Una extranjera en Sevilla
Me contaba Manuel Halcón que, allá a mediados de los años 20, estaba él con Pepín Ybarra en la playa de Chipiona y vio venir paseando a una pareja de una belleza y una armonía tan ideales que, más que salida del mar, parecía nacer de él. Cuando llegaron a su altura, Pepín, es decir, el conde de Ybarra, hizo las presentaciones. Ella era catalana, de Barcelona, y él dominicano, aunque también de origen catalán. Se apellidaba Llompart. A Llompart, que era lo que en la época se llamaba un sportsman, lo había traído el conde de Ybarra a Sevilla para que le montara un club de golf. Traía ella una cesta, con las cosas que las mujeres distinguidas suelen o solían llevar a la playa, y en ella pudo ver Halcón un libro. Picado por la curiosidad, buscó el título mirando con disimulo. Se trataba de una obra que hacía menos de un año había aparecido en Francia: À la recherche du temps perdu, de un tal Marcel Proust. Una persona así tenía difícil encaje en la Sevilla de su tiempo; su marido, al fin y al cabo, no era más que un empleado distinguido de un aristócrata, y poco en común podían tener ni él ni ella con la burguesía de la época. Una mujer de educación refinada, que había viajado por Europa y que conocía otros idiomas aparte de sus dos lenguas natales, no tenía más remedio que hacer causa común con la colonia extranjera, con esa colonia extranjera de ingenieros suizos, ingleses, alemanes que seguía mandando a sus hijos a estudiar a sus países de origen. La vida familiar de Paulina no debió de ser muy feliz, pues el marido debió de justificar los recelos con que sus padres allá en Barcelona habían visto el casamiento. El, o no ganaba mucho o gastaba más de lo que ganaba, de suerte que ella tuvo que verse reducida con sus dos hijas de corta edad a la estrechez de un cuarto de pensión en aquellos veranos tórridos, que apenas mitigaba en sus escapadas con las amigas extranjeras para nadar en Alcalá del Río o en Alcalá de Guadaira. Es difícil, y penoso además, reconstruir la biografía de esta mujer extraordinaria que tuve la suerte de conocer en el ocaso de su vida. Lo más importante no es lo que nos digan unos u otros, sino lo que ella puso de sí misma en las novelas que dejó escritas; en Aprendiz de persona, su infancia, su niñez, su adolescencia; en Mundo pequeño y fingido, esa novela increíble ambientada en el lago de Ginebra, hay, entre otros personajes complejos, una condesa italiana, y lo que la autora cuenta de su matrimonio es muy posible que sea algo que ella conoció muy de primera mano. Ese mundo novelesco no tuvo para Paulina nada de pequeño ni de fingido; fue el mundo de su juventud, un mundo que supo revivir en aquella Sevilla de la que nunca volvió a salir y donde parecía extranjera.
Què personaje tan interesante. Voy a ver si puedo encontrar algo de ella.
ResponderEliminarAcaban de reeditar su novela "Las ocas blancas"
ResponderEliminarMuy señor mío:
ResponderEliminarAterrizo por casualidad desde el blog "Hispaniarum" de Alfaraz, y le felicito por su espacio, a la vez que le mando un saludo.
El Octavo Nieto de Adriano del Valle agradeciendo las evocaciones que ha realizado de mi abuelo en distintas revistas.
Mi blog nació para rendirle homenaje y tratar modestamene de dar a conocer su bella poesia.
Un fuerte abrazo.-
Acabo de darme un garbeo por su bitácora donde me encuentro a la Sevilla que prefiero. A su abuelo no lo llegué a conocer, pero su poesía me sedujo siempre. ¿Dónde están ahora los poetas cuyos versos se quedan en la memoria?
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