La unidad de la patria
¡ABAJO ESPAÑA!
Sé de alguien que dejó de colaborar en un diario «bien pensante» porque se le ocurrió mandar un artículo sobre la anhelada unidad de las dos Españas, pero lo tituló «La unidad de la patria»
AL volver nuestro país, «este país», a la llamada «normalidad constitucional», hubo gentes que regresaron a él después de larga ausencia y otras que subieron vertiginosamente a cargos o puestos de responsabilidad. El regreso de los unos no se habría producido sin el retroceso de España ni el ascenso de los otros sin su descenso en todos los órdenes. Volvíamos así a los tiempos, que creímos pasados a la historia, en que gritar ¡Viva España! puede ser una imprudencia en algunos de los bantustanes y gritar ¡Arriba España! una provocación en todo el territorio del Estado. El que España pudiere ir para arriba es cosa que inquieta mucho a quienes saben que automáticamente irían para abajo; el que España recuperase su verticalidad pondría en evidencia la enanez de los que la han puesto a cuatro patas.Hace años, viviendo yo en Roma, hablaba del exilio con un cronista madrileño con quien trabé una buena amistad y muchos de cuyos escritos sigo admirando. Faltaban aún tres o cuatro años para que faltara el Caudillo, y estábamos él y yo conformes en que ciertos exiliados se negaban a volver para no ver con sus propios ojos el progreso material de España bajo aquel régimen tan «retrógrado». A alguno que otro llegué a conocer que, cuando por fin volvió a disfrutar de los bienes de fortuna que Franco no se preocupó de confiscarle, le atribuía con toda la frescura del mundo a la democracia ésta el adelanto material que no tenía más remedio que notar el que comparase la España de finales de los 70 con la España de la segunda República. Como por otra parte en lo político y en lo moral habíamos retrocedido a aquellos tiempos republicanos, el personaje en cuestión consideraba archijustificado su retorno y se encontraba como pez en el agua.
En la ya incalificable televisión de entonces, una locutora
entrevistaba a un caballero de blanca melena rizada que al parecer era
uno de aquellos comandantes de inminente «reinserción», llamados los
«úmedos», con los que el Gobierno se disponía a coronar la empresa de
meter en cintura al Ejército franquista. La locutora examinaba de
Constitución a este ciudadano y aprovechó la coyuntura para confesarle
que ese artículo 8 que encomienda a las Fuerzas Armadas la salvaguardia
de la unidad de la patria, la dejaba «bastante perpleja». El
excomandante soslayó la delicada cuestión poniéndose a ponderar las
virtudes de un guerrillero republicano llamado Quico Sabater a quien en
tiempos remotos se había visto obligado a tener por enemigo. Sé de
alguien que dejó de colaborar en un diario «bien pensante » porque se le
ocurrió mandar un artículo sobre la anhelada unidad de las dos Españas,
pero cometió la torpeza de dar a su escrito el título de «La unidad de
la patria».
Los que, entonando la cantinela de la «reconciliación nacional», hacían mofa y befa de los mártires y los caídos, no tardarían en fomentar y subvencionar la minería necrófila de las fosas comunes en nombre de esa misma «reconciliación». Cuando yo era algo más rojo de lo que soy ahora, pero creía de buena fe en eso de la «reconciliación», conmemoré uno de los aniversarios de la muerte de Antonio Machado en Colliure con unos versos de los que no me arrepiento para nada y en los que venía a exhortar a cierto soldado laureado que nos hablara de paz, pero no de victoria. Y es que creía entonces, con la pobre Simone Weil, que hay que estar con la justicia, «esa fugitiva del campo del vencedor».
Recién desaparecido ese laureado soldado, a quien era inevitable que muchos españoles contemplaran desde su derrota militar, comprobé con desencanto que la retórica de la reconciliación era en realidad la retórica de la ruptura, una ruptura dirigida contra un pasado inmediato demasiado identificado con la unidad de España. También entonces recurrí a la poesía para preguntarle a España: ¿…quieres ser? Aún se lo sigo preguntando.
Los que, entonando la cantinela de la «reconciliación nacional», hacían mofa y befa de los mártires y los caídos, no tardarían en fomentar y subvencionar la minería necrófila de las fosas comunes en nombre de esa misma «reconciliación». Cuando yo era algo más rojo de lo que soy ahora, pero creía de buena fe en eso de la «reconciliación», conmemoré uno de los aniversarios de la muerte de Antonio Machado en Colliure con unos versos de los que no me arrepiento para nada y en los que venía a exhortar a cierto soldado laureado que nos hablara de paz, pero no de victoria. Y es que creía entonces, con la pobre Simone Weil, que hay que estar con la justicia, «esa fugitiva del campo del vencedor».
Recién desaparecido ese laureado soldado, a quien era inevitable que muchos españoles contemplaran desde su derrota militar, comprobé con desencanto que la retórica de la reconciliación era en realidad la retórica de la ruptura, una ruptura dirigida contra un pasado inmediato demasiado identificado con la unidad de España. También entonces recurrí a la poesía para preguntarle a España: ¿…quieres ser? Aún se lo sigo preguntando.
Bravo
ResponderEliminar