JOSE MARÍA CASTROVIEJO



(Artículo publicado por MIGUEL D'ORS en el Ideal de Granada a la muerte de JMC)

José María Castroviejo tiene un significado especial para mí: fue el
primer escritor que conocí personalmente y -no sólo por esa
circunstancia- uno de los que más me han impresionado.
Él se había relacionado con mi abuelo Eugenio en los primeros años de
la posguerra. En la biblioteca de mi padre descubrí, en Pamplona y
hacia 1962, un ejemplar de Los paisajes iluminados dedicado por
Castroviejo a “Xenius”. De aquel libro sólo recuerdo ahora muy
vagamente el azul de su cubierta, unos robustos versos a no sé qué
héroe rumano -ya los he olvidado, pero no tengo la menor duda de que
el adjetivo robustos les hace justicia-, y otros sobre el olor a Sena,
acacia y cocina que el poeta había respirado en París. Mi padre me
contó que él había tratado a Castroviejo en Santiago y me introdujo en
la leyenda del personaje. Así supe de su barba de vikingo, de sus
homéricas melopeas, de sus creo que diez hijos, de su viaje al Gran
Sol a bordo de un bacaladero, de sus cacerías épicas por los Ancares,
de su galleguísima afición a las historias de difuntos, apariciones,
buques fantasmas y meigas, y del lugar que ocupaba, al lado de Álvaro
Cunqueiro, en la mitología literaria de la Galicia de entonces, de la
que yo acababa de alejarme físicamente. No sé si fue también mi padre
quien me transmitió aquella otra anécdota: hablaban un día Cunqueiro y
Castroviejo acerca de la “Santa Compaña”. Los dos coincidían en la
afirmación de haber visto en varias ocasiones tan galaica institución,
pero discrepaban notoriamente en su descripción de ella. Es así. No:
es asá. El último lleva en la mano un hueso fosforescente. No: lleva
un facho. Dicen tales palabras. No: dicen tales otras. Y así
sucesivamente... Hasta que Castroviejo, cansado y deseoso de zanjar la
disputa, sentenció en un arrebato de sinceridad: “Mira, Álvaro: lo que
pasa es que tu Compaña es de tinto y la mía de blanco”.
Todas estas cosas, y la lectura de La burla negra y El pálido
visitante -libro éste que Castroviejo había enviado, dedicado, a mi
padre-, me hicieron admirar a aquel hombre con todo el entusiasmo de
mis quince años, y desear conocerlo personalmente cuanto antes.
La ocasión llegó en agosto de 1964. Mi padre y yo, no recuerdo cómo,
fuimos a Cangas de Morrazo para visitar al profesor García Garrido,
que veraneaba allí, y a Castroviejo, que vivía en Tirán, a muy poca
distancia. Recuerdo aquella casona de granito arañado por los vientos
marinos y cubierta de parras y hiedras, entre los maizales y el oleaje
verde de la ría de Vigo. Llamamos a la puerta. No abrían ni
contestaban. Insistimos. Nada. Ya nos resignábamos cuando, por el otro
lado de la casa, una especia de fauno celta de barba blanquirrubia con
un enorme cuervo -un cuervo, sí- aleteándole sobre el hombro apareció
vociferando como un bucanero: “¡¡¡Álvaro!!!”. Sus abrazos eran también
de bucanero: estrepitosos, asfixiantes, contundentes. Y siempre con
aquel cuervo interpuesto.
Recuerdo después el gran urogallo disecado
que nos mostró con orgullo feudal, y una colección de espadas, dagas,
puñales, cimitarras y facones que, dispersa por las paredes, daba a la
casa cierta atmósfera siniestra. A Castroviejo le brillaban los
ojillos cuando me explicaba que los agujeros de la hoja de un cuchillo
de Borneo servían para que a través de ellos entrase aire en la herida
y así se produjera fácilmente la gangrena. Después nos presentó a una
hija suya de unos veinte años, morena clara, de la que nos dijo que
era griega. Del resto de la visita sólo recuerdo que nos leyó unos
versos inéditos de un libro de poemas gallegos que pensaba titular O
baile dos esqueletes, versos onomatopéyicos que en su voz de
visionario resultaban realmente estremecedores, y más aún con aquel
cuervo allí, y también que me dedicó el ejemplar de La burla negra que
yo le había llevado con manos tímidas: “A Miguel d’Ors, heredero de
una de las más altas estirpes intelectuales de Europa. Con toda mi
amistad. J. M. Castroviejo. Tirán, agosto 1964”. Su letra era también
cordial y desaforada.
Yo tenía diecisiete años, y creo que aquella noche no pude dormir,
rumiando deslumbradamente tantas emociones. Luego releí La burla negra
y me emocioné otra vez con aquellas aventuras marinas y decimonónicas
con sabor anglosajón -Melville, Stevenson, Conrad... -. En aquella
novela de 1955, cuando los demás novelistas españoles hablaban de
gañanes y quinquis, de mineros y turbinas, de horteras madrileños y
soportales de provincias, Castroviejo empezaba, por ejemplo, un
capítulo de esta manera: “La ‘Morning Star’, una fragata de la
matrícula de Scarborough, había zarpado de Colombo ocho días antes de
Navidad. Ébano, café, canela y pimienta de Ceilán componían su rica y
aromática carga. El pasaje, muy heterogéneo...” Y mi imaginación
navegaba por aquellas latitudes exóticas, aspirando la brisa perfumada
de Ceilán, viendo las barricas y las gaviotas de Scarborough y
acariciando las suavísimas maderas doradas de la “Morning Star”.
Poco después leí el Viaje por los montes y chimeneas de Galicia que
escribieron Castroviejo y Cunqueiro y publicó la colección Austral.
Para mi gusto, una de las maravillas de la prosa artística
contemporánea.
(Miguel d'Ors de caza)

Me hubiera alegrado tanto volver a encontrarme con José María
Castroviejo, charlar con él con una botella de ribeiro delante,
leerle, a ver qué decía, algún poema mío y confesarle que su persona y
sus libros eran una parte importante de mi historia...
No pudo ser. Pero en mi memoria Castroviejo siempre estará corriendo
hacia mí con su cuervo y con los brazos abiertos y aquellos gritos de
su desmedido corazón de vikingo.

N. B. Los aspavientos y abrazos de Castroviejo eran un ardid de que se valía para no tener que dar la mano por motivos de higiene. A. D.

Comentarios

  1. Miguel d'Ors y Victoria Cirlot dignos hijos de sus padres; complicado el ser vastago de alguien grande...: preguntaron a Rafael Guerra, "Guerrita" "¿Por que ninguno de sus hijos habia salido torero?", a lo que el soberbio cordobés respondió que el no quiso que ninguno pusiera en ridiculo su apellido"

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  2. Todo un personaje, y Memorias de una tierra es delicioso.

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