Un héroe de nuestro tiempo
La Pimpinela Azul
El tema sefardita, por así decir, siempre
me interesó, y ya en los años 80, hallándome en Nueva York, tuve un cruce de
cartas en el New York Times a
propósito de un artículo o gacetilla al respecto aparecido en dicho
periódico en el que se vertían los
tópicos habituales de la leyenda negra.
Uno de los efectos secundarios de la sacralización del Holocausto fue el justo homenaje rendido
a los diplomáticos españoles que en los países de la órbita del Eje habían
hecho lo posible y lo imposible para salvar a personas de esta estirpe del
siniestro fin al que los condenaba la política de la “solución final”. Entre ellos destacaba la figura de Angel Sanz Briz, encargado de
negocios en la Legación de España en Budapest.
Sanz Briz hizo en Budapest una gran labor jugándose incluso la vida, pero no la carrera, como se llegaría a decir, y hay que agradecer al periodista catalán Arcadi Espada que saliera al paso de la tergiversación de su figura, cosa que ha hecho en un libro en el que recoge cinco años de minuciosas averiguaciones. Otro diplomático, el también catalán don Francisco Serrat Bonastre, que al producirse el Alzamiento estaba destinado en Varsovia y no perdió un segundo en presentarse en Salamanca, donde fue nombrado de inmediato secretario, delegado o lo que fuera de Relaciones Exteriores de la llamada Junta Técnica del Estado, tiene unas curiosas Memorias de los meses que sirvió en tal concepto a lo que Serrano Súñer llamaría “Estado campamental”. Una de las tareas a las que se aplicó fue a la reorganización de la Carrera Diplomática o, dicho en otros términos, a la depuración de sus filas. En la lista de “Separados” figuraba Angel Sanz Briz. El 18 de julio Sanz Briz estaba destinado en el Ministerio de Estado, en la sección de Protocolo, como uno más de la flamante promoción llamada “de la República”. Otro en espera de destino era Agustín de Foxá, que el 12 de septiembre, desde Guéthary, camino ya de Bucarest, le escribe a su hermano Jaime:
Sanz Briz hizo en Budapest una gran labor jugándose incluso la vida, pero no la carrera, como se llegaría a decir, y hay que agradecer al periodista catalán Arcadi Espada que saliera al paso de la tergiversación de su figura, cosa que ha hecho en un libro en el que recoge cinco años de minuciosas averiguaciones. Otro diplomático, el también catalán don Francisco Serrat Bonastre, que al producirse el Alzamiento estaba destinado en Varsovia y no perdió un segundo en presentarse en Salamanca, donde fue nombrado de inmediato secretario, delegado o lo que fuera de Relaciones Exteriores de la llamada Junta Técnica del Estado, tiene unas curiosas Memorias de los meses que sirvió en tal concepto a lo que Serrano Súñer llamaría “Estado campamental”. Una de las tareas a las que se aplicó fue a la reorganización de la Carrera Diplomática o, dicho en otros términos, a la depuración de sus filas. En la lista de “Separados” figuraba Angel Sanz Briz. El 18 de julio Sanz Briz estaba destinado en el Ministerio de Estado, en la sección de Protocolo, como uno más de la flamante promoción llamada “de la República”. Otro en espera de destino era Agustín de Foxá, que el 12 de septiembre, desde Guéthary, camino ya de Bucarest, le escribe a su hermano Jaime:
Ningún diplomático de Madrid ha presentado
la dimisión, Hacer esto, en aquel infierno, era ser condenado a muerte. Al
salir seis de Madrid, los compañeros nos exigieron palabra de honor de no
dimitir, ya que ellos quedaban de rehenes, No podemos, por tanto, dimitir, pero
es necesario que hagas llegar a la Junta de Burgos que, de esos seis, cuatro,
cuyos nombres daré oportunamente, vamos con el decidido propósito de boicotear
por todos los medios al Gobierno de Madrid. Unicamente dimitiríamos si se nos
mandara comprar armas.
Ten cuidado con
esta carta, no sea que te comprometa. Si es necesario, quémala. Ten mucho
cuidado.
[… ]
P. D. – Los otros diplomáticos
afectos son: Ramón Sáenz de Heredia, R. Martínez Artero y Angel Sanz Briz.
De esos cuatro, Foxá y Sáez de Heredia
figuran desde un primer momento en la “lista de arcángeles” de Salamanca, y Martínez Artero en la de
“Admitidos” previa depuración. Los dos
primeros aguantaron hasta el 31 de diciembre en sus respectivos destinos; el
último hasta abril del 37. Sanz Briz fue
destinado a Londres como secretario de
embajada, y de la embajada pasó al consulado general. En 1938 estaba ya en la
zona nacional, donde sus colegas lo acogieron fríamente y hubo de pasar por las horcas caudinas de la
depuración. En el pliego de descargo que hubo de redactar, y que Espada consultaría en el archivo del Palacio de Santa Cruz, el joven diplomático
enumera los trabajos clandestinos, tanto en sus puestos londinenses como en el
puesto madrileño, sobre todo en éste donde sí que se jugaba, no ya la carrera,
sino la propia vida. Véase el párrafo
que reproduce Espada:
En la fecha en que comienza el
glorioso Movimiento Nacional me hallaba en Madrid prestando mis servicios en la
Sección de Protocolo del Ministerio de Estado. Esta circunstancia […] me colocó en una posición desde la que me
fue posible favorecer a gran número de compatriotas perseguidos por
simpatizantes con el Movimiento, en colaboración con las representaciones
diplomáticas de Alemania, Italia y Argentina…
Un año tardó en ser readmitido en la
Carrera y en el fallo definitivo algo
debió de pesar el testimonio del secretario Fischer, de la embajada alemana, ya
en Salamanca, que también extracta Espada:
Sé positivamente por experiencia
propia y por el testimonio de otros colegas, la gran labor realizada por V.
cerca del comité rojo de la Estación del Mediodía de Madrid en la que con
evidente riesgo de su persona, a causa de los frecuentes altercados que sostuvo
con dicho comité, facilitó la salida de Madrid a gran número de personas
perseguidas. Cuando se trató de la salida de la Srta. Pilar Primo de Rivera, en
inminente riesgo de muerte, su colaboración con esta embajada fue decisiva,
logrando el visado diplomático de su pasaporte que hizo posible dicha
evacuación.
El primer destino de postguerra de Sanz
Briz sería El Cairo, de donde pasó a la legación de Budapest, ya en plena
guerra mundial. En su nuevo puesto
demostró que no era ciertamente un novato en la tarea de salvar vidas humanas,
aunque esta vez no lo hiciera como en Madrid, de tapadillo, sino cumpliendo
órdenes de los ministros Jordana y Lequerica. Y, por supuesto, como dice Espada en el título
de su libro: En
nombre de Franco.
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