Un mundo sin melodía
- Miércoles, 09 de Agosto de 2006 -
Un mundo dodecafónico Aquilino Duque
En su Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel dice Carlos Marx que “El arma de la crítica no puede en modo alguno sustituir a la crítica de las armas; la fuerza física debe ser derrocada por la fuerza física, y asimismo la teoría se convierte en fuerza física en cuanto se adueña de las masas. La teoría es capaz de adueñarse de las masas en la medida en que demuestre ad hominem, y demuestra ad hominem en la medida en que se hace radical. Ser radical es ir a la raíz de la cosa. Pero la raíz para el hombre es el hombre mismo.” Este razonamiento de Marx desemboca en una negación de la religión o, como él dice, en una “superación positiva de la religión” Esta época nuestra en la que la doxa u opinión se impone al logos o razonamiento, hace estribar su radicalidad en, valga la paradoja, la absolutización del relativismo. Toda experiencia tiene carácter ontológico.. Ahora bien, el Ser, que para un creyente es único, dista mucho de serlo para el que no cree que la Verdad sea absoluta. Todo el que cree que no hay tal Verdad, sino sólo verdades que cambian con los tiempos, o, dicho con palabras del ingenioso André Maurois, que “es una verdad absoluta que la verdad es relativa”, sustituye todo razonamiento por su opinión del momento, una opinión reflejo casi siempre de la “opinión pública” que es, volvamos a Marx, una opinión de masas, de esas masas capaces de convertir en fuerza material las teorías que se apoderan de ellas. No digo ahora por primera vez que, en esta época nuestra de renuncia a lo trascendente, los valores eternos han sido sustituidos por valores de uso y valores de cambio, la verdad se confunde con la realidad y la razón ha de inclinarse ante el número. La ley del número es la razón de ser de la democracia, y la democracia no sólo no tiene otra filosofía que la “opinión pública”, sino que es la religión de un mundo sin religión. Un mundo sin religión es un mundo dejado de la mano de Dios, y en un mundo así no sólo la verdad es relativa, sino que también lo son la bondad y la belleza. La filosofía del razonamiento, que busca la verdad por la belleza, tiene a la fuerza que chocar con la filosofía de la opinión, que hace con la belleza y con la bondad mangas y capirotes. Ese choque se produce ante todo porque el razonamiento es una búsqueda de la verdad y no para hasta no poder decir quod erat demostrandum, mientras que la opinión es indemostrable. En este sentido la opinión podría equipararse a la creencia, que tampoco es demostrable y que no es el resultado de un razonamiento, sino que nos viene dada desde fuera, por las Sagradas Escrituras al creyente y, al “opinante”, por los mass media o medios de difusión que Julián Marías llama “medios de confusión”. He aquí por qué el periodismo es el sacerdocio de la democracia y la filosofía no puede dejar de ser heterodoxa. Naturalmente, la doxa a la que ahora se ha de enfrentar el filósofo no es, como en otros tiempos, la creencia religiosa, sino la opinión pública, una opinión pública, más que difusa, confusa.Los sacerdotes de la difusión y la confusión, tan dados a calificar de “fundamentalistas” a los mortales que aún profesen ciertas creencias, dictan e imponen modas éticas y estéticas en unos términos que no admiten réplica. Si eso no es “fundamentalismo” que venga Dios y que lo vea. Ese “fundamentalismo” no sustituye lo bueno, lo bello y lo verdadero por lo malo, lo feo y lo falso, sino que procura hacer pasar estos últimos conceptos bajo la denominación de sus opuestos. No vamos a descubrir nada si hablamos de la exaltación del mal y del feísmo en el arte y en la literatura de una vanguardia ya centenaria que alcanzó su paroxismo en la Neue Sachlichkeit de la Alemania de Weimar, a lo que hay que añadir en nuestro tiempo y en nuestro país la grosera falsificación de la Historia. Esa vanguardia siniestra sigue presumiendo de joven por muchas arrugas que tenga y, gracias a la sociedad de consumo, ha llegado a ser para las “almas simples”, que decía Gramsci, lo que el terrorismo para los cuerpos. También da la impresión de haber decretado el “fin de la historia”, de la historia del arte y del pensamiento, por supuesto.Ahora bien, el arte de nuestro tiempo en general, y la música en particular, donde toda estridencia y toda disonancia tienen su asiento, son un ámbito poco propicio para que la filosofía se embellezca y se embelese. Lo que a mediados del siglo XX llamó Foxá “un mundo sin melodía” era ni más ni menos que un mundo dodecafónico. Tal vez, y sin tal vez, la cumbre de la música moderna sea Stravinsky, y Stravinsky no trata ciertamente con amabilidad a los que él llama “rebeldes del arte” que hacen añicos la melodía, el ritmo y la armonía. Stravinsky pudo escandalizar en su día, pero no aburrir. No hace mucho asistí en el Victoria Hall de Ginebra a un concierto de música coral cuya primera parte fue una aburrida cantata de Poulenc sobre unos mediocres versos de Eluard a la Libération y la segunda, las Bodas de Stravinsky. ¡Qué absurda yuxtaposición de lo convencional y lo genial!Esta falta de discernimiento entre lo excelente y lo mediocre no sólo se da en la música, sino en las demás bellas artes, tanto en las plásticas como en las literarias. Lógico es que de ello se resienta la filosofía, pues la filosofía es razonamiento, un razonamiento que no tiene el contrapeso, no ya del mito, sino incluso el de la utopía. ¿Hay algo más alicorto que el llamado “pensamiento débil”? Pero hay más, “belleza” en latín es pulchritudo, y “pulcro” en castellano significa limpio, y no es ciertamente la limpieza la mayor virtud del arte contemporáneo en general.
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Un mundo dodecafónico Aquilino Duque
En su Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel dice Carlos Marx que “El arma de la crítica no puede en modo alguno sustituir a la crítica de las armas; la fuerza física debe ser derrocada por la fuerza física, y asimismo la teoría se convierte en fuerza física en cuanto se adueña de las masas. La teoría es capaz de adueñarse de las masas en la medida en que demuestre ad hominem, y demuestra ad hominem en la medida en que se hace radical. Ser radical es ir a la raíz de la cosa. Pero la raíz para el hombre es el hombre mismo.” Este razonamiento de Marx desemboca en una negación de la religión o, como él dice, en una “superación positiva de la religión” Esta época nuestra en la que la doxa u opinión se impone al logos o razonamiento, hace estribar su radicalidad en, valga la paradoja, la absolutización del relativismo. Toda experiencia tiene carácter ontológico.. Ahora bien, el Ser, que para un creyente es único, dista mucho de serlo para el que no cree que la Verdad sea absoluta. Todo el que cree que no hay tal Verdad, sino sólo verdades que cambian con los tiempos, o, dicho con palabras del ingenioso André Maurois, que “es una verdad absoluta que la verdad es relativa”, sustituye todo razonamiento por su opinión del momento, una opinión reflejo casi siempre de la “opinión pública” que es, volvamos a Marx, una opinión de masas, de esas masas capaces de convertir en fuerza material las teorías que se apoderan de ellas. No digo ahora por primera vez que, en esta época nuestra de renuncia a lo trascendente, los valores eternos han sido sustituidos por valores de uso y valores de cambio, la verdad se confunde con la realidad y la razón ha de inclinarse ante el número. La ley del número es la razón de ser de la democracia, y la democracia no sólo no tiene otra filosofía que la “opinión pública”, sino que es la religión de un mundo sin religión. Un mundo sin religión es un mundo dejado de la mano de Dios, y en un mundo así no sólo la verdad es relativa, sino que también lo son la bondad y la belleza. La filosofía del razonamiento, que busca la verdad por la belleza, tiene a la fuerza que chocar con la filosofía de la opinión, que hace con la belleza y con la bondad mangas y capirotes. Ese choque se produce ante todo porque el razonamiento es una búsqueda de la verdad y no para hasta no poder decir quod erat demostrandum, mientras que la opinión es indemostrable. En este sentido la opinión podría equipararse a la creencia, que tampoco es demostrable y que no es el resultado de un razonamiento, sino que nos viene dada desde fuera, por las Sagradas Escrituras al creyente y, al “opinante”, por los mass media o medios de difusión que Julián Marías llama “medios de confusión”. He aquí por qué el periodismo es el sacerdocio de la democracia y la filosofía no puede dejar de ser heterodoxa. Naturalmente, la doxa a la que ahora se ha de enfrentar el filósofo no es, como en otros tiempos, la creencia religiosa, sino la opinión pública, una opinión pública, más que difusa, confusa.Los sacerdotes de la difusión y la confusión, tan dados a calificar de “fundamentalistas” a los mortales que aún profesen ciertas creencias, dictan e imponen modas éticas y estéticas en unos términos que no admiten réplica. Si eso no es “fundamentalismo” que venga Dios y que lo vea. Ese “fundamentalismo” no sustituye lo bueno, lo bello y lo verdadero por lo malo, lo feo y lo falso, sino que procura hacer pasar estos últimos conceptos bajo la denominación de sus opuestos. No vamos a descubrir nada si hablamos de la exaltación del mal y del feísmo en el arte y en la literatura de una vanguardia ya centenaria que alcanzó su paroxismo en la Neue Sachlichkeit de la Alemania de Weimar, a lo que hay que añadir en nuestro tiempo y en nuestro país la grosera falsificación de la Historia. Esa vanguardia siniestra sigue presumiendo de joven por muchas arrugas que tenga y, gracias a la sociedad de consumo, ha llegado a ser para las “almas simples”, que decía Gramsci, lo que el terrorismo para los cuerpos. También da la impresión de haber decretado el “fin de la historia”, de la historia del arte y del pensamiento, por supuesto.Ahora bien, el arte de nuestro tiempo en general, y la música en particular, donde toda estridencia y toda disonancia tienen su asiento, son un ámbito poco propicio para que la filosofía se embellezca y se embelese. Lo que a mediados del siglo XX llamó Foxá “un mundo sin melodía” era ni más ni menos que un mundo dodecafónico. Tal vez, y sin tal vez, la cumbre de la música moderna sea Stravinsky, y Stravinsky no trata ciertamente con amabilidad a los que él llama “rebeldes del arte” que hacen añicos la melodía, el ritmo y la armonía. Stravinsky pudo escandalizar en su día, pero no aburrir. No hace mucho asistí en el Victoria Hall de Ginebra a un concierto de música coral cuya primera parte fue una aburrida cantata de Poulenc sobre unos mediocres versos de Eluard a la Libération y la segunda, las Bodas de Stravinsky. ¡Qué absurda yuxtaposición de lo convencional y lo genial!Esta falta de discernimiento entre lo excelente y lo mediocre no sólo se da en la música, sino en las demás bellas artes, tanto en las plásticas como en las literarias. Lógico es que de ello se resienta la filosofía, pues la filosofía es razonamiento, un razonamiento que no tiene el contrapeso, no ya del mito, sino incluso el de la utopía. ¿Hay algo más alicorto que el llamado “pensamiento débil”? Pero hay más, “belleza” en latín es pulchritudo, y “pulcro” en castellano significa limpio, y no es ciertamente la limpieza la mayor virtud del arte contemporáneo en general.
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Aquilino, me alegra poder leerte ahora en la blogosfera. Entre la pila de libros tuyos que poseo, he disfrutado sobre todo "Las máscaras furtivas" (1995), y las "Crónicas extravagantes" (1996). Aún recuerdo el barullo que se formó cuando la Universidad publicó estas crónicas...
ResponderEliminarUn cordial saludo desde Sevilla DF
Joaquín
No sé cuál es la dirección electrónica de pilargv
ResponderEliminarAquilino: hoy en Colombia el pueblo marchará para olvidar que este conflicto tiene raíz en su propia negación. Matanas masivas, fosas comunes regadas a lo largo del país, campesinos expropiados y retirados a la fuerza de sus tierras, todos ellos quedarán una vez más en el olvido crónico que une al pueblo colombiano. El único problema de este país es el secuestro. Mientras tanto la gente muere en las puertas de los hospitales debido a las reformas en el régimen de salud de los últimos años, ni hablar de los demás ámbitos de la vida pública.
ResponderEliminarSu texto me encantó, lo leeré con mis estdudiantes del curso de opinión pública del cual soy profesora. Un gran abrazo desde Colombia. Astrid Cañas.