En la era de Herodes


Marcelle AUCLAIR, una hispanista más que notable, debe su afición por nuestras letras y nuestras tradiciones a su niñez y adolescencia en Chile y a su devoción y admiración de santa Teresa de Jesús, cuya obra entera tradujo al francés y a la que dedicó uno de sus mejores libros: Vie de sainte Thérèse d'Avila. En la confesión general en que consisten sus Mémoires dialogadas con su hija Françoise Prévost hay muchas cosas que llaman poderosamente la atención, y así, al comentar los lances de una vida azarosa en unos años difíciles en los que saldría airosa, y ver un milagro en cada uno de ellos, su hija, criatura al fin y al cabo de la Nouvelle Vague y el Mayo Francés, le reprochaba que por qué llamaba milagro a lo que no era más que suerte o azar.  Ella no daba su brazo a torcer, y eso que en 1958 no dudó en enfrentarse a los "monseñores" del PC (el matrimonio Thorez-Vermeersch) y a los de la Santa Madre Iglesia en la refriega sobre la anticoncepción y el aborto. Cuenta ella misma que, en una comida del Comité de  Escritores de la Resistencia, al reprocharle ella al poeta Aragon cómo era que un partido de progreso como el comunista defendía unas posiciones tan reaccionarias, él señaló a sus tres hijos, Alain, Michel y Françoise, y le dijo: "Cuando veo a sus hijos, je suis contre..."  Aun admirando "la impecable técnica de seducción" del poeta, doña Marcela se mantuvo en sus trece.
M. A. par Marie Laurencin





Véase además CARTA CABAL de Angel Pérez Guerra




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