Deudas y trampas
Deuda histórica
Eso de la “deuda histórica” viene a ser algo así como la cuantificación de la “memoria histórica”, pues consiste en la reclamación de una indemnización al actual Gobierno nacional por unos conceptos imputables a todos los Gobiernos que se han sucedido desde que España tiene existencia histórica. Si se repara bien, la “deuda histórica” no es más que un lucrum caesans, unas cantidades que los administradores de tal o cual región ha dejado de percibir a lo largo de los siglos y que los actuales pretenden cobrar supongo que con intereses acumulados. Ya decía don Alberto Lista que “la democracia tiene muchas manos y muchas bocas”.
Hay regiones que, sea cual fuere el régimen político, no son capaces de salir de los últimos puestos del escalafón nacional en lo que a industria y comercio se refiere, que es lo único que cuenta en el mundo de hoy, y que en vez de hacer examen de conciencia, echan la culpa al Gobierno central o al vecino próspero. Tal es el caso de la América “latina”, como ahora lo es en la madre patria, con unas autonomías concebidas a imagen y semejanza de las repúblicas ultramarinas, por no decir de las repúblicas balcánicas. Esto de las autonomías fue hasta ahora el último arbitrio, o la última utopía que, en vez de resolver el problema, lo agravaría aun más, ya que a los agravios de siempre frente a un Estado cada vez más inexistente, vienen a sumarse los surgidos con las autonomías colindantes y con las que de siempre han prosperado más en el comercio y en la industria pero que, tal vez por eso, exigen la parte del león en el reparto de la tarta nacional.
Eso de la “deuda histórica” viene a ser algo así como la cuantificación de la “memoria histórica”, pues consiste en la reclamación de una indemnización al actual Gobierno nacional por unos conceptos imputables a todos los Gobiernos que se han sucedido desde que España tiene existencia histórica. Si se repara bien, la “deuda histórica” no es más que un lucrum caesans, unas cantidades que los administradores de tal o cual región ha dejado de percibir a lo largo de los siglos y que los actuales pretenden cobrar supongo que con intereses acumulados. Ya decía don Alberto Lista que “la democracia tiene muchas manos y muchas bocas”.
Hay regiones que, sea cual fuere el régimen político, no son capaces de salir de los últimos puestos del escalafón nacional en lo que a industria y comercio se refiere, que es lo único que cuenta en el mundo de hoy, y que en vez de hacer examen de conciencia, echan la culpa al Gobierno central o al vecino próspero. Tal es el caso de la América “latina”, como ahora lo es en la madre patria, con unas autonomías concebidas a imagen y semejanza de las repúblicas ultramarinas, por no decir de las repúblicas balcánicas. Esto de las autonomías fue hasta ahora el último arbitrio, o la última utopía que, en vez de resolver el problema, lo agravaría aun más, ya que a los agravios de siempre frente a un Estado cada vez más inexistente, vienen a sumarse los surgidos con las autonomías colindantes y con las que de siempre han prosperado más en el comercio y en la industria pero que, tal vez por eso, exigen la parte del león en el reparto de la tarta nacional.
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