El color del peligro
La antorcha de la civilización
La maravillosa exhibición de luz, color, fuego y sonido con que se inauguraban los Juegos Olímpicos de Pekín no tendría más remedio que seducir a todos los habitantes del planeta, incluso a los que contemplaran el espectáculo con anteojeras ideológicas. China se valía de la tecnología moderna para recordar al mundo los grandes inventos –la pólvora, el papel, la brújula - aportados por ella a la historia de la civilización, al mismo tiempo que afirmaba su presencia en la historia contemporánea con un alarde que sólo podía permitirse un país dueño de su destino y seguro de sus valores. La antorcha de la civilización, por decirlo con un símil olímpico, se encendió hace miles de años y no ha dejado de viajar en sentido contrario a la rotación de la tierra y su marcha la jalonan los imperios que en el mundo han sido, el último por ahora el muy democrático de Norteamérica, sucesor del Británico y del Soviético. Ninguno de los Imperios que han precedido al norteamericano logró nunca poner fin al viaje de la antorcha, por mucho que lo intentara. Al último intento le dio hace pocos años una formulación Francis Fukuyama, y el caso es que los medios de confusión de Occidente siguen obstinados en defender esa formulación.
El mismo día que China asombraba al mundo con un espectáculo de una insólita belleza, un noticiario televisivo daba cuenta de la escenificación en un teatro romano de la península ibérica de una obra de Shakespeare en la que, entre otras cosas, una serie de parejas de bailarines simulaban el coito y unos mafiosos de terno blanco se bajaban de un automóvil blanco para hacer una zafia parodia de la Última Cena; la víspera me decía un amigo catalán que en Barcelona está admitido socialmente el nudismo en la vía pública; en Sevilla, aprovechando que los vecinos del Prado de San Sebastián están de veraneo, el Ayuntamiento decreta la tala de medio parque para construir una biblioteca…En otros países de Occidente tampoco faltan síntomas escandalosos de Bajo Imperio, pero sus currinches a una arremeten contra China por no dar paso a esta democracia fukuyámica que, en nombre de las libertades fundamentales y los derechos humanos, promueve y exalta lo falso, lo feo y lo malo y da carta de naturaleza a todo lo que vaya contra la naturaleza y la condición humana.
Hace años estuve en China y llegué a la conclusión de que, en vez de hablar del “peligro amarillo”, como hacían nuestros abuelos, iba a haber que hablar ya del “peligro blanco”. Al ver el espectáculo de Pekín, no pude dejar de pensar que
(Trabajo que, inasequible al desaliento, he presentado este año al Premio González-Ruano de periodismo)
Economicamente sin lugar a dudas.
ResponderEliminarNo voy a redundar sobre lo que ya comenté otras veces por aquí y por acullá de China como arma cargada de futuro.
ResponderEliminarHasta en aquello de que buena parte de las banderas rojigualdas (mejol que gualdadas) de esta última explosión futbolera saliesen de los saldos amarillos, los chinos están al loro y retoman (a la contra del centrífugo zeitgeist de plexiglas en que los tarados y garrapatos que nos desgobiernan se empecinan -hasta que Alemania corte el grifo e imponga draconianamente la recuperación de competencias que ya está aplicando en sus lander-) aquello que ya dije en otra ocasión sobre cómo el primer país en dar el pésame cierto 20 N de 1975 fue China.
Y es que los chinos ven el bosque y no los árboles, el rábano y no las hojas, la categoría y no la anécdota. Por eso son tan viejos y están tan ternes.
Estupendo artículo Don Aquilino.
ResponderEliminarHe vivido en China dos años y llevo otros 3 estudiando su historia y su idioma.
Suscribo al 100% todo lo que dice. El polo magnético del poder ya se ha desplazado hacia Asia Oriental y el Sudeste Asiático.
De momento dice China que su ascenso es pacífico. Buenas palabras, nada más. Pues ningún país que aspire a ser imperio ha prescindido de las armas. Aunque como buenos discipulos de Sun-Tzu intentarán ganar las batallas por desistimiento del enemigo.
Las protesta de occidente durante los juegos fueron sencillamente patéticas. Una demostración de impotencia y de decadencia irreversible.