El arte como salvación II
Gaya tomó sus distancias de la Modernidad y procuró ejercer de creador, no de artista, pero como al hombre hay que juzgarlo por sus obras, y si es artista, o creador, por su obra, resulta que todo lo que hizo revela un sentimiento de la belleza difícilmente superable. Y a la vista de esa obra, causa cierta perplejidad el contraste aparente de la teoría con la práctica, pues no deja de ser paradójico que un pintor tan alegre y luminoso declare su preferencia por la pintura negra de Goya, aunque ello explique su admiración por Solana. Pensándolo bien, ambas admiraciones se explican a su vez por la coherencia en Solana de su sentimiento de lo feo, del mismo modo que en Picasso se detecta una coherencia en el sentimiento de lo destructivo. Lo cierto es que, de los tres contemporáneos que salva Gaya, con quien más afinidades estéticas tiene es con Isidro Nonell. (Gaya:La bañista, 1955)
Gaya, que desconfía de los autorretratos, tiene uno bastante convincente, escrito en Italia en 1959, en el que reconoce el momento desfavorable para su arte que es esa “modernidad convencional” de principios de siglo “que, pasados unos años de autenticidad y vitalidad magníficas – con Juan Gris, Picasso y Paul Klee – viene arrastrándose …en una especie de vejez retocada”. En ese autorretrato Gaya dice lo que él no es; es una especie de negativo de la fotografía. Pero la prueba positiva de la placa del artista, o del creador, hay que buscarla en lo que éste dice de otro a quien admira, y ese otro es Pedro Serna, en cuya pintura elogia Ramón Gaya sin reservas todo lo que por pudor calla sobre la propia pintura.
(Serna: Toros en Chinchón)
También Ramón Gaya es “muy pintor, y también muy murciano, pero sin sombra de regionalismo – todo ismo, como se sabe, encierra falsedad, tendenciosidad, demagogia – sin sombra de provincianismo y sin caer tampoco en esa universalidad pueblerina, buena para papanatas, que se estila hoy”. (No deja de ser otra paradoja que el padre de ese papanatismo fuera nada menos que Juan Ramón Jiménez, para quien Gaya hizo aquel delicioso dibujo que ambos llamaron perejil y que en realidad es culantrillo. A este respecto me viene a la memoria el consejo del novelista Luis Berenguer: “No dejes que te llamen andaluz universal”) Pero sigamos con Gaya y con Pedro Serna, del que dice que “el creador no es un intérprete de la realidad, sino un hacedor de realidad…que sabe muy bien que la realidad no puede ser enjaulada – como han hecho siempre los realismos – ni arlequinizada, ni traicionada, ni burlada frívolamente – como han hecho los estúpidos vanguardismos culteranos de nuestros días…” Por fin, al tocar el tema de la tradición, habla en primera persona, aunque sea del plural: “Quienes nos hemos negado a romper con la tradición – como en cambio mandan los tiempos- hemos sentido muy bien que tampoco se trata de estar, como monigotes, aposentados en ella, caídos de bruces en ella; la tradición no es un lugar de estar, sino de irse, pero de irnos sin desentendernos nunca, sin olvidarnos nunca de su viejo y lejano manantial.” Y sigue: “…estando así las cosas, cuando alguien, como es el caso de nuestro sutilísimo pintor murciano – por sensibilidad, por naturalidad, por pureza, por fineza y firmeza de sentimiento, por vigoroso y riguroso instinto -, se niega a comulgar con ruedas de molino (o con paraguas y máquinas de coser) y nos entrega esos hermosísimos trozos de pintura legítima, lo cierto es que nos desconcertamos un tanto, como cuando alguien dice…una verdad.” ¿Quién no diría de más de un cuadro de Gaya esto que él dice de Pedro Serna?: “el color es aquí, más que el color de las cosas, el color del aire, como una afinación, como una tonalidad musical del aire.”
Gaya, que desconfía de los autorretratos, tiene uno bastante convincente, escrito en Italia en 1959, en el que reconoce el momento desfavorable para su arte que es esa “modernidad convencional” de principios de siglo “que, pasados unos años de autenticidad y vitalidad magníficas – con Juan Gris, Picasso y Paul Klee – viene arrastrándose …en una especie de vejez retocada”. En ese autorretrato Gaya dice lo que él no es; es una especie de negativo de la fotografía. Pero la prueba positiva de la placa del artista, o del creador, hay que buscarla en lo que éste dice de otro a quien admira, y ese otro es Pedro Serna, en cuya pintura elogia Ramón Gaya sin reservas todo lo que por pudor calla sobre la propia pintura.
(Serna: Toros en Chinchón)
También Ramón Gaya es “muy pintor, y también muy murciano, pero sin sombra de regionalismo – todo ismo, como se sabe, encierra falsedad, tendenciosidad, demagogia – sin sombra de provincianismo y sin caer tampoco en esa universalidad pueblerina, buena para papanatas, que se estila hoy”. (No deja de ser otra paradoja que el padre de ese papanatismo fuera nada menos que Juan Ramón Jiménez, para quien Gaya hizo aquel delicioso dibujo que ambos llamaron perejil y que en realidad es culantrillo. A este respecto me viene a la memoria el consejo del novelista Luis Berenguer: “No dejes que te llamen andaluz universal”) Pero sigamos con Gaya y con Pedro Serna, del que dice que “el creador no es un intérprete de la realidad, sino un hacedor de realidad…que sabe muy bien que la realidad no puede ser enjaulada – como han hecho siempre los realismos – ni arlequinizada, ni traicionada, ni burlada frívolamente – como han hecho los estúpidos vanguardismos culteranos de nuestros días…” Por fin, al tocar el tema de la tradición, habla en primera persona, aunque sea del plural: “Quienes nos hemos negado a romper con la tradición – como en cambio mandan los tiempos- hemos sentido muy bien que tampoco se trata de estar, como monigotes, aposentados en ella, caídos de bruces en ella; la tradición no es un lugar de estar, sino de irse, pero de irnos sin desentendernos nunca, sin olvidarnos nunca de su viejo y lejano manantial.” Y sigue: “…estando así las cosas, cuando alguien, como es el caso de nuestro sutilísimo pintor murciano – por sensibilidad, por naturalidad, por pureza, por fineza y firmeza de sentimiento, por vigoroso y riguroso instinto -, se niega a comulgar con ruedas de molino (o con paraguas y máquinas de coser) y nos entrega esos hermosísimos trozos de pintura legítima, lo cierto es que nos desconcertamos un tanto, como cuando alguien dice…una verdad.” ¿Quién no diría de más de un cuadro de Gaya esto que él dice de Pedro Serna?: “el color es aquí, más que el color de las cosas, el color del aire, como una afinación, como una tonalidad musical del aire.”
Estupendo todo lo que dices, y como lo dices. Precioso. jgm
ResponderEliminarYo también he disfrutado mucho de estas dos entradas. Es una pena lo de JRJ porque salvo en agarrarse a eso del 'andaluz universal' supo ser más universal que la mayoría.
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