Un accidente ferroviario
Al
célebre librito que Curzio Malaparte escribió en francés, Técnica del golpe
de Estado, le ha puesto la Historia muchos apéndices. Uno fue el firmado
por un terrorista que llegaría a primer ministro del Estado a cuya creación
contribuyó con sus atentados. Otro, el que salga del cúmulo de literatura
suscitado por el estrago de Atocha que, por sus efectos al menos, tendría más
visos de golpe de Estado que de simple “accidente ferroviario”. Este “accidente”, por ceñirnos a la
terminología de los encubridores, fue en realidad una obra maestra de relojería
política y el caso es que, fuera lo que fue o lo que se quiere que fuera, tuvo
unos beneficiarios y produjo unos efectos tan variopintos como los que debieron
de intervenir en ella. A nadie cabe ya
la menor duda de la deuda que los beneficiarios contrajeron con el separatismo,
sinónimo desde hace muchos años de terrorismo como “autodeterminación” debería
serlo de “alta traición”. Esa deuda fue
la de la balcanización de España, y lo que más asombra es la pasividad rayana
en la complicidad con que la llamada Oposición, apaleada y borboneada, contempla cómo se satisfacen los pagos de esa
deuda. El Estado de golpe en que ha
degenerado el “Estado de derecho” llama
transparencia al tupido velo que corre del 23 F al 11 M, quién sabe si fases
sucesivas de una misma “transición”.
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