Viaje a los jardines de Normandía en junio de 2002
(De la charla, ilustrada con proyecciones, a los miembros, en su mayoría del bello sexo, de la Asociación Sevillana de Amigos de los Jardines y el Paisaje, el pasado miércoles 21 de junio en el antiguo consulado de EE. UU. en Sevilla).
[El primero de los jardines normandos visitados fue Giverny, donde,]
[El primero de los jardines normandos visitados fue Giverny, donde,]
aunque la luz fuera gris, el
agua sacaba a las flores de los canteros y las pérgolas los brillos y los
matices de la paleta de Monet.
La casa es la tradicional ferme normande transfigurada por el cromatismo impresionista: rosados los muros y verdes las maderas, y frente a ella, en declive, se despliega un jardín con traza de huerto. Enmarcado en dos grandes tejos, resto de la antigua arboleda, baja el eje del jardín hasta el muro que en principio separaba la propiedad de la antigua vía férrea, hoy carretera. Al otro lado está el terreno pantanoso que el artista recuperó y transformó en jardín japonés, Le Jardin d’eau, con glicinias sobre el puentecillo, bosquetes de bambú, sauces de Babilonia, y esos estanques con nenúfares que tanto se complacía en pintar.
El jardín de arriba, Le Clos Normand, es una explosión floral, una confusión de colores donde azucenas, narcisos, azaleas, peonías, amapolas se entremezclan en un sabio desorden en un espacio donde lo lógico sería ver tomateras, guisantes, coles, calabazas y zanahorias. Este aparente desorden obedece a un plan preconcebido, de suerte que el jardín tiene un colorido distinto en cada una de las cuatro estaciones.
La casa es la tradicional ferme normande transfigurada por el cromatismo impresionista: rosados los muros y verdes las maderas, y frente a ella, en declive, se despliega un jardín con traza de huerto. Enmarcado en dos grandes tejos, resto de la antigua arboleda, baja el eje del jardín hasta el muro que en principio separaba la propiedad de la antigua vía férrea, hoy carretera. Al otro lado está el terreno pantanoso que el artista recuperó y transformó en jardín japonés, Le Jardin d’eau, con glicinias sobre el puentecillo, bosquetes de bambú, sauces de Babilonia, y esos estanques con nenúfares que tanto se complacía en pintar.
El jardín de arriba, Le Clos Normand, es una explosión floral, una confusión de colores donde azucenas, narcisos, azaleas, peonías, amapolas se entremezclan en un sabio desorden en un espacio donde lo lógico sería ver tomateras, guisantes, coles, calabazas y zanahorias. Este aparente desorden obedece a un plan preconcebido, de suerte que el jardín tiene un colorido distinto en cada una de las cuatro estaciones.
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