Don Hilario Trompo
Durante todo el bachillerato en el Colegio San Ramón, decano entonces de los colegios de Sevilla, tuve un compañero de curso que destacaba en todo menos en su aplicación al estudio, pese a lo cual no hacía mal papel en los exámenes orales y ni perdió curso ni mudó de colegio. Se llamaba Fernando Félix Moreno Echevarría y era el menor de los hijos de un bedel de la Universidad, ya muy viejecito y jubilado cuando yo ingresé en ella. Tenía este buen hombre dos hijos más, la mayor licenciada en Ciencias Exactas y el que la seguía, bedel como su padre. Vivían en el primer piso de la esquina de la calle de la Mar con la calle Génova, luego, ya en mis tiempos, de García de Vinuesa y Avenida de Queipo de Llano, con balcón corrido en ángulo, donde más de una vez vi a mi amigo entre personas mayores viendo procesiones o desfiles. Su humor debía mucho a los complementos de cine mudo comentados por Ramos de Castro, y que él repetía, glosaba y mejoraba, pero en su repertorio había caricaturas verbales de la propia cosecha montadas sobre cualquier historieta digna del teatro de lo absurdo. A doña Luisa la directora la llamaba "la Tozuda, Ogra de Oropeza", a un tío de los Morancos que tenía en la calle Tetuán una especie de oficina portátil de reventa de entradas que se llamaba "La Teatral" le llamaba "Acuéstate", por una interjección que le oyó una vez y que completa era "¡Acuéstate y tápate los pies con una arpillera!", y el comentario cinematográfico que más gracia le hacía era, viniera o no a cuento: "¡La cuadrilla de Cagancho! ¡Las mulillas!". Tenía apodos para todos los vecinos del colegio, y a uno de ellos, un señor gordo que tenía un taller mecánico en la plaza de Mulviedro junto a un pasaje que daba a la calle Galera, le decía, vaya usté a saber por qué, "don Hilario Trompo". ¿Quién le iba a decir al bueno de Moreno Echevarría que al cabo de muchísimos años ese remoquete resonaría en unas disonantes elecciones presidenciales?
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