Primavera en celo
Primavera en celo
(Retrato de Antonio Bienvenida por Baldomero Romero Ressendi)
Al salir, en las sillas colocadas frente al Sagrario, estaba el grupo con el que venía Cassieri, en el que nos presentó a un señor mayor, que era general. No me quedé con el nombre, pero me late, como decimos en México, que era el general De Lorenzo, por algo que pasó años más tarde, viviendo yo en Italia.
(General Giovanni De Lorenzo)
Luis Romero se despidió. Vimos pasar dos o tres cofradías, pero Cassieri era culo de mal asiento y lo que quería era chiavare a toda costa, palabra cuyo significado sabía yo por Luis Romero. Traté de explicarle que era Miércoles Santo y que en un día así lo menos indicado era ir de picos pardos, pero él no me oía e insistía con tal vehemencia que lo llevé a la Europa, a las Siete Puertas, que entonces se llamaba Saratoga, y que por suerte estaba cerrado. Lo dejé en el Biarritz y quedamos para el día siguiente, Jueves Santo.
Al salir, en las sillas colocadas frente al Sagrario, estaba el grupo con el que venía Cassieri, en el que nos presentó a un señor mayor, que era general. No me quedé con el nombre, pero me late, como decimos en México, que era el general De Lorenzo, por algo que pasó años más tarde, viviendo yo en Italia.
(General Giovanni De Lorenzo)
Luis Romero se despidió. Vimos pasar dos o tres cofradías, pero Cassieri era culo de mal asiento y lo que quería era chiavare a toda costa, palabra cuyo significado sabía yo por Luis Romero. Traté de explicarle que era Miércoles Santo y que en un día así lo menos indicado era ir de picos pardos, pero él no me oía e insistía con tal vehemencia que lo llevé a la Europa, a las Siete Puertas, que entonces se llamaba Saratoga, y que por suerte estaba cerrado. Lo dejé en el Biarritz y quedamos para el día siguiente, Jueves Santo.
Como Luis Romero no
estaba disponible, tuve que buscarme otro trujimán, y ninguno mejor que
Angelito Medina, que hablaba italiano de corrido, y quedamos en vernos por la
tarde. Pasé por el Biarritz y mi
flamante amigo escribía en uno de los balconcillos de la planta baja. Lo dejé trabajando y me fui a ver pasos. … Después de almuerzo me fui a Canalejas
(residencia Universitaria del Opus Dei) en busca de Angelito y juntos nos
dirigimos al Biarritz. Cassieri estaba
eufórico y, hechas las presentaciones,
le faltó tiempo para decirme, con su amplia sonrisa y su mirada desorbitada:
- Ieri ho chiavato!
Due volte! Una cordobana! Bellissima!
- ¿Qué, qué dice? –
preguntaba Angelito, a quien obviamente ni los jesuitas ni los del Opus habían
enseñado ciertas expresiones coloquiales.
No recuerdo bien cómo
salí del paso y procuré cambiar de tema, aunque Cassieri se las compuso para
decirme que un camarero del hotel le había facilitado las cosas.
Nos fuimos los tres y
echamos la tarde, hablando ellos de poesía y de literatura y de filosofía, y yo
de oyente, y por lo menos aprendí, a fuerza de oírselo a Angelito, que
“catolicismo” se decía en italiano cattolicésimo. Los dejé a las ocho y media en la Torre el
Oro y me fui a ver cofradías por mi cuenta.
El Viernes Santo no hubo
noticia de Cassieri. Angelito vino a
decirme que le había perdido el rastro. Por fin el Sábado de Gloria, después de
la siesta, aparecieron los dos juntos en mi casa de Alfonso XII. Nos reunimos
en Canalejas, donde el Sátrapa (don Vicente Rodríguez Casado) acababa de llegar
de Roma, y nos fuimos los tres al compás de Santa Clara y Torre de Don Fadrique
y luego a San Clemente y, como el Santísimo estaba expuesto, nos arrodillamos
Angelito y yo. Cassieri, que venía detrás, se sentó en un banco y me hizo seña
de que me sentara a su lado. Al salir,
le preguntó Angelito muy serio:
- Giuseppe, tu sei
cattolico?
- Certo! – respondió con su gran sonrisa eufórica - Cattolico, ma non praticante!
Hablaron de Papini, que
acababa de publicar su polémico libro sobre el Diablo,
y llegamos paseando
hasta la placita de Santa Marta, donde nos despedimos hasta el domingo a las
doce. Esta vez fui yo el que faltó a la
cita, pues el domingo a las once nos fuimos la familia a Higuera de la Sierra,
así que no me pude despedir de Cassieri.
El curso siguiente lo
pasó Angelito en Roma, en la casa matriz del Opus en el Viale Bruno Bozzi, en
Parioli. Le pregunté por Cassieri en
alguna carta y Angel me dio a entender que tenía en Roma ocupaciones más importantes.
En enero del 59 fui yo a
Italia por primera vez y, como es natural fui a Venecia, a una Venecia gris y
húmeda sin turistas y con acqua alta, muy parecida a la Sevilla inundada
por las crecidas del Guadalquivir, con pasadizos de tablas sobre ladrillos en
las calles angostas. En el escaparate de
una librería o papelería y como a través de una tela metálica vi un librito, no
recuerdo el título, ¿Il calcinaccio, La siesta?, cuyo autor era Giuseppe
Cassieri. Pasó el tiempo, y yo por
mudanzas y avatares de todo tipo, y diez años después, en marzo del 69, llegaba
a Roma para quedarme. Algo supe de
Cassieri por una breve polémica que sostuvo con Giambattista Vicari, el
director de la revista Il Caffè, que vivía en Via della Croce y a quien
referí la aventura sevillana. Busqué su
nombre en la guía y lo llamé y, aunque insistí en que yo era el sevillano que
no hablaba italiano, dijo acordarse perfectamente de mí, entre otras cosas
porque había vuelto a Sevilla, y en el escaparate de una librería había visto
un libro mío con mi fotografía, de gafas y bombín. Yo había visto recientemente una historieta
suya en televisión sobre la Italia cotidiana de la trasguerra y una entrevista
suya en Il Messaggero a una hija de Unamuno en Salamanca. Me dijo que Il
Messaggero le había contratado un elzeviro a la semana y que con ese
motivo había viajado a Salamanca para la entrevista. No sé cómo nos las
arreglábamos que siempre nos llamábamos en un momento crítico de la vida
conyugal, y él desde luego se ponía nerviosísimo. Estaba visto que no había
manera de que nos viéramos en Roma, y quedamos en que, aprovechando unos días
de vacaciones, le haríamos una visita en Minturno, cerca de Gaeta, donde él
tenía una casita. Esto debió de ser en
junio del 71. Veníamos nosotros del
litoral adriático, de Rímini, de Urbino, y por fin nos encontramos. Estaba igual que hacía veinte años y su mujer
era una joven señora rubia, esbelta, simpática y, como pronto pude comprobar,
algo celosa. Fuimos a cenar al aire libre, y yo pedí salmonetes, que no es
pescado del Tirreno, sino del Adriático, entre otras cosas porque me acordaba
de un poema de Montale traducido por Angelito Medina en el que hablaba de la
triglia moribonda, y él me dijo:
- Senti, se ci tieni, prenditi la triglia.
Ella quería saber a toda
costa la fecha del viaje de él a Sevilla y qué era lo que había pasado y,
cuando yo empecé a evocar nuestro encuentro, él, muy nervioso, me interrumpía y
trataba de cambiar il discorso. Por lo que deduje, ya entonces estaban casados
o eran novios formales. No sé si aludí
al general De Lorenzo, que se presentaba con monóculo como candidato por el MSI
a las elecciones después de haber fichado a toda la clase política como jefe
del SIFAR o servicio de información y de haber tramado más tarde, como
comandante general de los Carabinieri, un golpe de Estado con el Presidente
Segni y la Embajada de Estados Unidos.
Por cierto, después de la labor de
schedamento de personajes por De Lorenzo, comentaba Andreotti que
el único desconocido que ya quedaba en Italia era el soldado del Altare
della Patria. La señora no cejaba,
sin embargo, y me imagino que al retirarnos nosotros a nuestro hotel, se
reproduciría la escena de celos retrospectivos, posiblemente endémica en aquel
matrimonio. Mucho me temo que el
vehemente Giuseppe hubiera regresado a Italia y a su dolce metà con
algún que otro recuerdito de la bellíssima cordobana del burdel
sevillano.
Por aquel tiempo salió un
libro suyo, Offerta speciale, y un par de años después, uno mío, La
lanterna magica.
Lo invité a la
presentación de mi novela en la Librería de Remo Croce, en el Corso Vittorio
Emanuele, pero cuando le dije que el editor era Rusconi, que en aquella
coyuntura de centrosinistra tenía fama de editore nero, dio
muestras de nerviosismo y yo traté de tranquilizarlo. El caso es que no
apareció la noche del acontecimiento. A
ella sí que la volví a encontrar, en la misma librería de Remo Croce, en la
presentación de Aquilegia de Guido Ceronetti a cargo de una joven
actriz: Stefania Sandrelli.
(Stefania Sandrelli)
La bella Signora Cassieri, sentada entre el público, me miraba de un modo enigmático y no sé si receloso. Al levantarnos para el convite, me acerqué a saludarla, creo que me reconoció y le di expresiones para il caro Giuseppe.
(Fragmento de unas memorias inéditas)
(Stefania Sandrelli)
La bella Signora Cassieri, sentada entre el público, me miraba de un modo enigmático y no sé si receloso. Al levantarnos para el convite, me acerqué a saludarla, creo que me reconoció y le di expresiones para il caro Giuseppe.
(Fragmento de unas memorias inéditas)
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