Cuentos sin influencia de Borges
Cuentos sin influencia de Borges
No deja de ser una sorpresa, y es justo decir que
grata, la aparición de un volumen de relatos del filólogo Márquez Villanueva,
fallecido en Harvard en marzo de 2013. Me consta que para él, estas incursiones
en el terreno de la ficción eran un mero divertimento,
y desde luego le divertía muchísimo que alguna de ellas, aparecida en alguna
revista universitaria, fuera objeto de sesudos análisis tras su versión al
alemán. Lo cierto es que estos relatos,
cuya edición para amigos es un detalle del colegio sevillano de San Francisco
de Paula, al que antes de morir donó Márquez parte de su biblioteca particular,
no son unos gratuitos caprichos literarios. Tampoco meros juegos de ingenio o
siquiera pastiches, sino imitación en
la más noble de las acepciones, en la que cultiva el creador que conoce a sus
clásicos. Tan bien los conoce que traslada a los escenarios de su fantasía un
lenguaje que sólo domina alguien que esté familiarizado de luengo con la
paremiología medieval y renacentista. Es de tal propiedad y riqueza el lenguaje
que ya de por sí sería un gozo si lo que se cuenta no tuviera su miga y su
intriga. Tal es la propiedad de este lenguaje que tres lectores distintos e
igualmente atentos se han fijado en otros tantos gazapos, que no tienen más
remedio que haber sido puestos adrede para desorientar al lector; uno es el
adjetivo “predictible” en lugar de “predecible”, que su descubridor, el presentador
Juan Gil, atribuye al entorno angloparlante, por más que el DRAE lo haya
naturalizado; otro, señalado por la persona que me ha prestado el libro, que es
el empleo del adjetivo “inédito” en lugar de “insólito” o “inaudito” en la
frase “Tomi traía al Vaticano algo especial e inédito”, y por fin, el de más
bulto, descubierto por el que esto escribe, que es decir en vez de “orfanato”,
“orfelinato”, galicismo que es muy posible también haya adoptado ya el DRAE, en
ausencia irreparable del maestro Cela, que fue quien me lo señaló. En fin,
son ganas de buscarle tres pies al gato; lo propio sería, como también le oí a
Cela, buscarle cinco, y son muchos puntos los que hay que calzar para
encontrarle un quinto pie al gatito del Papa.
De ello se
ocupa la profesora López Grigera, autora del estudio y las notas de la obrita,
estudio que aconsejaría leer después de leídos los relatos, pues es inevitable
no saber de qué van a la luz de la minuciosa disección filológica de que son
objeto. Yo he tenido la precaución de leérmelos antes que el estudio y la presentación
que los preceden, pero aun así espero no haber dicho demasiado del primero de
los siete apólogos. Cuando queremos recomendar una lectura que vale la pena por
razones estilísticas no es cosa de condicionarla con nuestros prejuicios. Por ejemplo, de ellos hay dos que me gustan
menos que los otros cinco, pero no voy a decir cuáles ni por qué. En uno de
ellos coincide conmigo la doctora López Grigera, que por su parte indica que
ese cuento era el preferido de Juan Goytisolo, gran amigo y admirador del
autor.
Es una
pena que a este librito no tengan acceso más que los amigos de juventud, por
así decir, de Francisco Márquez, entre los que lo ha distribuido la Fundación
Goñi y Rey, del colegio sevillano de San Francisco de Paula. Ojalá se haga una edición
para un público más amplio, en cuyo caso yo recomendaría que se le cambie el
título y se ponga al final el Estudio de doña
Luisa López Grigera. En cambio la presentación de Juan Gil es
inamovible, pues incita la curiosidad del público sin levantar el telón antes
de tiempo. Pero es que esa presentación,
rica en datos y en ideas, es también en su estilo una obra de arte. Uno de los
conceptos que en ella se desarrollan es el del Odium philologicum, sinónimo para el filólogo Charles Nisard, de
“odio superlativo”. Juan Gil lo trae a colación para destacar la ausencia de
ese Odium en la filóloga López
Grigera, que con tan abnegada veneración estudia y anota a su colega Márquez. Los
que en cambio hayan tenido la imprudencia de mencionarle a Márquez ciertos
colegas o maestros suyos – llámense Otis Green o Marichal o Carriazo – han
podido ver cómo un sabueso de Baskerville
hacía jirones “su afable apariencia de sabio maestro”. También su maestro don Américo solía tener
esos prontos en grado superlativo.
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