Un centenario inoportuno
Un centenario inoportuno
El 19 de junio de 1912 moría en
Santander don Marcelino Menéndez Pelayo, a la edad de 56 años. España convalecía más mal que bien del Desastre del 98, digno remate de su
calamitoso siglo XIX. El retroceso, un
siglo después, de nuestra patria a un estado de cosas decimonónico, no permitía
augurar que se recordara como es debido a un hombre cuya obra fue un esfuerzo
ingente por rescatar las opciones políticas y religiosas de los siglos XVI y
XVII, detrás de las que alentaba una
manera de ser España que era preciso defender.
Mal podían los consabidos “demonios familiares” concertarse para evocar
a su máximo exorcista. La exhumación del “espíritu de la Guerra Civil” o, mejor
dicho de su espectro, por obra de lo que yo llamo “la memoria senil”, es lo que
sin duda estuvo a punto de expulsar en fechas recientes la estatua de don
Marcelino que aún se yergue al frente de la Biblioteca Nacional, y lo que hace
que los que presiden la disolución de España muestren tan escaso interés por
homenajear a quien tanto empeño y tanto talento puso en defenderla.
La figura de Menéndez Pelayo tiene tal
envergadura que no es preciso siquiera comulgar con los dogmas de los que,
según el poeta Cernuda, estaba “henchido”, para inclinarse ante él. Tengo
noticia de que en la revista mejicana Letras
libres apareció no hace mucho un artículo elogioso sobre don Marcelino
firmado nada menos que por Juan Goytisolo, un heterodoxo a machamartillo. Otro “heterodoxo” que también me sorprendió
hablándome bien de él fue José Angel Valente en la Ginebra de comienzos de los
60. Hay que ser muy ignorante o muy
sectario para despachar como “dogmático” a don Marcelino. Y es que don Marcelino era un hombre de Fe y
a la vez un hombre de Ciencia. El
creyente acata los dogmas de la Verdad revelada. El científico sabe en cambio
que en ciencia las verdades son todas provisionales y revisables. Un caso
egregio es el de Alberto Einstein, que creía más en El que no juega a los dados
que en la propia Relatividad.
Al día siguiente de recibir de manos del
editor el libro MENÉNDEZ PELAYO, GENIO Y FIGURA[i], del que somos autores
César Alonso de los Ríos, José Ignacio Gracia Noriega y el que suscribe, veo en
el suplemento cultural dominical de un periódico nacional un artículo a doble
página titulado Leyenda y desmemoria
en el que en sustancia se dice que “el centenario de Menéndez Pelayo ha pasado
desapercibido” y que “sin su legado no se entiende la Historia intelectual de
España”. Esto mismo me vino a decir
César Alonso de los Ríos en septiembre u octubre del año anterior cuando me
pidió que colaborase con él en el libro susodicho, a lo que accedí de inmediato
ocupándome a mi vez de reclutar un tercer mosquetero en el escritor y
publicista asturiano Gracia Noriega.
El interés de las instancias oficiales
sería nulo, y no tendría nada de
particular que en ello influyera la especie de que don Marcelino había sido
víctima de “un descarado intento de apropiación ideológica por parte de los
vencedores de la Guerra Civil”, como se afirma en el susodicho artículo abecedario. Venía así don Marcelino a compartir la triste
suerte de la religión católica, la unidad nacional, la bandera rojigualda y la
propia institución monárquica, de las que los vencedores de la Guerra Civil
también, por lo visto, “se apropiaron descaradamente”.
La “apropiación ideológica”
de don Marcelino está muy bien estudiada en el documentado trabajo de
César Alonso de los Ríos, a quien se debe la paternidad de la obra, y ello a través de dos de sus grandes
artífices, a saber, Pedro Sáinz Rodríguez y Pedro Laín Entralgo. Los otros dos
también aportamos algo, cada cual desde su perspectiva, con lo que la obra
tiene una saludable variedad, tanta que cabría incluirla en el género que don
Marcelino llamaba de la “amena literatura”. Muy en particular, el trabajo de Gracia
Noriega incluido en este libro permitirá a las nuevas generaciones de españoles
saber quién era en su condición humana y en su dimensión espiritual el gran
compatriota en cuya evocación nos hemos dejado algunos las pestañas. Gracia Noriega dice cosas como éstas: “La
primera impresión que produce acercarse a la “obra gigante” de don Marcelino
Menéndez Pelayo es de estupor”. “La lectura de Menéndez Pelayo es una continua
sorpresa, cuando no un sobresalto.”
España es hoy por hoy es una nación que
no sabe a dónde va y si es que quiere saberlo lo primero que tiene que hacer es
saber de dónde viene. Tres españoles nos
hemos juntado, uno para “rescatar” a Menéndez Pelayo, otro para deslumbrarnos
con su “torrencialidad”, otro para romper “tres lanzas” por él, y así, cada
cual a su manera, dejar constancia de uno de los motivos que podrían tener los
españoles para estar orgullosos de serlo.
El libro por de pronto se va a presentar
en Santander, en Gijón y posiblemente en Pamplona, así como en Sevilla, en el
marco de unos actos menendezpelayistas auspiciados por la Real Academia
Sevillana de Buenas Letras con la colaboración de la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo y la Universidad de Villanova, Filadelfia, EE.UU. Aún no se sabe si se presentará en Madrid,
donde el marco idóneo podría ser indistintamente la Biblioteca Nacional o la
Real Academia de la Historia. En la nota editorial del presente libro se dice:
“Entre los pueblos que se enorgullecen de haber tenido compatriotas de
semejante envergadura, no está el español ciertamente solo ni es de esperar que
se quede atrás a la hora de reconocerlo”.
Aún está a tiempo ese pueblo de hacer bueno deseo tan piadoso.
[i] MENÉNDEZ PELAYO. Genio y figura. César Alonso de los Ríos,
Aquilino Duque, José Ignacio Gracia Noriega. Ediciones Encuentro S. A. Madrid, 2012
Oportunísimo homenaje en un país de amnésicos oportunistas
ResponderEliminarSe la he republicado en TD:
ResponderEliminarhttp://tradiciondigital.es/2012/10/06/un-centenario-inoportuno/
muchas gracias AMDG
ResponderEliminarEn su programa de Libertad Digital Televisión, César Vidal se atrevió a llamar a Menéndez Pelayo textualmente, "mala bestia". En lugar de suicidarse acto seguido, siguió muy sonriente descalificándolo. Evidentemente, a un protestante como él, que odia todo lo que ha significado España en la Historia, lo de "martillo de herejes, luz de Trento, etc." no le hace ninguna gracia.
ResponderEliminarUn saludo.