Friday, December 30, 2011
Friday, December 16, 2011
Una piedra blanca y una cruz

Tengo que agradecerle a Marta Palenque la oportunidad, al invitarme a presentar su libro sobre el poeta y su ciudad, de entonar una palinodia y desagraviar a la ciudad y a sus fuerzas vivas, al menos al sector becqueriano de ellas. Al fin y al cabo, los protagonistas de aquellos fastos llevaban años luchando por conseguir dos objetivos: traer los restos de los hermanos Bécquer al Panteón de Sevillanos Ilustres y levantarle un monumento a Gustavo Adolfo. El relato de Marta Palenque se apuntala en tres o cuatro fechas, a saber: 1871, 1884, 1911 y 1913, y es el relato de los esfuerzos y las tentativas de algunos próceres de la ciudad por saldar la deuda que ésta tiene a su juicio contraída con su poeta. La primera tentativa de aquellos paisanos del poeta fue la de cumplir el deseo manifestado por éste en la tercera de las Cartas desde mi celda en la que describe "una especie de remanso que fertiliza un valle en miniatura, formado por el corte natural de la ribera, que en aquel lugar es bien alta, y forma un rápido declive.” En ese lugar desearía “dormir el sueño de la inmortalidad”, y precisa: Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento. Si hay un nombre que destaca desde los primeros momentos es el de don José Gestoso, que ya en 1881 había intentado que colgaran un retrato de Bécquer en la Biblioteca Colombina, en lo que tropieza con el Cabildo Catedral, como tropieza con el Claustro universitario en su intento de que los restos del poeta descansen en el Panteón de Sevillanos Ilustres de la iglesia de la Anunciación. También es Gestoso el alma del monumento al poeta en el remanso junto al río, cuyo boceto encarga al escultor Antonio Susillo, el “Bécquer del barro”, y que no pasa de la primera piedra, puesta, eso sí, con gran aparato de guirnaldas y banderolas, levitas y chisteras, charreteras y entorchados, procesión cívica y discursos, mal tiempo y buen banquete. Bien es verdad que ya el idílico paraje de la adolescencia del poeta lo cruza la vía férrea. Lo único que se consigue es que se le dedique al poeta una calle del ensanche de la ciudad junto al arco de la Macarena, una calle de lo que entonces era extrarradio y suburbio.
Bécquer dejó Sevilla a los dieciocho años, en 1854, y al parecer sólo volvió una vez, ya casado, hacia 1863, unos meses de vida familiar sin pena ni gloria. La pena estaba a la vuelta de la esquina y la gloria aún iba para largo. Hubo que esperar al siglo XX para que se cumplieran los anhelos de los amigos de Bécquer, y serían otros sevillanos emigrados a la capital como él, los hermanos Alvarez Quintero, entonces en la cresta de la ola y bien relacionados en la capital del Reino, quienes hicieran realidad en pocos meses la glorificación del poeta en su ciudad. Ni cortos ni perezosos, los Quintero pusieron manos a la obra, literalmente, y escribieron La rima eterna, inspirada en textos becquerianos, que estrenaron con éxito y cuyos beneficios dedicaron a costear el monumento para el que contaron con el entusiasmo y el buen hacer de un sobrino de don Juan Valera, el escultor Lorenzo Coullaut Valera. Con decir que medió un año entre el estreno de La rima eterna y la inauguración del monumento en el Parque de María Luisa está dicho todo, y no faltó quien comparase la rapidez y la eficacia de los Quintero con las laboriosas gestiones de los personajes locales cuyo único resultado había sido colgar por fin el retrato de Bécquer por Sánchez Barbudo en la Biblioteca Colombina en 1909. Los Quintero los invitaron a todos y a las autoridades por supuesto, con el alcalde don Antonio Halcón y Vinent a la cabeza. También invitaron a S. M. la Reina, que apoyaba el proyecto, pero por cuestión de fechas no pudo venir y eso permitió que la ceremonia fuera menos protocolaria y más popular. Los becquerianos locales, con Gestoso al frente, no dejaron de sentirse algo celosos de la facilidad con que los Quintero habían triunfado en el empeño, ellos que habían sudado el quilo para poner una primera y única piedra en la Puerta de la Barqueta, una lápida en la casa natal de la calle Conde de Barajas, rotular una calle entonces periférica y por último colgar el retrato en la Colombina. Sin embargo, por mucho que refunfuñaran, el acontecimiento del 9 de diciembre de 1911 allanó el camino para que antes de dos años, en abril de 1913, lograran ellos por fin traer de Madrid los restos del poeta y su hermano y depositarlos en la cripta de la iglesia de la Universidad. A estas fúnebres ocasiones no fueron por cierto invitados los hermanos Alvarez Quintero, pero ellos se sumaron a ellas como particulares, demostrando así que estaban muy por encima de las cominerías provincianas. La Real Academia Sevillana de Buenas Letras recabó fondos al efecto del Ayuntamiento y de la Diputación provincial, y su director, don Francisco Rodríguez Marín, viajó a Madrid para hacerse cargo de los restos y acompañarlos a Sevilla. A su nombre hay que añadir los de don Emilo Cotarelo, don Enrique de Mesa, don Luis Montoto, don Gonzalo Segovia y, sobre todo, don José Gestoso. Era abril en Sevilla, pero con aguas mil. Si se piensa que el día que murió Gustavo Adolfo hubo un eclipse de sol, hay que deducir que el cielo no era indiferente y se sumaba al duelo a su manera.
Marta Palenque reconstruye en este libro ameno, con ilustraciones de época, todas las vicisitudes del “poeta en su ciudad”, en esa ciudad de sus primeros años que él siempre tuvo presente y que evocó e inmortalizó en tantos de sus escritos. Sin embargo, esa ciudad en que la autora sitúa al poeta no es la ciudad que él conoció y describió, en cuadros de costumbres, en paisajes con figuras, en leyendas fantásticas. La ciudad del poeta es en este libro aquella en que un grupo de paisanos que creía en él hizo lo que pudo por echar a volar la fama y la gloria póstumas con las que él soñara más de una vez en su vida desdichada.
Un muro y una vía férrea separaron durante muchos años a la ciudad de ese locus amoenus junto al río donde se puso la primera piedra y que, por la descripción que hace Bécquer en la Carta III, debe de estar más o menos en el Parque del Alamillo, recuperado por la ciudad al desparecer, con motivo de la Exposición de 1992, la vía férrea y el muro. ¿No sería cosa de poner allá, como él quería, a la sombra de los álamos blancos, “una piedra blanca con una cruz y mi nombre”?
Tuesday, December 13, 2011
Scala Coeli

Cruz alzada y tres casullas
y una banda de querubes .
bajan por entre las nubes
del altar mayor del Cielo.
¡Aleluya!
Y es que aquí abajo en el suelo
se está corriendo la voz
de que nació el Niño Dios,
¡aleluya!
y toda la noche es suya.
¡Qué alegría
de luces multicolores!
¡Y en Belén
¡En Belén, con los pastores!
¡Animo, José! ¡Y María
de los dolores,
no llores ni tengas pena
que por algo es Nochebuena!
¡Aleluya!
Friday, December 09, 2011
La gran poesía francesa

Al morir Fernando Aguirre de Cárcer, fue su compañero en la sección de traducción española de la FAO don Manuel Barrios Trujillo, quien salvó de la destrucción de sus papeles el original mecanografiado de la presente antología de poesías francesas que aquél había puesto en verso castellano. Ya sabía yo de esta antología en nuestros años de convivencia tanto en Ginebra como en Roma, de suerte que, cuando Alonso Alvarez de Toledo me propuso colaborar en la edición de una antología de poetas diplomáticos, puse especial interés en incluir en ella a dos colegas míos en los organismos internacionales, donde ambos habían recalado al perder la carrera por motivos diversos. Estos colegas fueron Juan Ortega Costa y Fernando Aguirre de Cárcer. (Del prólogo)
Sunday, December 04, 2011
Saturday, November 26, 2011
Congreso sobre Muñoz Rojas en el CEU
Thursday, November 24, 2011
Wednesday, November 23, 2011
Monday, November 21, 2011
Wednesday, November 16, 2011
Pata negra

El ruido de las nueces
Tuve yo un amigo, natural de Cartagena, que al concluir nuestra guerra pasó a Francia con las tropas derrotadas y, al producirse la invasión alemana, logró después de mil peripecias, pasar de la Francia ocupada a la Francia de Vichy. Cuando aún estaba en un campo de prisioneros, tuvo un cruce de palabras con un suboficial alemán que cortó la conversación diciendo: “Estamos en guerra y sobran las palabras. Las armas hablan por nosotros.” Algo de eso es lo que ocurre en nuestras Provincias Vascongadas. A la hora de las decisiones, son las armas las que tienen la última palabra, tanto si se utilizan como si se guardan para mejor ocasión. En el guirigay confuso con que se pretende contrarrestar el plomo y la metralla, hay quien pretende salvar el mobiliario parlamentario trazando una distinción entre los “violentos” y los “demócratas”, o sea, entre los que sacuden el árbol y los que recogen las nueces, feliz tropo forestal de uno de los políticos españoles que mejor maneja en público la lengua de su paisano Ignacio de Loyola. Las nueces de que habla nuestro entrañable compatriota Arzallus se recogen en urnas de cristal o de plástico, lo cual explica que el árbol deje de sacudirse mientras las nueces se insaculan, no vaya a ser que alguna caiga sobre la cabeza de los pacíficos demócratas que las recogen en los colegios electorales. En el reparto de papeles del separatismo, como ya he dicho en otra ocasión, unos tiran la piedra y otros esconden la mano, o como dice el susodicho excorreligionario del P. Escobar, unos sacuden el árbol y otros cogen las nueces, pero hay pecados, y el de lesa patria es uno de ellos, en los que la Compañía siempre negó parvedad de materia.
A raíz de la Revolución de los Claveles andaba yo por Lisboa y vi un cartel que cruzaba una calle de balcón a balcón y ponía: “Associação dos deficientes das forças armadas”. Le dije a Umbral que por qué no le proponía a su amigo Carandell que incluyera ese lema en su Celtiberia Show, y me contestó que no era oportuno. No era en efecto oportuno ridiculizar a los heroicos soldados que habían hecho una revolución tapando con flores los cañones de los fusiles. El trabajo de Carandell tenía por objeto destacar lo esperpéntico de un país que a primera vista había dejado de parecerlo. Hoy se han invertido las proporciones, y lo que entonces podía ser una que otra excepción pintoresca, es la regla general, y buena prueba de ello son los breviarios del pensamiento de Sabino Arana, como éste con que se estrenaba la joven editorial Criterio* . La sindéresis y la ortografía de Sabino puede que fueran explosivas y detonantes en su día. Hoy las deja en pañales las de cualquier sujeto de derechos humanos, por no hablar de la explosiva y detonante elocuencia de las armas. El peor defecto de Sabino es el mismo de Unamuno: la falta de sentido del humor. Con una pizca de humor, la lectura de sus máximas y jaculatorias sería tan divertida como la de las barbaridades y burradas de Baroja en El tablado de Arlequín. Sobre la persona de Sabino poco es lo que cabe añadir a la etopeya que de él traza Juaristi en El bucle melancólico. Esa etopeya, como ya dije, burilada al aguafuerte, contrastaba con otras, como la de Joseba Elósegui, otro elemento, trazada al pastel. Con ellos podría hacer juego un óleo, el de Zuloaga de Gregorio el Botero. ¡Qué tríptico de la raza! Pura pata negra los tres. Yo siempre digo que lo único genuinamente ibérico que queda en España es el euskera y el cochino de pata negra.
Prologa el libro cuya lectura recomiendo un prohombre vizcaíno, Adolfo Careaga, miembro de la Fundación Sabino Arana. Con la autoridad que le da ser miembro de esa benemérita Fundación, Careaga alude al presunto testamento de Sabino antes de su muerte, no ya en el seno de la Santa Madre Iglesia por supuesto, del que nunca se salió, sino en el seno de la Madre España, con la que tuvo tiempo de reconciliarse. Prueba de ello, el artículo titulado Grave y Trascendental, publicado el 22 de junio de 1902 en su periódico La Patria, y del que salió la llamada Liga de Vascos Españolista.
Lo mejor que cabría hacer con Sabino es calificar su locura de quijotesca, y nada tan genuinamente español como esa forma de locura. Nada tan genuinamente español y quijotesco como ese retorno a la cordura, esa recuperación de la razón perdida, si no como Don Quijote, en el lecho de muerte, al menos cuando ya sentía cerca la hora de la verdad.
Sin embargo, posteriores indagaciones nos dirían que en esa reconciliación hubo más cálculo que otra cosa, y que la tal Liga no fue más que un disfraz semántico del PNV, sometido por el “Gobierno dictador” como decía Sabino, es decir, por la Dictadura de Primo de Rivera, a un acoso parecido al que el actual “Estado de derecho” tiene sometida a la pobre HB. Así lo dan a entender unas confusas aclaraciones al susodicho artículo a la semana de su publicación. Mucha cabeza hay que tener para tocarse a la vez con la Corona y con la Boina.
Saturday, November 12, 2011
Thursday, November 10, 2011
Sunday, November 06, 2011
Sunday, October 30, 2011
Buena pintura y buen cante

(El Canopo de Villa Adriana, visto por Pedro Serna)

(Otra vista del Canopo en 1975)
Wednesday, October 26, 2011
Sunday, October 23, 2011
Friday, October 21, 2011
Thursday, October 20, 2011
Monday, October 17, 2011
Con otro enfoque
Saturday, October 15, 2011
Malos pensamientos

Al día siguiente de la boda en Dueñas coincidí con Curro en el Ateneo y, como venía solo, le pregunté: "¿Cómo es que Carmen no ha venido? Estará recuperándose del casorio." El me contestó, muy serio: "Es que ha tenido que ir a un funeral". Estuve a punto de decir: "¿Ya?", pero me hice en la boca la cruz que tenía que haberme hecho en la frente.
Friday, October 14, 2011
Piedra y destino de Isabel Roldán

Uno de los mitos de nuestro tiempo es Federico García Lorca. Bien saben los que me leen y entienden que para mí el mito tiene una alta acepción poética y espiritual. Lo malo de un mito es que degenere en tópico, y tal cosa acaece cuando se apodera de él la opinión pública y quienes la manipulan. Lo que pasa hoy con García Lorca pasó años atrás con José Antonio y no siempre fue fácil descubrir la verdad de los mitos bajo la hojarasca de los tópicos. Estos mitos nuestros tienen su origen en la tragedia, una tragedia que, sobre todo en el caso de Lorca, que es el que hoy nos interesa, proyecta su sombra y su fisonomía sobre todo lo que con él guarda alguna relación. Al morir Conchita en accidente de automóvil, me comentaba Romero Murube el sino trágico de esa familia, un sino que, aunque fuera de refilón, tocó a Isabel Roldán García, prima del poeta.
Isabel, que tenía los pómulos, los ojos y la boca del primo, era como aquella princesa de fábula que de un ensalmo quedó petrificada de cintura para abajo. Esa fue la parte que le tocó del sino trágico de la familia, un sino y una condición de los que ella sacó la materia de su arte. Isabel Roldán vivió, piedra y carne, entre las piedras que tallaba su marido, el escultor Eduardo Carretero. Yo la he visto así en Chinchón, entre bloques amarillentos de piedra de Colmenar, disponiendo un perol para el escultor y los canteros.
La media Isabel de carne era palpitante y aguda, como una madre de tragedia griega o de drama rural. La media Isabel de piedra sideraba con los ojos el paisaje; lo convertía en piedra. Así, tesela a tesela, fue creando un mundo de mosaico; fue pasando al mosaico la geografía rural de España, desde Sos del Rey Católico, barco de piedra bajo un cielo de ceniza, hasta Benamejí y su derrumbadero sobre el Genil. Su arte estuvo en combinar sus piedrecitas de suerte que las fachadas de cal y los tejados rojizos y los baluartes de arenisca y los campanarios de ladrillo estuvieran figurados con los materiales mismos que sirvieron para su edificación. Esto no era difícil, para ella se entiende, como no lo era reproducir en teselas fallas geológicas, crestas, tajos y carreteras adoquinadas, pero es que Isabel no se quedaba ahí, en la pura materia mineral, sino que atinaba con sus piedrecitas en los matices de un celaje, en la fronda cambiante de un olivar, en un lindero de almendros, en un claroscuro de cipreses.
La Fundación de los Nobles Oficios y las Bellas Artes de Chinchón editó en marzo de 1991 un Catálogo de los mosaicos de Isabel Roldán, precedido de bellas prosas firmadas por José Hierro, José Luis Fernández del Amo, Luis Rosales, Caballero Bonald y Manuel Alvar. José Hierro, que no hay que olvidar fue uno de los críticos de arte más rigurosos y certeros de lo que resulta cómodo despachar con el apelativo de generación de la berza o del páramo cultural, da una auténtica lección magistral sobre el arte del mosaico y su traducción por Isabel a la técnica del impresionismo. No se puede decir más en menos. Fernández del Amo y Rosales evocan, ante sus escenas de piedra, la voz y la guitarra de Isabel. Caballero Bonald rastrea los lugares de procedencia de las teselas y compone un bello mosaico de palabras preciosas. Alvar ve en ella la conjunción de Andalucía y Castilla, de lo morisco y lo cristiano en que Rávena y Granada se encuentran y se reconocen. Todos ellos supieron de su amistad; todos hablan de su arte con gran conocimiento de causa. En ellos está la memoria viva de Isabel; en todos su obra viva y en sus álamos de piedra nos parece oír aquella canción que en Granada, cuando Lorcas y Rosales eran jóvenes y nadie podía imaginar bodas de sangre, cantaba la prima Isabel acompañándose a la guitarra: A los álamos altos / los mueve el viento / y a los enamorados / el pensamiento,/ ¡ay, vida mía! / el pensamiento.
Thursday, October 13, 2011
Lances de mesa

Almorcé donde pude; me fui a la fonda a echar una siesta y al caer la tarde me encaminé a la Dehesa de la Villa, a casa de Fernando Quiñones que también me había organizado una cena con “fantasmas del pasado”, es decir, con algunos elementos de su “discipulado” como el escritor Eduardo Tijeras y el músico Castañeda. Fui recibido con grandes fiestas como de costumbre y grandes alabanzas al libro rojo de Mao, coqueluche aquellos días de la joven intelectualidad madrileña. A Nadia no la vi, porque estaba acostada con una fuerte jaqueca. Fernando me mostró una paletilla de Trevélez, que para abrir boca no estaba mal. En la televisión retransmitían un partido desde Sevilla entre la selección española y la de la Unión Soviética que para colmo quedó en tablas o ganaron los soviéticos. Yo esperaba en vano la victoria española y los otros daban cuenta de la paletilla, de la que Fernando me pasaba de vez en cuando una lonchita. Por fin, se acabó el partido, se acabó la paletilla, se esfumaron los fantasmas y en vista de que yo me quedaba con hambre y no lo disimulaba, me propuso Fernando bajar a un bar a tomar café. Yo estaba furioso y dije que no quería tomar café, que lo que yo quería era tomar un taxi. Por fin tomé el taxi y cené un pepito de ternera y una cerveza en un bar de Marqués de Cubas, donde estaba mi pensión.
El que sí me dio la cena fue un gastrónomo profesional y nada menos que en el Jockey, uno de los mejores restaurantes del Madrid de la época. A este sujeto lo había conocido poco antes en Roma a través de su ex cónyuge y los dos vinieron a cenar a nuestra casa trasteverina. Cuando Eugenio Montes me dijo de él que era “el brazo derecho de López Rodó”, yo le dije: “Oiga usted, López Rodó debe de ser el gigante Briareo, porque ya he perdido la cuenta de sus brazos derechos; el último que yo recuerde, Fabián Estapé”. Pues bien, este “brazo derecho” estuvo amenísimo durante toda la cena y contó anécdotas de altos personajes dando a entender que entraba en El Pardo como Pedro por su casa y que todos los planes de desarrollo se los sacaba él de la manga a razón de uno por fin de semana. Cuando la pareja se despidió, caímos en la cuenta de que él lo único que había probado era un sorbito de café. Luego supe consternado que, con aquella pinta de Charlie McCarthy, el muñeco enchisterado del ventrílocuo norteamericano Edgar Bergen, era socio honorario del Cordon Bleu y caballero del Tastevin nada menos. Seguro que aquella noche se fue como moro en Ramadán a su restaurante favorito frente al Palacio Altemps. Al saberme en Madrid, Charlie McCarthy – llamémosle así – se apresuró a corresponder a la invitación romana a la vez que me daba una lección de mundanidad. Los otros comensales eran una joven angelical que bebía las palabras del anfitrión con un candor que aún no sé si era auténtico y una joven pareja, de la que el marido, sin haber estado nunca en Roma, había confeccionado una maqueta de la ciudad en la que no faltaba un detalle. Charlie, mientras saludaba con familiaridad a cuantos llegaban a otras mesas – Pitita Ridruejo, los marqueses de Villaverde y qué sé yo – pidió de aperitivo un cocktail de Champagne. No recuerdo qué pedimos los demás, que no teníamos tanta soltura.Charlie apenas se llevó el cocktail a su boca de alcancía, hizo seña al camarero y le dio a entender que no estaba a su gusto; el camarero se apresuró a cambiárselo por otro; tomó un sorbo, puso cara de circunstancias, tomó un segundo sorbo y llamó al camarero para decirle que tampoco éste era de su agrado y que debía de ser que el champagne aquel – Moët Chandon, Veuve Clicquot o lo que fuera – perdía calidad al venir en botellín, que le trajera una botella entera, cosa que hizo el camarero, que esta vez preparó el cocktail delante de él y con mucha ceremonia. La elección de manjares fue otro número y por fin se decantó por un consommé ruso para empezar y no sé qué otra virguería como entrée mientras hacía una seña a Bartolomé March de que se acercara para susurrarle alguna importante confidencia en el oído.
Aquella misma tarde había estado yo en casa del escultor granadino Eduardo Carretero, casado con Isabel Roldán García, y mientras charlábamos había en el centro de la mesa un cuenco con aceite y pimentón en el que mojábamos un coscorrón de pan. A Eduardo lo había conocido en Chinchón o en Colmenar en una cantera donde compartimos con la cuadrilla de sus ayudantes un suculento perol al aire libre entre bloques de piedra y esculturas a medio hacer. Isabel, una Frieda Kahlo ibérica, era prima de Federico y estaba paralizada de cintura para abajo y las piedras con que trabajaba eran teselas de mosaico. No recuerdo muy bien lo que comimos aquel día al sol de Castilla, entre otras cosas porque todo me lo borra el regusto del aceite aquel de la tarde en que luego me darían la cena en Jockey.
Monday, October 10, 2011
Ridruejo desde Roma

A fines de 1974 o comienzos de 1975, viviendo yo en Roma, se me pidió de Madrid una aportación a un homenaje colectivo a Dionisio Ridruejo, que aún vivía. Mandé lo que sigue:
Dionisio Ridruejo, maestro de libertad
Entre las muchas lecciones que he recibido y que aún espero recibir de Dionisio Ridruejo destaca por fuerza la lección de la libertad. En él y por él, en su palabra y en su vida, he aprendido que la libertad es cosa del espíritu y no, como ahora se pregona, de los instintos. Una es la libertad pura y simple; otra es puro y simple libertinaje, y ésta es una distinción que quiero recalcar aun a riesgo de ofrecer un blanco fácil a los papanatas del humor negro. La libertad es cosa de minorías selectas; el libertinaje lo es de minorías abyectas. Un liberal es una persona decente; un libertario o, mejor dicho, un libertino, es parte de la canalla, de esa canalla que con sus excesos provoca y explica tantos liberticidios, y conste que por “canalla” entiendo menos al “pobre desheredado de la cultura”, como dijera Machado, que al gran financiero o al cineasta surrealistoide que no tiene otra ley ni otra moral que la de dar rienda suelta a sus peores instintos.
Un liberal no puede ciertamente contemplar con optimismo los tiempos que corren; tan mala es para la libertad la inflación como la carestía. En los años en que el producto escaseaba en el mercado nacional, sabíamos muchos que se podía encontrar a un precio justo en casa de Dionisio; ahora que el mercado mundial lo inundan toda suerte de sucedáneos y adulteraciones, sepan los que en algo tengan aún la libertad que en casa de Dionisio puede hallarse aún el producto genuino.
Roma, enero de 1975

Thursday, October 06, 2011
Monday, October 03, 2011
Otra reseña

Véase Rayos y truenos donde hay algún que otro comentario pintoresco.
Tuesday, September 27, 2011
Thursday, September 22, 2011
Tuesday, September 20, 2011
La burbuja editorial

Perfecta definición:
“Las empresas distribuidoras “viven” del servicio de novedades que sirven a las librerías y otros puntos de venta. Entregan las novedades e inmediatamente “cargan” con pagos demorados (30 o 60 días) a las librerías. Puede haber servicios de novedad una vez a la semana (o incluso más). A nadie se le puede escapar que con la cantidad de títulos editados al año en España resulta imposible que el mercado reciba (compre) ni una décima parte de los mismos. Dónde está el negocio de editar-distribuir libros deberíamos preguntarnos. Pues en ese movimiento de dinero demorado (e inexistente en términos de libros vendidos). Es decir, para los distribuidores, cada libro colocado en librería “es” un libro “vendido” (por lo menos a uno o dos meses vista). Pero como, evidentemente, ellos saben que no es así, el negocio está en “reponer esa venta” con otro (o más, cuantos más mejor) títulos nuevos. Vistas así las cosas, el librero que sobrevive es aquel que devuelve novedades a mayor ritmo que lo que recibe del distribuidor. Sí, amigos/as, en el fondo (y en la superficie) cuantos más libros mejor (para la distribución); otra cosa es el interés en que se vendan (y lean). Podemos hablar si quieren de la “burbuja” económica del libro. ¿Hasta cuándo?”.
(Escribe Pedro Fernández-Barbadillo)