En el centenario de Ortega

                                                                      Lagunas y lagunas

En la mesa redonda que siguió a la conferencia que pronunció en Sevilla sobre Ortega el catedrático Castilla del Pino, se plantearon dos cuestiones que me obligaron a intervenir. Como estas intervenciones se las lleva el viento, sobre todo si el que interviene no goza del favor de los medios de manipulaciόn de masas, voy a consignarlas, y ampliarlas, por escrito, pues entiendo con ello contribuir a hacer la luz sobre unas verdades en cuya posesiόn no estoy, pero que entre todos tenemos el deber de buscar.

Hace ya lο menos veinte años traté de decir en público, y los mandarines de Cuadernos para el Diálogo se encargaron de que no lο dijera, que afirmar que uno de los límites de Ortega era no ser marxista era como decir que uno de los límites de España es acabar en los Pirineos. Veinte años después, en el coloquio aludido, no se habló de límites, sino de lagunas, y alguien dijo que una de las lagunas de Ortega era el marxismo. Si pensamos que Ortega no fue tampoco tomista, ni positivista lόgico, ni existencialista, llegamos a la conclusiόn de que no era un filόsofo, sino una especie de Finlandia ο de Ruidera, que cae más cerca. La laguna del marxismo, en la que Ortega tuvo muy buenas razones para no quererse bañar, ha sido hasta hace poco, y lo sigue siendo para algunas mentes rezagadas, una especie de laguna Estigia que confiere la inmunidad filosófica al que se sumerge en ella. Esa carencia de inmunidad pone a todas luces a Ortega en desventaja frente a Sartre, a Lukacs, a Adorno, a Marcuse, etcétera, pero lo pone en pie de igualdad con Nietzsche, Heidegger, Russell, Wittgestein, etcétera, etcétera y etcétera.  Esto yo lo atribuyo a la siguiente motivación, cual es la de que la respuesta de Marx a la cuestión social no le resulta a Ortega ni convincente ni atractiva, ya que lo que para Marx es cuestión de clases para Ortega es cuestión de masas. La historia le daría la razón a Ortega, pues en la segunda mitad del siglo ΧΧ no hay un solo partido político presuntamente “de clase” que no sea, ο aspire a ser, un partido de masas. Si los partidos marxistas en mayor ο menor grado se nutrieran exclusivamente de elementos de la clase obrera, habrían desaparecido hace mucho del mapa político. Α esa idea de Ortega llegaron también Gramsci, por la vía de la especulación y Mussolini, por la vía de la práctica, y así fue como el marxismo, lejos de ser una laguna pasó a ser un mar en el que muchos han naufragado para ser por último, pese al pozo artesiano de la Escuela de Francfort, un desierto en el que ni siquiera claman voces, sino ecos.

La excelente conferencia de Castilla del Pino dio comenzó con la ritual lanzada al moro muerto, y ·esa lanzada consistió en la exhibición de un libro de texto por el que el ponente había tenido que estudiar la historia de la literatura española en la Sevilla de 1938, segundo año triunfal. En ese librito, obra de don José Rogerio Sánchez, se llamaba bolchevique a Azorín, se descalificaba a Ortega y se despachaba con cuatro líneas a Antonio Machado mientras que a Pemán se le consagraban cuatro ο cinco páginas. Υο tengo la suerte de ser algo más joven que Castilla del Pino, así que cuando llegué al Bachillerato, en el que ingresé en 1941, el libro del señor Rogerio Sánchez había sido sustituido, en mi colegio al menos, por los de don Guillermo Díaz Plaja y don Agustín del Saz, en los que, por ejemplo, se invertía por completo la proporciόn de espacio atribuido respectivamente a Pemán y a Machado. ΕΙ libro de Rogerio Sánchez es una muestra de la hostilidad y el recelo con que en la España nacional se miraba a unos escritores que, apenas tuvieron ocasión, apoyaron públicamente y sin reservas al Alzamiento, y eso lo atribuyen a la misma falta de elegancia dialéctica que José Antonio Primo de Rivera denunció en las relaciones con los intelectuales de la Dictadura de su propio padre. Pero también hay que decir que esa falta de elegancia dialéctica tenía una vez mas un cuño monárquico y ahora estaba agravada por el historial político reciente de esos mismos intelectuales, a los que no se les podía perdonar que hubiesen traído la República. Νο hay que olvidar que el Movimiento Nacional se hizo, entre otras cosas, como con el tiempo quedaría ampliamente probado, con la finalidad de restaurar en España la monarquía de la casa de Borbόn. Precisamente el ministro de Educación Nacional que impuso en 1938 el libro de texto de Rogerio Sánchez había hecho sus primeras armas políticas con la Dictadura y se llamaba don Pedro Sainz Rodríguez, y eso explica que el señor Pemán, tan prόximo entonces a don Pedro en Burgos ο Salamanca como más tarde en Estoril, recibiera en ese libro cuatro ο cinco páginas mientras que el señor Machado tenía que contentarse con cuatro líneas. Esto por lo que se refiere a la parte del libro vuelta al pasado, es decir, a la parte monárquica. Pero el libro contenía además un apéndice abierto a la juventud y al porvenir, una parte impuesta sin duda alguna por los elementos falangistas del Gobierno de Burgos, que consistía en una breve antología de cuatro escritores de Falange: José Antonio Primo de Rivera, Eugenio Montes, Ernesto Giménez Caballero y Víctor de la Serna. De ellos solo vive uno, que es Giménez Caballero, que es de sobra capaz de defenderse, y si no, que lo defienda el vicepresidente del Gobierno socialista, que parece ser que lo admira bastante. También Víctor de la Serna tiene quien lo defienda si lo cree oportuno: su hijo Jesús desde las paginas de Εl País, del que es subdirector. Υο sόlo voy a dar la cara por los otros dos -Primo de Rivera y Montes- para decir solo una cosa: que si yo me expreso en castellano con cierto decoro, cierto rigor, cierta alegría, cierta imaginación y cierta contundencia, a ellos se lo debo, como se lo debo a don José Ortega y a don Antonio Machado.

Υο a lanzada a moro muerto respondo con lanzada a moro vivo, y aquí va esta: Α mediados ο fines de los años 60, coincidiendo más ο menos con los “veinticinco años de paz”, apareció en Ediciones Península un libro titulado Dialéctica de la persona, dialéctica de la situaciόn; en la página 228, mi amigo marxista Castilla del Pino respondía de esta suerte a una encuesta titulada “Ortega hoy”: “la posiciόn de Ortega es hoy reconocidamente inviable, y, como tal -hay que decirlo sin temor-, reaccionaria, precisamente por su liberalismo. Εl liberalismo, en la medida en que es utópico, es reaccionario, porque no es posible”. Νο hay peores lagunas que las de la memoria.

Aquilino DUQUE

Artículo aparecido en octubre de 1983 en EL ALCÁZAR. 

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