San Francisco Solano en Humahuaca
En la plaza del cabildo de Humahuaca, el guía local, al saberme español, me pregunta con mucho interés por Montilla, por el pueblo de Montilla, en Córdoba de España. Al principio no caigo, pero una lápida o un azulejo me lo explican en seguida, y es que de Montilla vino a evangelizar estas tierras San Francisco Solano. San Francisco Solano era de Montilla y bajó de Lima al Chaco con su violín y su guitarra amansando fieras y haciendo curaciones milagrosas. Cuando murió en Lima sonaron solas las campanas del convento sevillano de Loreto, junto a Espartinas, donde se formó como teólogo. El santo vegetariano recorrió a pie la puna desértica a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar y fue Salta uno de los lugares en que hizo estación, es decir, obra evangelizadora. San Francisco Solano debía de tener el don de lenguas, pues fue capaz de predicar la doctrina cristiana en las principales de las tierras que recorrió a la vez que enseñaba la suya, la española, a los indios que bautizaba y entre los que sigue tan viva como el recuerdo del santo.
Antes que los españoles habían llegado los incas. El pucará de Tilcara es la fortaleza construida por éstos sobre un cerro y reconstruida en parte por arqueólogos contemporáneos. Son viviendas bajas de muros de piedra y techumbre de barro y paja entre vigas de cardón, corrales para ganado, pozos funerarios, y lo que debió de ser un templo con dos aras de diferente altura y en medio una cubeta de piedra en la que aparecieron osamentas. El guía se apresura a aclarar que no es que se hicieran sacrificios humanos, sino que allí se depositaban los trofeos alcanzados en las expediciones guerreras. Es probable que los pocos españoles que llegaron hacia 1594 derrocaran a los incas con ayuda de los pueblos sometidos por éstos: omaguacas, tilcaras, uquías, etc. La estrategia no debió de ser muy distinta de la empleada contra los aztecas. Mario Vargas Llosa, presunto descendiente de los incas, lamenta que detrás de la espada llegara “la implacable Cruz”. Esa Cruz fue ciertamente implacable en manos de San Francisco Solano, pero no contra los indígenas, sino contra los cómicos de la legua que pasaban a Indias a ver si tenían allá más éxito que en la península.
Tanto en la Puna como en la precordillera es la naturaleza la que proporciona los mejores espectáculos. La riqueza mineral del subsuelo tiñe los cerros de colores maravillosos. En Maymará está la paleta del pintor: toda una falla de emes multicolores a lo largo de la Quebrada de Humahuaca, del Río Grande, entre las que la imaginación local distingue el bicornio del general Belgrano. Belgrano, perseguido por las tropas realistas que lo habían desbaratado en el Alto Perú, llegó al verde valle de la Posta de Hornillos, una especie de oasis entre los cerros áridos y los grandes pedregales anegadizos sin más vegetación que los cardones, esos cactos en forma de candelabro o de mano crispada en gesto obsceno. Dicen que tuvo la ocurrencia genial de ponerle a cada cardón un poncho y un sombrero, de suerte que los perseguidores se intimidaron ante tropa tan numerosa y desistieron de atacar. El trópico de Capricornio pasa entre Humahuaca y Tilcara, y en una ermita junto a una fértil chacra, el cadáver del general Lavalle, derrotado en Famaillá por el expresidente uruguayo Oribe, al frente ahora de los federales de Rosas, fue descarnado y llevado a Tarija, en el Alto Perú, hoy Bolivia, para finalmente ser inhumado en la catedral de Potosí.
La primera mitad del XIX no es muy distinta en América y en la antigua metrópoli. La diosa razón exige sacrificios humanos entre los “españoles de ambos hemisferios”, como decían los doceañistas gaditanos. Por fortuna, la “implacable Cruz” dejó en unas tierras tan ensangrentadas unas blancas iglesias rurales rodeadas de casas de adobe, como la de Uquía, con su retablo barroco y sus arcángeles cuzqueños, o como la de Purmamarca, toda encalada y con el telón de fondo del Cerro de los Siete Colores, o como la torre de Humahuaca, de la que todos los días al Angelus, un mecanismo traído de Munich hace aparecer la imagen articulada del santo de Montilla.
En la plaza del cabildo de Humahuaca, el guía local, al saberme español, me pregunta con mucho interés por Montilla, por el pueblo de Montilla, en Córdoba de España. Al principio no caigo, pero una lápida o un azulejo me lo explican en seguida, y es que de Montilla vino a evangelizar estas tierras San Francisco Solano. San Francisco Solano era de Montilla y bajó de Lima al Chaco con su violín y su guitarra amansando fieras y haciendo curaciones milagrosas. Cuando murió en Lima sonaron solas las campanas del convento sevillano de Loreto, junto a Espartinas, donde se formó como teólogo. El santo vegetariano recorrió a pie la puna desértica a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar y fue Salta uno de los lugares en que hizo estación, es decir, obra evangelizadora. San Francisco Solano debía de tener el don de lenguas, pues fue capaz de predicar la doctrina cristiana en las principales de las tierras que recorrió a la vez que enseñaba la suya, la española, a los indios que bautizaba y entre los que sigue tan viva como el recuerdo del santo.
Antes que los españoles habían llegado los incas. El pucará de Tilcara es la fortaleza construida por éstos sobre un cerro y reconstruida en parte por arqueólogos contemporáneos. Son viviendas bajas de muros de piedra y techumbre de barro y paja entre vigas de cardón, corrales para ganado, pozos funerarios, y lo que debió de ser un templo con dos aras de diferente altura y en medio una cubeta de piedra en la que aparecieron osamentas. El guía se apresura a aclarar que no es que se hicieran sacrificios humanos, sino que allí se depositaban los trofeos alcanzados en las expediciones guerreras. Es probable que los pocos españoles que llegaron hacia 1594 derrocaran a los incas con ayuda de los pueblos sometidos por éstos: omaguacas, tilcaras, uquías, etc. La estrategia no debió de ser muy distinta de la empleada contra los aztecas. Mario Vargas Llosa, presunto descendiente de los incas, lamenta que detrás de la espada llegara “la implacable Cruz”. Esa Cruz fue ciertamente implacable en manos de San Francisco Solano, pero no contra los indígenas, sino contra los cómicos de la legua que pasaban a Indias a ver si tenían allá más éxito que en la península.
Tanto en la Puna como en la precordillera es la naturaleza la que proporciona los mejores espectáculos. La riqueza mineral del subsuelo tiñe los cerros de colores maravillosos. En Maymará está la paleta del pintor: toda una falla de emes multicolores a lo largo de la Quebrada de Humahuaca, del Río Grande, entre las que la imaginación local distingue el bicornio del general Belgrano. Belgrano, perseguido por las tropas realistas que lo habían desbaratado en el Alto Perú, llegó al verde valle de la Posta de Hornillos, una especie de oasis entre los cerros áridos y los grandes pedregales anegadizos sin más vegetación que los cardones, esos cactos en forma de candelabro o de mano crispada en gesto obsceno. Dicen que tuvo la ocurrencia genial de ponerle a cada cardón un poncho y un sombrero, de suerte que los perseguidores se intimidaron ante tropa tan numerosa y desistieron de atacar. El trópico de Capricornio pasa entre Humahuaca y Tilcara, y en una ermita junto a una fértil chacra, el cadáver del general Lavalle, derrotado en Famaillá por el expresidente uruguayo Oribe, al frente ahora de los federales de Rosas, fue descarnado y llevado a Tarija, en el Alto Perú, hoy Bolivia, para finalmente ser inhumado en la catedral de Potosí.
La primera mitad del XIX no es muy distinta en América y en la antigua metrópoli. La diosa razón exige sacrificios humanos entre los “españoles de ambos hemisferios”, como decían los doceañistas gaditanos. Por fortuna, la “implacable Cruz” dejó en unas tierras tan ensangrentadas unas blancas iglesias rurales rodeadas de casas de adobe, como la de Uquía, con su retablo barroco y sus arcángeles cuzqueños, o como la de Purmamarca, toda encalada y con el telón de fondo del Cerro de los Siete Colores, o como la torre de Humahuaca, de la que todos los días al Angelus, un mecanismo traído de Munich hace aparecer la imagen articulada del santo de Montilla.
Estuve hace muchos años en Humahuaca y no he vuelto a ir. Pero recuerdo perfectamente la imagen del santo articulado dando su bendición. El paisaje es exactamente así, como lo describes. También recuerdo un museíto en donde se describían costumbres ancestrales de los indios collas, supongo que atacadas por intolerantes como san Francisco Solano. Por ejemplo, el despenamiento, que consistía en romperle el espinazo a un enfermo terminal. Estos indios eran unos adelantados. Y una recomendación: Héctor Tizón, que describe fabulosamente esos lugares y sus historias, sobre todo en "El hombre que llegó a un pueblo".
ResponderEliminarBella descripción Aquilino.
ResponderEliminarGracias Javier por tu aportación.
Gracias, Javieres, por vuestra lectura y por la recomendación del libro de Héctor Tizón.
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