El arte como salvación III
“En 1960, Hans Sedlmayr le decía al entonces crítico de arte García Viñó que “la tarea más importante que tenía planteada la crítica de arte en aquel momento era la de trazar una línea que separase el arte de lo que no lo era. Una línea, añadió, que pasaba por en medio de la obra del mismísimo Picasso”. En la época en que hablaba Sedlmayer, además, el mundo en general y Europa muy en particular estaban divididos en dos por una línea análoga, cuyo símbolo era el Muro de Berlín, y no hay que decir de qué lado estaban la mayoría de los artistas del feísmo, con Picasso a la cabeza.
(Gaya. La Salute)
Yo no sé de qué lado estaba Ramón Gaya, por ejemplo. En un artista lo que cuenta son los resultados. Hay que ir a él como al hombre en el Evangelio, por sus frutos, y los de Gaya se cifraban en dos cosas: respeto a la tradición y alegría estética. Un artista que lo ve todo negro tiene la obsesión de la ruptura; un artista que madruga, sabe que la tradición no es inmovilismo, sino invención y descubrimiento. Los artistas incapaces de inventar y descubrir, optan por hacer tabla rasa de la tradición y si la siguen, como el Picasso dimezzato, es por la vía de la caricatura. Hablo de Picasso y de Gaya cuando debería estar hablando de Pedro Serna y es que en Gaya y en Picasso, por qué no, está la tradición que sigue y que cultiva. El rasgo de Ramón Gaya de hacer, contra viento y marea, en la España de 1960, donde reinaban pictóricamente la abstracción y el feísmo, una afirmación de fe en la gran pintura de todos los tiempos, hizo posible una estirpe de pintores como Carmen Laffón, Grau Sala, Joaquín Sáenz y, por supuesto, Pedro Serna, por no hablar de otros más jóvenes como Manuel Benítez Reyes. Sin Gaya no se entiende Serna, y es inevitable recurrir a aquél para entender la pintura de éste, y apoyarse no sólo en sus cuadros, sino en sus escritos. Tal vez el Picasso que inventa y descubre esté en el cubismo, pero con el que yo creo que Serna está más en deuda es con el Picasso de la colección de María Teresa Walter, un Picasso abierto al amor de la familia y a la luminosidad mediterránea. Serna no tiene nada de cubista, pero su sentido del color lo aproxima mucho a Juan Gris, uno de los pintores más gratos a la vista que conozco.
(Serna. Atardecer desde la casa de Rafael de Paula)
Hay dos conceptos que es funesto confundir, a saber, lo moderno y lo vanguardista. Decía Jouvet que en el mundo del teatro lo único que no cambia nunca es la vanguardia, y Manuel Díez Crespo que moderno es todo lo que está bien hecho. Pedro Serna no es vanguardista; es moderno, como lo son todos los pintores que menté más arriba y que deben a Gaya su aire de familia.”
Por pudor también trata Ramón Gaya de disimular en su homenaje a la tradición un sentimiento parecido al de aquellos campesinos a quienes conmovía una tabla de Berruguete porque, como él dijera con un punto de demagogia y de pedantería al evocar su experiencia en las Misiones Pedagógicas en un escrito del polémico año de 1937, “se les había dejado tan hundidos en una fecha remota que aquella tabla del siglo XV parecían reconocerla.” Decía d’Ors que toda colonización es recíproca; algo de eso cabría decir de las Misiones Pedagógicas, y eso explica que algunos años después le brotara a Ramón Gaya un villancico estremecedor de su alma medieval.
Para Gaya, el arte no era un fin en sí mismo, sino un medio de alcanzar la verdad, un sentimiento sin el que la verdad no pasaba de realidad. De haber sido un místico, habría dicho que el arte era un camino de salvación.
Magnífica esta saga por entregas.
ResponderEliminarYo también soy devoto de Gris, uno de los escasos pintores de vanguardia que me encandilan (me da que para él la pintura tenía un algo de sacerdocio, todo lo contrario que para Picasso -y esa diferencia se nota en la obra de ambos: personalmente, ya no es el estilo, es más hondo, hasta en sus primeros trabajos, ajenos al feísmo, hay algo que me desagrada-).
enda la sedrie. Iluminadora.
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