Tambores de guerra





12. Gunboat policy
    Cuando Britania reinaba sobre las olas, si un país díscolo se portaba mal, se le castigaba mandándole una unidad de la Royal Navy a que bombardeara uno de sus puertos. Creo que Estados Unidos siguió el ejemplo y así se acuñó el concepto de la gunboat policy, la política del cañonero. Tal ocurrió con Venezuela, deudora morosa,  y antes había ocurrido con Chile y el Perú, sino que en este caso la potencia cañonera fue la madre patria, con la fragata Numancia. La regla de oro de la diplomacia yanqui la enunció Teddy Roosevelt, el “profesor de energía” de tan felice recordación, y era muy eficaz: “Habla bajito y lleva un buen garrote”. El emblema de los Marines es una serpiente de cascabel con la leyenda Don’t tread on me, “no me pises”, leyenda que no es ninguna bernardina, pues todos los que  han pisado ese ofidio bien que lo han tenido que lamentar luego. Ayer fueron los alemanes y los japoneses; hoy son los iraquíes y los afganos. 
    Bien está que no quede impune el estrago del 11 de septiembre, pero una vez infligido el justo castigo habría que pensar en otra cosa, que es la represión del terrorismo, y no es desde el aire, con bombardeos “humanitarios” como en el Kosovo, como eso se consigue. Convendría dar por expiada la “culpabilidad colectiva” del pueblo afgano y cazar al terrorista donde realmente está, en nuestra propia retaguardia y en nuestras propias flaquezas.  



                                                     13.  Remember the Maine!
    No se es un buen reaccionario si no se tiene buena memoria. Esa buena memoria de los reaccionarios está muy mal vista por los progresistas que se creen que están haciendo historia. Ahora, cuando el insensato político de turno dice que Sadam es un peligro o una amenaza para España, yo recuerdo dos cosas: una, el peligro y la amenaza reales que sobre España se ciernen desde sus queridas Provincias Vascongadas, y otra, el peligro o la amenaza imaginarios que hace más de medio siglo suponía España, la España de Franco, para la paz mundial. Lo que entonces nos salvó, conste que hablo en primera persona del plural, fue la discusión bizantina de si aquella España era un peligro o una amenaza, y ojalá que otra de esas discusiones bizantinas salvara al Iraq del peligro y la amenaza bien reales que se ciernen sobre él.
    Ya sabemos que la primera fuente del derecho es la fuerza y que a la hora de la verdad cae Breno sobre la balanza con todo el peso de su espada.  Si al vencido se le dice luego que lo blanco es negro, tendrá que decir que sí y, además con efecto retroactivo.  Poco importa que el escrito de apoyo de los ocho enanitos europeos diera comienzo con una desmemoria histórica: la de que los peregrinos del Mayflower llevaron a las costas americanas los derechos humanos y la libertad religiosa. Muy progresistas deben de ser quienes han redactado ese papel y quienes lo han firmado, seguramente para halagar a los que aún siguen diciendo Remember the Maine!



20.  La razón de la fuerza
En algo que escribí sobre la Guerra del Golfo, contra la que también estuve y por motivos análogos a los que estoy contra esta otra, no dejé de tomar mis distancias con respecto al "viejo y sucio pendón del pacifismo". Ese pendón vuelve a ondear, sino que ahora se maquilla con los colores del espectro pentapolita. Politics makes strange bedfellows, como dijo el otro, y por eso quisiera dejar bien sentado que, impedido por la naturaleza de hacer míos esos colores, mi opinión nada tiene que ver con el antiamericanismo ni el pacifismo al uso.
Decía ese mismo otro, demócrata a la fuerza, que cada país tiene el gobierno que se merece, y yo voy más lejos y digo que cada país tiene el gobierno que necesita, de suerte que el que la democracia sea una bendición para ciertos países, para otros es una gran calamidad. La democracia que el Imperio que no quiere decir su nombre impone a trancas y barrancas parte del supuesto de que lo que llamamos "civilización occidental", cuyo último grito es la democracia, sea superior a esas otras civilizaciones del planeta que de la democracia no acaban de fiarse.  Y es que la democracia empieza por no respetar sus propias reglas de juego, su propia legalidad. La instancia suprema de esa legalidad son las Naciones Unidas, que son las que, como antaño el Papado, han de decir si una guerra es justa o no. En los cañones antiguos puede verse la leyenda Ultima ratio regum. En los modernos misiles va a haber que poner: Prima ratio reipublicae. 
(Lo dicho en Crónicas anacrónicas me exime de hacer comentarios de actualidad.)

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