El Sínodo en el Diario de Cádiz
De poco un todo
El Sínodo importa
enrique / garcía / máiquez / | Actualizado 19.10.2014 - 01:00
Cuanto ha ocurrido en el Sínodo extraordinario de la familia es
de una importancia capital, y no sólo para los católicos. El primer
documento emanado (la Relatio post disceptationem) resultó bastante
relativizante de la doctrina católica. La reacción de la mayoría de los
cardenales no se hizo esperar ni la del inquieto pueblo fiel y, al
final, el Mensaje del Sínodo ha reflejado con claridad y caridad la
doctrina de siempre.
Por un momento, el debate pareció estar entre quienes propugnaban una novísima misericordia con los divorciados vueltos a casar, con las practicas homosexuales y con las uniones del mismo sexo y quienes sostenían la integridad del mensaje de Cristo. Sin embargo, la verdad nunca se opone a la comprensión. Ni teológicamente (Jesús, tan misericordioso, se definió como la verdad) ni ontológicamente (las virtudes no pueden contraponerse entre sí) ni pastoralmente (rebajar las exigencias de la fe a unos u otros enmascara un paternalismo extremo -un abuelismo- insultante como el del médico que reparte diagnósticos consolatorios o el del profesor que no corrige exámenes).
Incluso admitiendo como hipótesis de trabajo la existencia de una dicotomía entre misericordia y verdad, no serían tiempos de misericordia externa, sino de fortaleza interior. Me explico. Ahora el poder político y el peso de la Iglesia en las costumbres sociales son nulos, como salta a la vista. Antes, quizá; pero los que hablan hoy de "comprensión", dicen, quieran o no, por pura sociología y correlación de fuerzas, "acomodo" o "adaptación" o "ponerse a correr delante de la gente, vaya donde vaya", que es método infalible, según Quevedo, para ser muy seguido por las masas. La circunstancias actuales demandan fortaleza para sostener la verdad en solitario, con el íntimo alivio de que nadie se sentirá cohibido ni, mucho menos, marginado por una posición tan minoritaria.
La verdadera misericordia de la Iglesia es seguir ofreciendo al mundo un mensaje que no es del mundo. Para que le cuenten lo suyo, nadie necesita ninguna religión. Gómez Dávila lo advierte: "Los católicos no sospechan que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace". Por eso lo ocurrido en el Sínodo interesa también mucho a los no católicos, que están de enhorabuena. No se les ha escamoteado un mensaje puede que ajeno, pero sugerente, sin duda, y atrevido, alegre, fundamentado y posible.
Por un momento, el debate pareció estar entre quienes propugnaban una novísima misericordia con los divorciados vueltos a casar, con las practicas homosexuales y con las uniones del mismo sexo y quienes sostenían la integridad del mensaje de Cristo. Sin embargo, la verdad nunca se opone a la comprensión. Ni teológicamente (Jesús, tan misericordioso, se definió como la verdad) ni ontológicamente (las virtudes no pueden contraponerse entre sí) ni pastoralmente (rebajar las exigencias de la fe a unos u otros enmascara un paternalismo extremo -un abuelismo- insultante como el del médico que reparte diagnósticos consolatorios o el del profesor que no corrige exámenes).
Incluso admitiendo como hipótesis de trabajo la existencia de una dicotomía entre misericordia y verdad, no serían tiempos de misericordia externa, sino de fortaleza interior. Me explico. Ahora el poder político y el peso de la Iglesia en las costumbres sociales son nulos, como salta a la vista. Antes, quizá; pero los que hablan hoy de "comprensión", dicen, quieran o no, por pura sociología y correlación de fuerzas, "acomodo" o "adaptación" o "ponerse a correr delante de la gente, vaya donde vaya", que es método infalible, según Quevedo, para ser muy seguido por las masas. La circunstancias actuales demandan fortaleza para sostener la verdad en solitario, con el íntimo alivio de que nadie se sentirá cohibido ni, mucho menos, marginado por una posición tan minoritaria.
La verdadera misericordia de la Iglesia es seguir ofreciendo al mundo un mensaje que no es del mundo. Para que le cuenten lo suyo, nadie necesita ninguna religión. Gómez Dávila lo advierte: "Los católicos no sospechan que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace". Por eso lo ocurrido en el Sínodo interesa también mucho a los no católicos, que están de enhorabuena. No se les ha escamoteado un mensaje puede que ajeno, pero sugerente, sin duda, y atrevido, alegre, fundamentado y posible.
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