Triana y la Macarena
De la
Puerta de Triana al Arco de la Macarena
La Iglesia y el Ejército han figurado
tradicionalmente entre los llamados "poderes fácticos" del Estado, de
suerte que han estado siempre sujetos a los altibajos de la historia. Los
adictos a lo que muchos llaman "progresismo" y otros, como Jovellanos
por ejemplo, "superchería
democrática", nunca les han escatimado su animadversión. Esa animadversión viene de antiguo. Ya en
nuestro tiempo, en los primeros pasos de la Transición, la sociedad civil,
léase la clase política, se libró de la tutela militar a raíz del mal llamado
"golpe de Tejero", así que la Iglesia, pese a los servicios
prestados, aguantaría el tipo, bien que como "asignatura pendiente" ,
no ya de nuestro sistema, sino de todas las democracias de lo que ahora
llamamos Occidente y antes se llamó la Cristiandad.
Si hay una cofradía sevillana que haya
estado siempre en la línea de fuego de esa contienda multisecular, ésa es la de
la Estrella. Fundada en 1560 por marinos y mercaderes de la carrera de Indias,
unida en 1566 a la de San Francisco de Paula, del convento fundacional de los
Padres Mínimos, refundida en 1574 con la de las Penas, fundada treinta años
atrás en el Hospital de la Candelaria, ya en 1783, en el Siglo de las Luces y de la
Ilustración, ha de sortear la legislación hostil a los gremios en las
cofradías, para incorporar al de Alfareros. En 1809 el convento que la alberga
sucumbe al vandalismo progresista de las tropas napoleónicas. En 1835 es
Mendizábal con su Desamortización quien vuelve a la carga, y la hermandad, a
punto de desaparecer, ha de refugiarse en el convento de San Jacinto,
abandonado por los dominicos expulsos, Por fin, la Gloriosa Revolución del 68 y
sus secuelas (don Amadeo de Saboya y la primera República) le imponen un compás de espera de veinte años,
hasta que en junio de 1878, con la Restauración canovista, vuelve a levantar la
cabeza. En los años de bonanza que siguen, refrenda sus nuevas reglas el
Arzobispo, se inscribe en el registro de Asociaciones del Gobierno Civil y
procesiona cada Domingo de Ramos desde su templo de San Jacinto.
En abril de 1931 nuevo cambio de régimen,
que se estrena quemando conventos en una explosión de júbilo progresista. El holocausto lo encabeza en Sevilla la
Virgen de la Hiniesta. En la primera Semana Santa, que es la de 1932, ya tiene
la República su Constitución y las hermandades sevillanas acuerdan por
prudencia abstenerse de sacar sus pasos a la calle. Una de ellas no hace caso y hace el recorrido
completo, y eso que los disparos están a la orden del día. Su imagen titular se
gana así el apodo de "La Valiente" y una saeta que vale su peso en
oro. Esta:
Que España ya no es cristiana.
Han dicho en el banco azul
que España ya no es cristiana.
Aunque sea republicana
aquí quien manda eres tú,
¡Estrella de la mañana!
La última vez que vi pasar la Estrella
el río al anochecer fue desde el estudio de pintura de unas amigas en la calle
Betis, en una Semana Santa ya lejana que yo así inauguraba, con ella al frente,
en primera línea de la Pasión del Señor, donde siempre estuvo dando ejemplo.
No es fácil hablar de las hermandades
sevillanas si se omite toda mención a la "vía dolorosa" que la
Iglesia española tuvo que recorrer durante buena parte del siglo XX. Nunca
olvidaré la vista de los incendios de la Puerta de Triana y de la calle San Luis un anochecer de julio
de 1936 desde la azotea de la calle Martín Villa, donde mi familia, como otras
muchas de campo y de pueblo, se había refugiado huyendo del terror
desencadenado por el Frente Popular desde el pucherazo de febrero. Lo que no
sabíamos es que muy cerca de nosotros, en la calle Orfila, se había refugiado
la popular imagen de la Macarena, temerosa
de que su templo de San Gil corriera, como corrió, la misma suerte del de San Julián pocos años atrás. Tampoco yo
sabía hasta ahora, que me lo han explicado los historiógrafos de la
"memoria histórica", que el general Queipo de Llano "en aquellos días de julio de 1936 utilizó la aviación (!) para arrasar el barrio
de La Macarena" ni
que aquellos "incendios cantaban un
himno guerrero, y en los corazones proletarios
saltaba, en la comba de los deseos, el fervor
entusiasta, el anhelo unánime de aplastar al
fascismo". Ahora me explico por qué la lápida de
don Gonzalo en la Macarena me hace pensar en el uniforme del capitán Dreyfus
despojado de insignias y distintivos.
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