Oh Africa!
Escribe Enrique García-Máiquez en Diario de Sevilla:
MUCHA atención a esos políticos catalanistas asegurando tan campantes que sólo acatarán una sentencia favorable al Estatut y amenazando con graves rupturas nacionales, y al Gobierno presionando a los miembros del Tribunal Constitucional y queriendo, de pronto, renovarlos porque no dijeron lo deseado. Por otra parte, un principio elemental de la democracia es la separación de poderes, y en el caso Garzón (con su coro mediático anejo) estamos viendo el respeto que le tienen algunos (algunos muy representativos, quiero decir) al Tribunal Supremo y al imperio de la ley.
La política española cada vez recuerda más al anuncio de Pepsi titulado Oh Africa. Pueden buscarlo tecleando esas palabras en Youtube.com, o verlo directamente en mi blog, Rayos y truenos. Asistirán a un partido de fútbol en que los límites del campo cambian y pegan, a conveniencia, un giro de 180º. Así el fútbol resulta impracticable. En el anuncio queda muy divertido porque se trata de un juego; pero una nación es algo más delicado y, si me apuran, peligroso.
Las sociedades sólo se sostienen sobre lo sagrado. Incluso la democracia más positivista y laica ha de construirse sobre una base sólida para no acabar flotando en el éter de la vacuidad, dando volteretas. Las reglas de juego, los principios básicos y los derechos fundamentales, la soberanía nacional, los símbolos patrios, el Estado de Derecho son el conjunto intocable del que depende la libertad de todos. (Bueno, se puede tocar, sí, pero muy poco y con suma reverencia.) Las constituciones han de ser las vacas sagradas de los estados modernos.
Bien comidos y bebidos, hemos hecho muchas bromas sobre las vacas de la India, hasta que el curioso Marvis Harris nos explicó que gracias a la prohibición religiosa no se las comen todas a la primera hambruna. El tabú resulta utilísimo: permite seguir contando con leche, combustible, abrigo y bueyes para la agricultura. Todos los políticos del mundo tienen tentaciones de comerse a mordiscos la vaca de la constitucionalidad, que les limita. De que no lo hagan depende el futuro de sus naciones. En España, la aprobación de la Constitución significó el pistoletazo de salida para despedazarla con el cuchillo de las interpretaciones recreativas. Puede que hasta ahora se hiciese con cierto decoro (que tampoco), pero con el Estatut, como la Constitución ya está en los huesos, la ferocidad por los despojos produce grima.
Tendríamos que suspirar de alivio porque en el TC seis magistrados se hayan atrevido a parar el festín, a pesar de todas las presiones. Si no lo hacen, de la Carta Magna no quedan ni las cáscaras.
La política española cada vez recuerda más al anuncio de Pepsi titulado Oh Africa. Pueden buscarlo tecleando esas palabras en Youtube.com, o verlo directamente en mi blog, Rayos y truenos. Asistirán a un partido de fútbol en que los límites del campo cambian y pegan, a conveniencia, un giro de 180º. Así el fútbol resulta impracticable. En el anuncio queda muy divertido porque se trata de un juego; pero una nación es algo más delicado y, si me apuran, peligroso.
Las sociedades sólo se sostienen sobre lo sagrado. Incluso la democracia más positivista y laica ha de construirse sobre una base sólida para no acabar flotando en el éter de la vacuidad, dando volteretas. Las reglas de juego, los principios básicos y los derechos fundamentales, la soberanía nacional, los símbolos patrios, el Estado de Derecho son el conjunto intocable del que depende la libertad de todos. (Bueno, se puede tocar, sí, pero muy poco y con suma reverencia.) Las constituciones han de ser las vacas sagradas de los estados modernos.
Bien comidos y bebidos, hemos hecho muchas bromas sobre las vacas de la India, hasta que el curioso Marvis Harris nos explicó que gracias a la prohibición religiosa no se las comen todas a la primera hambruna. El tabú resulta utilísimo: permite seguir contando con leche, combustible, abrigo y bueyes para la agricultura. Todos los políticos del mundo tienen tentaciones de comerse a mordiscos la vaca de la constitucionalidad, que les limita. De que no lo hagan depende el futuro de sus naciones. En España, la aprobación de la Constitución significó el pistoletazo de salida para despedazarla con el cuchillo de las interpretaciones recreativas. Puede que hasta ahora se hiciese con cierto decoro (que tampoco), pero con el Estatut, como la Constitución ya está en los huesos, la ferocidad por los despojos produce grima.
Tendríamos que suspirar de alivio porque en el TC seis magistrados se hayan atrevido a parar el festín, a pesar de todas las presiones. Si no lo hacen, de la Carta Magna no quedan ni las cáscaras.
Como dice un periodista de un medio de la Iglesia que conozco a los ricos y la clase alta le da igual todos estos temas.
ResponderEliminar