Magistra vitae

                                       

 El peor Presidente de todos los tiempos[i]
    Durante la última campaña electoral en Norteamérica,  espectáculo al que velis nolis hube de asistir en sus penúltimas escenas, se presentó en el local de Barnes & Noble de una localidad de Nueva Jersey un libro titulado Worst. President. Ever , que cabría traducir como "El peor presidente de todos los tiempos". Su autor, Robert Strauss, periodista metido a historiador, hizo del libro un elocuente resumen, entre cuyas pausas era inevitable pensar en el candidato varón, rubio y con asas, de la campaña en curso.  Sin embargo, el protagonista de la obra, el Presidente James Buchanan, fue todo lo contrario, como persona y como personaje, del fantasma que en tales momentos era la pesadilla del  Cuarto Poder desde el Atlántico al Pacífico.
   James Buchanan, natural de Pennsylvania, se licenció en derecho a los veintiún años y desde muy joven simultaneó el ejercicio de la abogacía y la política, al mismo tiempo que se labraba un patrimonio personal centrado en torno a Wheatland, finca de unas cuarenta hectáreas situada en el término de Lancaster.  No se llegó a casar, pero fue miembro de una familia numerosa, en la que hay que destacar una sobrina , gracias a la cual pasaría a la historia como uno de los mejores anfitriones de ambos continentes.  Secretario de Estado con el undécimo Presidente James K. Polk, sus más brillantes servicios a la nación datan de los tiempos del Presidente Andrew Jackson y de los del Presidente Franklin Pierce, a quien sucedería en la Casa Blanca.  Ambas misiones no fueron más que meros pretextos de ambos presidentes para quitárselo de encima, pero en la primera de ellas tuvo la suerte de que, al amparo de la coyuntura internacional, ante la aproximación entre Francia e Inglaterra con la guerra de Crimea, Rusia y Estados Unidos estrecharan sus relaciones y concertaran por fin el Tratado de Aranceles y Comercio que llevaba tiempo negociándose sin éxito.  La amistad personal que trabó con Nicolás I contó mucho, así como el rumbo con que se adaptó al extravagante protocolo de la Corte rusa.  No menor fue el éxito de la segunda de esas misiones, debido esta vez al acierto de haberse hecho acompañar por su sobrina Harriet Lane, mujer atractiva, culta, educada, que hizo de la residencia del  ministro plenipotenciario de las antiguas colonias uno de los salones más brillantes de la Corte de Victoria y Alberto.   También puede decirse que fue la primera mujer que mereció cum laude el dictado de "Primera Dama" cuando se instaló con su tío en la Casa Blanca.
     Buchanan , decimoquinto Presidente de la Unión, empezó su mandato con mal pie, y ello se debió a su intromisión en un largo proceso que venía arrastrándose por diversas instancias judiciales hasta desembocar en la Corte Suprema.  Fue la causa, célebre en su día, Dred Scott. Así se llamaba un esclavo que vivía con sus dueños en un estado del Norte donde no existía la esclavitud  y que se negó a seguir a sus dueños, al volver éstos a Missouri, estado esclavista. Es curioso que de su defensa se hicieran cargo sus primitivos dueños, los que lo vendieran a los actuales.  En este asunto dio muestras el flamante Presidente  de los principales defectos que lo desacreditarían ante la Historia, a saber, su incoherencia como jurista, su  torpeza en la elección de colaboradores, que procuró compensar con un derroche de lubricante (léase corrupción),  su política de paños calientes en materia de esclavismo y su pasividad ante el amenazante movimiento de secesión.   Lo menos que cabía esperar de un jurista "constructivista" como él fue siempre era que aplicase el principio in dubio pro reo en una causa como aquella en la que, agotados todos los argumentos,  la Corte Suprema, manipulada por el magistrado que le tomó el juramento a Buchanan como Presidente de la nación, resolvió por mayoría contra Dred Scott que, por el mero hecho de ser negro y esclavo, no era ciudadano de la Unión y por tanto no le asistía el derecho a litigar.  No es sólo que Buchanan atropellara la doctrina de la división de poderes establecida al comienzo de la Presidencia de Jefferson, y contra el criterio de éste, por cierto, en la causa Marbury v. Madison, sino que los efectos políticos del fallo fueron contraproducentes,  ya que no  quedaron contentos los estados del Sur, y en el Norte subió la temperatura del abolicionismo.  También se resintió el Partido Demócrata, predominante en el Sur.
    Buchanan  que dio sus primeros pasos políticos en el Partido Federalista, no tardó en pasarse a la acera de enfrente, al Partido Demócrata personificado en Andrew Jackson, héroe de la guerra de 1812 contra Inglaterra y que, como Presidente, tampoco goza de muy buena fama. El caso es que fue como demócrata como llegó a la Casa Blanca, y, para dar una idea de su equipo, baste con decir que escogió como Vicepresidente a Jefferson Davis.  Una de sus ideas fue, para contentar sobre todo a los sudistas, la de la compra de Cuba para aumentar así el número de estados esclavistas.  Esta idea se remontaba a los tiempos de su embajada en Londres, cuando en unión de sus colegas destinados respectivamente en Francia y en España, redactaron en 1854 el llamado Manifiesto de Ostende, por el que se daba a escoger a España entre la venta de Cuba o la guerra.  Otros asuntos de mayor momento aplazarían la operación, tales como el reto de los estados esclavistas, que a él le parecía mal, pero contra lo que él no podía hacer nada por no estar contemplado en la Constitución. Reprimió tarde y mal la rebelión de John Brown, y ante el inminente ataque a Fort Sumter estuvo mareando la perdiz con sutilezas de leguleyo hasta que pasó lo que tenía que pasar.  Por mucho que luego lo intentó no consiguió quitarse de encima el estigma de ser el causante de la guerra civil.
    La moraleja del libro es un aviso a la nación y a sus futuros gobernantes en el intento de conjurar  la decisión que, en plena campaña electoral, amenazaba tomar y por fin tomó el pueblo soberano. Sin embargo, a mí me parecía y me parece más aplicable la lección a alguna nación que no nombro y que me cae mucho más cerca.





[i]
Worst. President. Ever. Robert Strauss. Lyons Press: Rowman & Littlefield. Guilford, Connecticut, 2016.

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