Noblesse oblige
Antonio Burgos
Día
06/04/2015 - 04.16h
Muchas cofradías andaluzas con siglos de historia
celebran ahora los 75 años de la bendición de su Cristo o de su Virgen. ¿Cómo
hermandades tricentenarias dan culto a imágenes tan recientes? Muy sencillo:
porque sufrieron en 1936 las llamas iconoclastas. No a manos de las milicias
improvisadas para plantar cara valientemente a los militares alzados en armas
contra el Gobierno, sino de las hordas que creían que quemando iglesias y
asesinando curas y votantes de la CEDA defendían mejor al Frente Popular. Esto
fue así, aunque haya tanta cobardía para recordarlo, como hago ahora contra la
Dictadura de la Memoria Histórica. En España puedes decir que a Lorca y a Blas
Infante los fusilaron los fascistas en 1936, pero no que al San Juanito de
Miguel Ángel lo machacaron los rojos en Úbeda, como quemaron San Román o San
Marcos en Sevilla. En muchos programas cofradieros estoy harto de leer que tal
Cristo o Virgen, sustituidos luego por réplicas de Illanes o Castillo
Lastrucci, «se perdieron en los sucesos de 1936». Vamos, que hablan de una
Virgen «perdida en 1936» como el que se deja olvidado el paraguas en un taxi...
Quisiera contar lo que ocurrió en Guadalcanal. Allí
nació el dramaturgo y político Adelardo López de Ayala. El «Ayala» con calle en
el barrio de Salamanca. Su villa natal le dedicó en 1926 un monumento, con su
busto y una escultura de Talía, la musa del Teatro. Producida la sublevación,
los frentepopulistas del pueblo, tras cometer muchos asesinatos, quemaron a la
Patrona, la Virgen de Guaditoca, y a toda la imaginería procesional: no dejaron
Cristo vivo. Y creyendo que la Talía del monumento a Ayala era la Virgen María,
la decapitaron, tras hacer rodar el busto de su paisano ilustre, desconocedores
que fue el redactor de algo tan «facha» como el manifiesto de la Revolución de
1868. Y decapitada sigue Talía en la plaza de Guadalcanal...
Corrió la Talía de Guadalcanal la misma suerte que
el San Juanito de Úbeda: el San Juan Bautista Niño de la iglesia del Salvador,
erigida por Francisco de los Cobos, la única escultura de Miguel Ángel en
España y una de las dos que hay fuera de Italia, reconstruida por el Centro de
Restauración de Florencia en una iniciativa ante la que siempre me quedaré
corto en elogios a su impulsor, el duque de Segorbe, esforzado mantenedor y
acrecentador del patrimonio histórico de la Casa de Medinaceli: no sé qué
espera Cultura para darle la Medalla de Bellas Artes. Al San Juanito lo dejaron
los rojos de Úbeda en 1936 hecho añicos, a conciencia, en el asalto a la
iglesia del Salvador, convertida en garaje para el Cuerpo Tren del Ejército
Popular. Garaje que conozco bien porque un sargento de la 40 Compañía
Divisionaria de Automovilismo que se llamaba Antonio Burgos Carmona me contó
cómo lo ocuparon cuando las tropas nacionales del coronel Saturnino González
Badía, las que resistieron en la Cabeza de Puente de Serós, tomaron Úbeda el 29
de marzo de 1939, al día siguiente de la caída de Madrid.
Pero por el pánico al uso por recordar la verdadera Historia, la gozosa
restauración ha sido presentada poco menos como si al San Juanito le hubiera
dado un aire o roto una criada torpona cuando estaba quitándole el polvo con un
plumero: «Se destruyó durante la guerra civil». ¡Toma ya! Solo. Vamos, que se
cayó al suelo y, ¡zas! se rompió: qué mala suerte. Como San Marcos de Sevilla,
que ardió porque hubo un cortocircuito. El director del Museo del Prado ha
dicho al presentar la recuperación: «Esta escultura ilustra la barbarie de la
que fue víctima la España de los años 30». No, mire: de los años 30, no, que en
esos años se publicó lo mejor de la Generación del 27. De barbarie de los 30,
nada. Diga usted la barbarie de los rojos de Úbeda, donde no hubo frente, sino
odio y sangre: esa es la verdad histórica. Porque va a resultar que el San
Juanito fue destruido por un bombardeo. Bombardeo de los nacionales, por
supuesto. Guernica con Miguel Ángel, vamos
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