Franco y la censura
Discrepancia con quienes han alzado la voz para criticar los errores del Diccionario Biográfico
IGNACIO GRACIA NORIEGA El escándalo provocado por la entrada sobre Franco en el Diccionario Español de la Real Academia de la Historia tiene más calado del que puede parecer a primera vista. Hay gente que está muy enfadada, aunque es posible que no hayan abierto un diccionario en su vida, y la intervención de la propia ministra de Cultura y todo su «agitprop» revela que nos encontramos ante una situación desmesurada por motivos partidistas. ¿Para buscar otro punto de unión y confluencia a la varapaleada (electoralmente) izquierda irredenta hispánica? Si es por este motivo, no sé por qué se enfurecen tanto, ya que Rajoy y Ovidio Sánchez parecen decididos a que Rubalcaba sea el próximo jefe de Gobierno y que el socialismo domine España (o lo que quede de ella, que será poquísimo) por los siglos de los siglos. En el programa «59 segundos», hemos visto a un personaje decorado de «progre» bondadoso (barba blanca, gafitas, voz suave, franciscanismo democrático o roussoniano, apellido vasco) referirse al historiador Luis Suárez como «ese tipo» mientras el director de un periódico gubernamental, siempre ataviado de sindicalista (chaqueta y camisa abierta, sin corbata, faltaría más) perdía los estribos y protestaba porque ese diccionario se hizo con el dinero de los impuestos de los españoles; a lo que el director de «La Razón» hubo de recordarle que no sólo pagan impuestos las izquierdas. Y, en general, no sólo se criticó la entrada «Franco», sino a su autor, el historiador Luis Suárez, y a la Academia de la Historia en bloque. En un rasgo de condescendencia, alguien reconoció que si Luis Suárez es medievalista, que escriba sobre medievalidades, pero, ¿cómo va a escribir sobre Franco precisamente el presidente de la Fundación Francisco Franco?
Yo escribí algunos artículos para ese diccionario (entre ellos, el de Fernando Vela, el escritor liberal apropiado por los socialistas con la aprobación de su familia), y lo único que me impusieron fue la extensión del texto. En lo demás, podía abordar a los personajes según mi criterio, con entera libertad (al menos no se me hizo ninguna observación en ese sentido). Por otra parte, no encuentro que el artículo de Luis Suárez sea una apología del dictador, aunque no le califica como «criminal» como le hubiera gustado a Luzdivina García Arias. Entre esos «indignados», no de acampada, sino porque son posibles diferentes interpretaciones de la Historia, algunos pasan a exigir represalias: que se le quiten las subvenciones a la Academia, mientras que otros, tal vez más moderados o ilustrados, proponen que haya una «comisión científica» que fiscalice las publicaciones académicas, por si no resultan suficientemente «científicas», como la entrada «Franco», escrita por Luis Suárez. Esto no solo implica una enormidad en la concepción de la Historia (en la que sólo cabe una única interpretación, la de «esa gente»), sino algo muchísimo más grave: la vuelta a la censura. Y, así, a quien interprete la Historia mal, se le quita la subvención, de la misma manera que en la dictadura franquista se le imponía una multa. Por este camino, se puede llegar a desempolvar aquella vieja idea de Alfonso Guerra de que los miembros de las reales academias fueran elegidos por los diputados democráticamente elegidos. Ya no se trata de que se cometan crímenes en nombre de las libertad: es que invocándola, por parte de personas que temo que creen poco en ella, se plantean verdaderas burradas. Un impreciso elogio de Franco, que sólo puede interpretarse como tal a través de una lectura llena de prejuicios, es base para que algunos añoren uno de los pilares del franquismo y demás dictaduras: la censura.
(La Nueva España, Oviedo, 3/6/2011)
Yo escribí algunos artículos para ese diccionario (entre ellos, el de Fernando Vela, el escritor liberal apropiado por los socialistas con la aprobación de su familia), y lo único que me impusieron fue la extensión del texto. En lo demás, podía abordar a los personajes según mi criterio, con entera libertad (al menos no se me hizo ninguna observación en ese sentido). Por otra parte, no encuentro que el artículo de Luis Suárez sea una apología del dictador, aunque no le califica como «criminal» como le hubiera gustado a Luzdivina García Arias. Entre esos «indignados», no de acampada, sino porque son posibles diferentes interpretaciones de la Historia, algunos pasan a exigir represalias: que se le quiten las subvenciones a la Academia, mientras que otros, tal vez más moderados o ilustrados, proponen que haya una «comisión científica» que fiscalice las publicaciones académicas, por si no resultan suficientemente «científicas», como la entrada «Franco», escrita por Luis Suárez. Esto no solo implica una enormidad en la concepción de la Historia (en la que sólo cabe una única interpretación, la de «esa gente»), sino algo muchísimo más grave: la vuelta a la censura. Y, así, a quien interprete la Historia mal, se le quita la subvención, de la misma manera que en la dictadura franquista se le imponía una multa. Por este camino, se puede llegar a desempolvar aquella vieja idea de Alfonso Guerra de que los miembros de las reales academias fueran elegidos por los diputados democráticamente elegidos. Ya no se trata de que se cometan crímenes en nombre de las libertad: es que invocándola, por parte de personas que temo que creen poco en ella, se plantean verdaderas burradas. Un impreciso elogio de Franco, que sólo puede interpretarse como tal a través de una lectura llena de prejuicios, es base para que algunos añoren uno de los pilares del franquismo y demás dictaduras: la censura.
(La Nueva España, Oviedo, 3/6/2011)
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