Poesía modernista
Este último verano recibí la llamada de un viejo conocido para pedirme, de parte de don Blas Piñar, impedido por sus achaques de salud, que prologara las poesías que escribió a lo largo de su vida. Accedí de inmediato, y tengo la satisfacción al menos de que el interesado llegara a ver el proyecto de libro antes de su muerte, acaecida en las mismas fechas de los poetas Fernando Ortiz y Félix Grande. Nada más oportuno que rendirle homenaje reproduciendo aquí en extracto algo de lo dicho en ese prólogo.
Una afinidad sorprendente: Blas Piñar y José Hierro
En el año
de 1960 tuve ocasión de asistir en el Instituto de Cultura Hispánica a un
homenaje al poeta José Hierro. Por
aquellas mismas fechas más o menos, Hierro obtenía el pingüe premio de
literatura recién creado por la Fundación Juan March al que, entre otros, aspiraba Dámaso Alonso. El prestigio que Hierro traía de Santander
había ido a más en los círculos artísticos madrileños, como uno de los mejores
poetas de una promoción en la que brillaban Celaya, Nora, Crémer, Otero,
Bousoño, García Nieto, Valverde, Morales, Maruri (luego fray Casto del Niño
Jesús) o “el mínimo y dulce Leopoldo de
Luis”, tenaz jardinero de flores naturales.
Hierro no era sólo un poeta de nota, sino un magnífico conferenciante y
uno de los más agudos críticos de arte del momento, y tenía su base de
irradiación en el Ateneo, donde en un
par de ocasiones tuve el privilegio de que me invitara a leer poesías mías
o ajenas. El homenaje de Cultura Hispánica
venía ser un reconocimiento y una
confirmación de la espléndida labor cultural desplegada por el poeta desde que llegara a Madrid de la mano
de Florentino Pérez Embid. Tan
importante fue aquel homenaje que, cuando estaba a punto de dar comienzo,
apareció en el escenario del salón de actos, con sorpresa general pues no
estaba previsto en el programa, el mismísimo director del Instituto que, con
palabra fácil y elegante y con aquel ademán tan suyo de juntar las manos
cerradas sobre el pecho y abrirlas en cruz con las palmas extendidas, hizo un elogio elocuente y cordial de la
poesía en general y del poeta que en aquel acto la encarnaba. Era don Blas Piñar y fue aquella la primera impresión que tuve
de él. (...)
Lo que yo
no sabía era que don Blas perteneciera a la secta de la “poesía secreta”,
aunque debo decir que el descubrimiento no me sorprende demasiado; es más, me
retrotrae a los tiempos de Cultura Hispánica y al homenaje a Hierro al que
acabo de referirme. Y es que la
impresión que da en sus versos es que sus modelos de imitación, las lecturas
juveniles que formaron sus gustos y sus preferencias, no pasan de Gabriel y
Galán y de Rubén Darío. Y es ahora
cuando entiendo su interés en sumarse a aquel homenaje a José Hierro, uno de
los pocos poetas contemporáneos que acusa la influencia del nicaragüense y que
confiesa que el devocionario poético de su infancia era El alcázar de las perlas de Francisco Villaespesa. (…)
De todos los poetas del 27 es Alberti el único que,
de modo deliberado, acusa la influencia de Rubén, influencia que no vuelve a
notarse hasta que resulta patente en el poeta de Quinta del 42, sobre el que no deja de desteñir Gerardo Diego, el
otro del 27 abierto desde el primer momento a las corrientes trasatlánticas. Entre los poetas más jóvenes, están el
barcelonés Enrique Badosa y el ruteño Mariano Roldán, los únicos prácticamente
que han utilizado el metro eneasílabo
como lo ha hecho Hierro. Latinistas los dos, excelentes traductores de
Horacio y de Lucano, versifican con una riqueza métrica que no se reduce al
número de sílabas del verso, sino que se
extiende a la distribución en él de los acentos
y a la sabia combinación de sílabas largas y cortas. Lo mismo cabe decir
de Hierro. Lo mismo de Blas Piñar, sobre todo en sus poesías más
juveniles. No tengo inconveniente en
suponer a estos últimos la formación latina de los otros dos, pues de lo
contrario no se explicaría esa métrica y esa rítmica de pies que aflora en
muchas de sus composiciones. (…)
Tal vez fuera un capricho del azar la adhesión desde
arriba al homenaje a José Hierro, un poeta más o menos de su edad, pero de
trayectoria vital no digamos distinta, sino contrapuesta a la suya. Y si pongo aquí juntos sus dos nombres es
porque, por debajo del posible gesto de caballerosidad hacia un presunto
adversario, hubo posiblemente una inefable afinidad estilística en la común
devoción por el Poeta de la Raza.
“Viñamarina, 6 de septiembre de 2013
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