Franco
Franco,
treinta años después
En
estos treinta años transcurridos desde el paso a mejor vida del que fuera
Caudillo de España por la gracia de Dios y la entronización de don Juan Carlos
I de Borbón, Rey de España por la gracia del Caudillo, no he perdido ocasión de
dar testimonio del régimen bajo el que, con grandes altibajos de adhesión y
rechazo, transcurrió la mayor parte de mi vida.
Los términos en que lo hice no debieron de ser muy gratos para los
entusiastas del nuevo régimen, a los que nunca agradaron ciertas evocaciones,
ya que, sólo por hacerlas, dejaban a éste a la altura del betún. No voy a decir que yo no haya hablado mal de
Franco, pero eso era cuando Franco estaba vivo y yo era demasiado joven para que
nadie me hiciera caso. Tampoco es que
ahora se haga mucho caso de lo que digo y por eso no me explico el empeño en
expulsarme a las “tinieblas exteriores” de la democracia. Si hay algo en lo que todos los demócratas
están más o menos de acuerdo, desde la derecha vergonzante hasta la izquierda
más extremeña, es en la demonización de Franco y de su régimen, hasta el punto
de que, unos por activa y otros por pasiva, se desvinculan de todo aquello que
era la razón de ser de ese régimen y de la guerra civil a la que debió el ser.
Como yo soy de los ingenuos que se tomaron en serio eso de la
reconciliación nacional, siempre procuré buscar puntos de acuerdo con presuntos
adversarios y creí hallarlos en socialistas y liberales. Craso error. En mi
vida profesional he tenido por colegas y amigos a muchos antifranquistas con
algunos de los cuales siempre me llevé muy bien…hasta la muerte de Franco. Y es que al plantearse la disyuntiva de
reforma o ruptura, yo opté por la reforma, y en ello coincidía con la mayoría
de los viejos repúblicos exiliados que no querían volver a las andadas. Gente en cambio más joven, que no había
vivido la guerra civil, clamaba por otro baño de sangre que ungiera al nuevo
régimen. Por limitarnos a catalanes,
tuve un choque dialéctico con un joven barcelonés a quien puso fuera de sí algo
que yo sostenía entonces y que muy posteriormente he podido leer en Josep Pla, a
saber: que “Tarradellas no destruiría nada de lo hecho por Franco que fuera
positivo para el país y la estabilidad general.” En otro momento, Julián Marías, hombre de
buena fe e ideas sensatas, rompió toda relación conmigo porque cometí la
imprudencia de escribir que lo que él intentaba con la pluma, a saber, la
defensa de la unidad de España, Franco lo había logrado con la espada.
No
son pocos los demócratas que defienden
con ardor lo mismo que Franco defendía, pero a la vez que lo hacen,
acusan a Franco de hacer difícil esa defensa por habérsela “apropiado” él en su
día. Los más preocupados en marcar
distancias son los que, por comodidad y
generalizando mucho, llamaré los liberales, gran parte de los cuales son nietos
de las instituciones del Régimen Anterior e hijos de las que hicieron la
llamada Transición. También entre
socialistas hay gentes de análoga procedencia, pero en éstos está más
justificado el antifranquismo, aunque sólo sea por el historial de un partido
que no salió lo que se dice bien parado de la guerra civil que
desencadenó. Mientras esto siga así, la
superioridad moral del socialismo revanchista sobre la derecha vergonzante será
incuestionable. Cuando, por ejemplo, ese
partido, el socialista, que acusa al adversario de no “asumir” la pérdida del
Poder a raíz de un cruento golpe de mano, se resiste a “asumir” su derrota en
la remota guerra civil abriendo fosas y retirando estatuas, ese adversario
prefiere mirar para otro lado en un esfuerzo patético de evitar que los otros
lo tachen de “franquista” y de “facha”, cosa que hacen con la máxima
desenvoltura y un lenguaje de zona roja.
Hay incluso quien llega a decir que “la guerra civil la perdimos todos”,
que es una manera inconfesable de citar a aquel José Antonio a las puertas de
la muerte que dijo que “en una guerra civil sólo hay vencidos”. Uno que le dio otra vuelta de tuerca a esa
frase fue Rafael García Serrano en el guión de aquella película sobre Coros y
Danzas que creo se llamaba Bailando hacia la Cruz del Sur cuando hace
decir a una de las bailarinas aquella bella inexactitud de que “En España no
hay vencidos”. Yo mismo, seducido por Dionisio
Ridruejo, he llegado a escribir en algún momento que me alineaba en espíritu
con los vencidos. Sobre esas
alineaciones habría mucho que hablar, pero es dudoso que en ellas haya figurado
alguna vez el sucesor de Franco a título de Rey, máximo beneficiario de la
Victoria del 1 de abril.
N.B. Reproduzco aquí y ahora esta semblanza que hace años apareció en las páginas del Boletín de la Fundación Nacional Francisco Franco, pues no tengo mejor manera de expresar mi pensamiento en esta hora de vergüenza nacional.
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