Borges "cartonné"




A Borges lo vi una sola vez en persona y fue en el aeropuerto del Prat, donde por cierto en la sala de protocolo donde lo recibieron, aún no habían retirado los símbolos y emblemas – las cifras, que diría Valle-Inclán – del “régimen anterior”. Venía él con María Kodama y yo estaba con Enrique Badosa. Yo llevaba un tomavistas Super8 y conservo la película. Mi primera y única conversación con él fue algo después. Estaba yo en Ginebra cuando tuve noticia de que estaba en París, y gracias al uruguayo Ricardo Paseyro, el yerno de Supervielle, supe dónde paraba y allí que me presenté. No recuerdo el nombre del hotel, pero era uno en el que también había parado Oscar Wilde. El motivo de su viaje era la imposición de las insignias de la Legión de Honor por el Presidente Mitterrand. Llegado que fui al vestíbulo, apareció María Kodama, de blanco como siempre, para decirme que Borges no me podía recibir en su cuarto, invadido por un equipo de televisión que lo entrevistaba, pero que me quería hablar por teléfono. Poco antes mi amigo el librero Abelardo Linares le había llevado a Buenos Aires mi traducción de Os Lusiadas. El se excusó de no poder recibirme y yo me apresuré a felicitarlo por la distinción de que era objeto, y él me atajó: “En estos casos, yo me acuerdo de aquellos versos de Bartrina que dicen: En tiempos de las bárbaras naciones/ colgaban de la cruz a los ladrones,/ pero ahora en el siglo de las luces/ del pecho del ladrón cuelgan las cruces. Yo soy un ladrón, me siento ladrón con esta cruz al pecho.” Yo le dije: “Más ladrón que usted es el que se la cuelga, porque él, por tener, las tiene todas, hasta la Francisque, que se la colgó el Mariscal en los tiempos de Vichy.” No sé qué otros cumplidos nos cruzamos y dejé en manos de la Kodama un ejemplar de La idiotez de la inteligencia, que acababa de recibir y en el que citaba unos versos de Borges. Aún me resonaba el eco de su voz en el epigrama del poeta catalán cuando, hallándome en Roma, tropecé con el original italiano, nada menos que de Hugo Fóscolo, escrito a propósito de una cruz concedida a Vincenzo Monti: Nei tempi antichi, barbari e feroci,/ i ladri s’appendevano alle croci;/ ora, che siamo in tempi più leggiadri,/ s’appendono le croci in petto ai ladri.

Con María Kodama coincidí un par de veces en Ginebra y una de ellas fuimos a comer al restaurante italiano de Roberto. Cuando por fin se hizo realidad mi sueño de pisar Buenos Aires, encontré la efigie de cartón piedra de Borges en un banco de la Rural, donde estaba la Feria del Libro, e hice lo que hacen en España los turistas aficionados a los toros, que encargan un cartel con su exótico nombre entre los de las máximas figuras del momento. Voilà.


Comentarios

  1. excelente este relato...buena memoria la de Aquilino y qué memoria la de Borges!

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