Viaje napolitano





(Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta)
Martes 23 de mayo.  Herculano, Pompeya, Posílipo.
El martes amaneció con cielos velados y luces grises, mañana opaca de bochorno en la que el sol fue abriéndose camino para caer implacable sobre las cabezas. También aquí hubo suerte con la guía y yo, personalmente, que no era por supuesto la primera vez que visitaba Herculano y Pompeya, tuve la sensación de que era la primera vez que lo hacía. En otros tiempos se entraba a las ruinas por las que merodeaban unos guardas viejos y mal trajeados, con traza de guardacoches, sin más distintivo que una gorrilla de plato, que procuraban ganarse unas liras llevando al despistado turista a ver los frescos prohibidos.  Ya no están prohibidos esos frescos ni existen esos guardas mendicantes y furtivos.  El diferente estado de conservación del caserío urbano de ambas poblaciones se explica porque Herculano quedó sepultado en un aluvión de fango, ceniza, piedra pómez y lava que, al solidificarse, conservó la estructura de los edificios bajo una espesa costra impermeable.  Los de Pompeya en cambio se hundieron bajo el peso de la gravilla de  lava y las escorias arrojadas por el volcán que poco a poco fueron cubriendo la ciudad de cenizas ardientes.  El resto del daño lo hicieron las primeras excavaciones de la época carolina, en las que por sistema se demolían las plantas superiores de las viviendas.  También se abrían pozos y se trazaban galerías en las que se dejaron la piel, intoxicados por los gases, muchos  de los esclavos y prisioneros empleados como mano de obra.  El jardín de peristilo de la Casa de los Vetii da una idea del patio descubierto o impluvium con plantas en macetones en torno a una estatua o una fuente. El triclinium o comedor, en la parte posterior de la casa, solía abrirse a jardines con fuentes, estanques y grandes árboles incluso, como se ve en la Casa del Fauno.
    Después de cenar, el autobús puso proa a Mergelina y Posílipo. Ya era noche cerrada y una hilera de luminarias delimitaba el amplio contorno de la bahía bajo la sombra fantasmal de la gran montaña amenazante.  A lo lejos, un trapecio flotante de puntos luminosos. ¿Mejilloneros en faena? Hace años, cuando la epidemia del cólera, atribuida a los mejillones, los carabinieri cruzaban la bahía para destruir los viveros y prender a sus dueños y éstos, desafiantes, al ver llegar a la fuerza pública, se comían a puñados los mejillones para hacer ver que no estaban contaminados. En el Perú, en una coyuntura semejante, quien hizo esa demostración fue el ministro de pesquerías, que en plena alarma de cólera se zampó un ceviche y por poco la diña.  Iluminados los castillos, el Angevino, el de San Telmo, el del Huevo, todo Nápoles estaba en la calle buscando en vano un alivio al calor.  Ni siquiera en Mergelina, junto al agua, ni en Posílipo, en lo alto, se movía el aire. Entre los árboles que bordeaban la carretera de Posílipo, con la Bahía a un lado y al otro las luces de Pozzuoli y las sulfataras de los Campos Flegreos, había gran cantidad de automóviles estacionados con los cristales púdicamente recubiertos con hojas de periódico. ¡Qué habrá que no tape un periódico! Amor sobre ruedas. Italia lo motoriza todo, hasta el oficio más antiguo del mundo. Hay ciudadanos entre las sombras que combinan la venta de periódicos con el más celoso proxenetismo. “Proxeneta” por cierto significa cónsul o embajador en la lengua que debió de ser cooficial con el latín en la Magna Grecia.

(Fragmento del diario de un viaje de la Asociación Sevillana de Amigos de los Jardines y el Paisaje a Nápoles, Ischia  y Costa Amalfitana en el mes de mayo de 2006)

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