Homenaje a Rosales en Carmona




(En Antícoli Corrado, 1969, con R. A. y D. A.)

En en el lluvioso y gélido anochecer del viernes 12 de febrero, con ocasión de una lectura de versos propios en la Biblioteca Municipal de Carmona, donde me hizo una espléndida presentación la directora del centro, rendí homenaje a mi añorado amigo Luis Rosales, leyendo un par de poemas suyos y el texto que sigue, escrito cuando él murió:




Lecciones de hidalguía

Yo he tenido la inmensa suerte de conocer y tratar a Luis Rosales cuando Luis Rosales estaba en su plenitud y hablar con él era, por decirlo con palabras de mi paisano Pedro Mejía, una silva de varia lección. Ese Rosales que conocí, como a tantos contemporáneos ilustres, de la mano de Fernando Quiñones, es un Rosales inseparable de Leopoldo Panero y José María Souvirón. Todos ellos habían sido amigos de Neruda; todos habían dejado de serlo a raíz de la guerra civil. Por entonces se conmemoró el medio siglo del nacimiento de Miguel Hernández, y en los versos que le dediqué, me dejé llevar por la retórica al uso y hablé de “la hermosa libertad por que diste la vida”. El maestro Luis leyó el poema, lo rumió bien y me dijo que la libertad por la que dio la vida Miguel era la libertad de que entonces se disfrutaba en Rusia. No me dijo más, pero cuando el poema salió en libro, el verso decía, corregido por mí: “la libertad quimérica por que diste la vida”. Digo esto, porque más de un melón ha salido diciendo por ahí que la amistad con Neruda impidió que en la España de entonces tuviera Rosales el reconocimiento que merecía.
Si el franquismo tuvo alguna vez poetas oficiales, uno de ellos fue Luis Rosales, como lo fueron Ridruejo y Panero y Vivanco y Foxá y Zubiaurre, poetas que desde fechas bien tempranas procuraron tender la mano a la España peregrina, que empezó por recibirlos a tomatazos y luego se fue dejando querer según veía que el franquismo iba para largo. Tan para largo iba que empezó a aburrir a los que habían sido sus poetas oficiales. Pero esta es otra historia. Hacia 1960 Luis Rosales sumó dos títulos más a la infinita serie de honores y distinciones que venían recayendo sobre él: el premio “Mariano de Cavia” por un artículo en el tercer centenario de la muerte de Velázquez, y su ingreso en la Real Academia Española a raíz de la aparición de su “magnum opus” El Quijote y la libertad. A este propósito, a este doble propósito, me dio Rosales otra lección inolvidable cuando me decía que si los españoles somos “hijos de algo” es gracias a Cervantes y a Velázquez. Ahora bien, el “hijo de algo”, el hidalgo, tuvo en el Siglo de Oro que tan bien conocía Rosales, su contrario, o su complementario, en el “hijo de puta”, el “hideputa”, el pícaro. La Historia de España es una pugna entre el hidalgo y el pícaro, y esa historia no es la misma si la cuenta Don Quijote que si la cuenta Guzmán de Alfarache. Luis Rosales vivió lo suficiente para oir ambas versiones de la historia: la de la hidalguía y la de la picaresca. Los pícaros que ahora escriben la historia pueden decir lo que quieran. Yo me quedo con un Luis Rosales de tiempos de hidalguía, con el amigo que divagaba y el poeta que definía, y en esta hora que debiera ser triste, vuelvo con júbilo a sus versos para que, desde la locura exacta de su muerte, me siga diciendo que ayer siempre es domingo y que la tristeza no es cristiana.




Comentarios

  1. Sin olvidar su trabajo sobre el conde poeta y libertino de Villamediana.

    Con Luis Rosales se cometió la canallada mas grande que se ha cometido en el mundo de las letras, dejando siempre un velo de sospecha..., cuando su actitud en esos dias terribles fué valiente y generosa al máximo, al precio de poner su vida en juego.
    A buen entendedor ......

    Un saludo

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  2. Qué lúcida es esa definición de España como la lucha entre el hidalgo y el hideputa.

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