Sonetería a orillas del Mosela
Es difícil que algo no le salga bien a Victoria Carande Herrero, hija de mi fraternal Bernardo Víctor Carande y nieta de don Ramón Carande y Thovar. Todo lo que emprende lo remata con brillantez y, hasta ahora al menos, lo dejaba atrás y le quitaba importancia, reacia a hipotecas y encasillamientos. Desde sus manualidades en la Escuela Francesa de Sevilla a sus acuarelas de Bruselas, siempre estuvo empeñada en juzgar como meros pasatiempos lo que para otros es la razón de toda una vida. Hace años me impresionó con unos sonetos admirables, de una facilidad y una felicidad desconcertantes, y me resigné a que ese alarde de maestría y de dominio tampoco tuviera continuidad. En estos días, me vuelve a sorprender, al enviarme, no una plaquette como la de 1990, sino todo un volumetto, enriquecido también con ilustraciones propias. No es Victoria la primera mujer de talento de una familia, de la Torre y Millares, brillante en las letras, las bellas artes, e incluso el cine. Nunca olvidaré el día en que su abuela, María Rosa de la Torre Millares, hermana de Claudio y de Josefina, apareció en el Ateneo de Sevilla un anochecer en que yo, pobre alumno universitario del temible don Ramón, hacía una lectura de versos propios y ella se me acercó al final para decirme que yo "tenía talento". Digo esto, porque esa deuda que aquella noche contraje con la familia Carande la querría saldar ahora con intereses en la persona de su nieta. Abro al azar el libro apenas roto el sobre en que venía y estos son los primeros sonetos que veo:
A ellos añado estos dos que me parecen representativos de las coordenadas geográficas de una vida:
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