hermanito “El Bolchevique”, que se cerró en banda. Los inquisidores lo sitiaron por hambre, a ver si así hablaba, pero él, en un descuido, atracó a un camarero mariquita encargado de transportar los panecillos al comedor amenazándolo con una pistola detonadora. Coco, que así le decían al camarero, por poco se muere del susto y Pepe se apoderó de todos los bollitos que pudo. Los reverendos padres estaban por un lado preocupados y por otro maravillados. (“Este niño no puede estar tanto tiempo sin probar bocado…Va a enfermar…") Pero el niño no enfermaba, que bien que zampaba bollos a robaguita, hasta que por fin Juan fue habido en la finca de Santa Olalla, a donde vino a buscarlo su padre en el Hispano-Suiza y lo restituyó al internado.

Comentarios

  1. Interesante entrada Aquilino.
    Hay muchos "Pepe Robledo" repartidos por la geografía española.

    El tuyo me ha interesado mucho.

    Un abrazo.

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  2. ¡Fantástico!.

    Por cierto, ¿sabes que Villafranca de los Barros posee un foro de éxito...?... te doy la dirección, por si te quieres pasar por él...

    http://villafrancabarros.foroactivo.net

    Espero que te guste, te registres, y nos amenices con tus historias.

    Un saludo.

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  3. De esa gran Compañia han salido grandes fundadores de diversas congregaciones y asociaciones de fieles.

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  4. Tan bueno como todo lo tuyo. Cuando vengas por aquí hablaremos de otrss historias, como la de la Guardia Civil, que la comenté desde Londres para ABC, el caso de la Marquesa de los Álamos o el servicio militar en Madrid. Con la vida de Pepe habría para escribir varios libros.
    Lástima que un día cogió a Eduardo Ruiz y en el patio quemaron todos los papeles.
    Un abrazo.

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