Entre el sueño y el recuerdo


Entre el sueño y el recuerdo

Decía Serrano Suñer de José Antonio Primo de Rivera que los que lo querían, no le entendían, y que en cambio no lo querían los que podrían entenderle. Su caso no es único, por desgracia, y es frecuente, por no decir normal, en todos los tiempos. Somos cultos de oídas e ilustrados de referencias, y muy en especial los más próximos a ciertos autores raros, entre los que me cuento. De no haber por medio un premio importante o un escándalo, es difícil que el gran público se sienta atraído por un francotirador de la literatura. Yo no me tengo por otra cosa, ya que si algún día tuve la ingenuidad de hacer carrera con las letras, la vida se encargó de desengañarme. Digo hacer carrera cuando lo que debería decir es hacer negocio. No censuro con esto a los que hayan triunfado en ambas pruebas, en particular a aquellos que han tenido la suerte o el arte de sacar partido de un talento indiscutible y cuya obra es una prueba permanente de la justicia de su éxito.

En lo que toca a la novela, siempre digo, parodiando a Montaigne para no ser menos que Ortega, que la amenidad es la cortesía del novelista, pero por experiencia sé que para seducir y atraer lectores no basta con ser cortés y ameno. Para mí ser cortés consiste en suponer que el posible lector comparta mi concepto de la amenidad, y eso limita considerablemente mi círculo de lectores. Ya sé que la mayoría de mis lectores son incondicionales; lo que siento es que no sean lo suficientemente numerosos.

La presentación de esta novela mía, última hasta la fecha, se produce en el mismo marco hospitalario que acoge un seminario sobre autores contemporáneos a quienes desde mi adolescencia, por no decir desde mi infancia, debo momentos muy gratos y sin duda alguna el nacimiento de esta afición. Son los autores que siempre he tratado de emular, o de imitar al menos, y de los que espero haber aprendido algo. A muchos de ellos rindo tributo en éste y en otros relatos míos, unas veces con sus nombres y otras con nombres supuestos. A ellos habría que agregar autores de otras lenguas, que a veces asoman en tal o cual página, y con cuyos libros lo he pasado muy bien. Pero la curiosidad de una persona no se satisface con la lectura sola, y por fas o por nefas, yo he rodado algo por el mundo, frecuentado diversos ambientes, conversado con gente muy diversa y vivido o tratado de vivir varias vidas. De todo eso vengo dando cuenta en toda mi obra, y es lo mismo que hago aquí. Lo que pasa es que según se avanza en años, el tiempo se acelera y obliga a comprimir ideas y vivencias.

Puede que esa necesidad de compresión conlleve una cierta dosis de densidad, una densidad que se procura compensar con la claridad de una prosa. Caza mayor es un totum revolutum, un laberinto cuyo hilo de Ariadna es una suplantación de personalidad, y los peligros que amenazan al suplantado o suplantador, según se mire, por la estupidez y el fanatismo de los servicios secretos. El tema éste del empecinamiento de la burocracia del espionaje en seguir pistas falsas y dejarse engañar ya fue tratado, entre otros, por Graham Greene en Nuestro hombre en La Habana. En cuanto al tema del Doppelgänger, es muy socorrido en la literatura, y no es la primera vez que me valgo de él. En este caso está compuesto por uno que presume de héroe y otro que a fuerza de serlo sin darse cuenta, está a punto de ser víctima. Muchos de estos personajes tienen mucho más interés por lo que han hecho y han vivido que por lo que hayan escrito al respecto, y es la madeja de esas aventuras y esos avatares lo que aquí se trata de devanar. En esa madeja he metido de matute algunas peripecias sin las que una obra de este género no podría pasar por obra de ficción. Todo pasa en el gran teatro de la historia del siglo XX, entre cuyas bambalinas es divertido curiosear. A veces las bambalinas se convierten en una galería de espejos en la que no es fácil orientarse, máxime cuando lo que se trata de reflejar es nada menos que lo ocurrido en las altas esferas, o en los bajos fondos, de la política y la literatura a lo largo de un siglo con dos grandes guerras dobladas de guerras civiles. En estas fechas he tenido que volver sobre mi traducción de Os Lusiadas, de Luis de Camoens, una obra que es a la vez un relato de las gestas ultramarinas de los portugueses y un resumen de su historia hasta aquel momento, un tratado de historia del mundo conocido, de geografía planetaria, de astronomía general, de mitología, de leyendas y de todos los saberes de la época. Camoens viene a hacer en su poema algo de lo que San Isidoro había hecho en sus Etimologías. No sé si él mismo se dio cuenta de lo que exigía de sus posibles lectores, ya que en general el que escribe da por sentado que el que lo lee es tan culto o más que él. El caso es que curándose en salud, ya desde el primer momento, el mismo poeta o sus editores procuraron poner al pie de cada canto numerosas notas aclaratorias y más o menos eruditas. Yo no sé si debería haber hecho lo mismo con esta novela, pero me parecería pretencioso. También lo sería convertir el relato en un juego de la oca o de rayuela, como hizo en su día el amigo Micromegas. Prefiero limitarme a señalar la entidad propia de cada capítulo, y es que, para mí, un capítulo de novela es o debe ser algo redondo y cerrado, como un artículo o un soneto; algo que tenga un significado pleno en el que cada cual pueda encontrar algo que despierte su interés, satisfaga su curiosidad, le aclare las ideas y le produzca un placer estético. Un crítico literario ya desaparecido afirmaba que las únicas grandes novelas son las que son de difícil lectura. No estoy conforme. Las grandes novelas son aquellas que entretienen y emocionan al lector y de las que éste aprende cosas que no sabía. Una de las cosas que a mí me interesa hacer ver es que, siendo el hombre un ser contradictorio, la realidad suele ser paradójica y la vida está llena de situaciones sorprendentes. Precisamente es la sorpresa y lo inesperado lo que da viveza a un relato novelesco, y un relato es tanto más verosímil y tanto más entretenido cuanto mejor se ajuste a esa proteica realidad. Hay épocas, y la nuestra es una de ellas, como lo fue la de entreguerras, en que la novela se eclipsa ante géneros como la biografía y la historia, ya que la realidad vuela más que la imaginación. Yo no soy ni biógrafo ni historiador, pero no puedo evitar la seducción de ambos géneros cuando escribo novelas, y tal vez eso explique la desenvoltura con que personajes reales entran y salen en el juego de espejos de mis relatos.

Debo decir que a esos personajes reales, altezas reales algunos de ellos, nunca les atribuyo cosas que no hayan hecho ni palabras que no hayan pronunciado o escrito, pero es que incluso a los personajes imaginarios los trato con todo el respeto que debo a las contrafiguras en las que están inspirados. En toda obra de ficción anda tan revuelto lo que se sueña con lo que se recuerda que no siempre se distingue lo uno de lo otro. La dificultad que pueda haber en leerme es pues en todo caso la misma del que al despertar quiere poner en pie la aventura maravillosa que acaba de soñar cuando dormía. Hay sueños confusos y recuerdos borrosos y no es buena prosa la que no es capaz de poner en ellos orden y claridad. Algo de eso es lo quiso hacer por un lado Baroja en El Hotel del Cisne y por otro Ernst Jünger en sus diarios de guerra.

Y ya que hablamos de Ernst Jünger, es él también el que el día de su 45º cumpleaños, hallándose en el frente, abre la Biblia por el Salmo 73 que trata de la “Vanidad de la dicha del impío”, muy aconsejable para todo el que se sienta tentado de envidiar el éxito y la prosperidad de los malos. En el versículo 15 dice el salmista: Pero si yo dijere: “Hablaré como ellos”/ renegaría de la comunidad de tus hijos. Sabe Dios si es por no “hablar como ellos” por lo que me es tan difícil hacerme entender en la Babilonia de las letras.

(Texto leído en la presentación madrileña de C. M. el 16 de febrero de 2011)

Comentarios

  1. "Caza mayor". Tomo nota para próxima lectura. De momento tres por delante, pero todo se andará.

    Saludos.

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